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Corriente

Navegante III

beach_sandEn alguna caja encontré hace poco un trozo de foto, entre los sobres viejos de las antiguas musas.

Junto a ella, en lo que pensé que era una carta pero resultó un sobre vacío cuidadosamente doblado, leí un nombre de mujer junto al de un país que no era el mío, y encontré un mechón de cabello no tan misterioso, que me hizo sonreír primero sin malicia.

Pero me costaba trabajo recordar por qué ese fragmento de foto, donde sólo aparece un poco de arena.

¿Significa que la rompí, o que la guardé por algo? Ni idea.

Mientras intentaba pensarlo, poco a poco la escena se me presentó cuando no era imagen. Cuando estuve allí. Entonces, es verdad, nada me importaba más que esa esquina de la playa.

La arena no era blanca, sino… color arena, como dicen quienes no conocen el Caribe.

A partir de entonces sólo pude contemplar ese fragmento de recuerdos, hasta que Benedetti se entrometió en mi memoria y desperté.

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Disculpitas Explicaciones

Cero y van tres o ¿esto es justicia?

Soy un infractor impune.
Y lo reconozco. Pero es sí, no porque yo quiera.

En mi historia tengo registrados varios encuentros con los guardianes del tránsito en la ciudad; es más, hasta tengo incidentes de tránsito en el gabacho, aunque a dios gracias estos sin la intervención de los “correctísimos” oficiales en moto o patrulla; y aún así, el saldo resulta a mi favor.

No sé si esto que escribo va a ser un consejo, un choro, o un manual de procedimientos sobre cómo salir valseando de un embrollo automovilístico cuando hay canes uniformados de por medio.
Veamos:

Sábado por la noche.
Calle solitaria.
Me bajo del auto porque me parece que una llanta está baja. Apagao el auto, las luces y reviso. Regreso y ps nada, todo en orden.
Retomamos la marcha.
No bien avanzados 50 metros, una moto de tránsito me flashea la torreta y la luz de la moto. Yo, confiado, me orillo. “Ps cuál es el problema, venimos bien ¿no?”. Pues no güey, traes las luces apagadas. Verifico y entonces sí, sudo frío. “Demonios, no traigo la licencia”.

Se acerca un “oficial” y al son de “buenas noches caballero”, me extiende la mano para saludarme. Dudo varios segundos si dársela o no, porque es muy apestoso ese gesto de su parte; y el güey se empieza a poner nervioso que no lo pelo. Al fin se la extiendo y aprieto con todo, entonces él la retira dolido, y se pone hostil:
– “Sus documentos por favor”.
– “Deme un segundo”. Saco la tarjeta y se la doy.
– “Su licencia”.
– “Mmm. Esa no la traigo.”
– “¿Puede bajar por favor?”

Creo que si hay una siguiente, tendré que trabajar en eso, porque al bajarse, se está aceptando un diálogo desos en corto.
Ya abajo, el güey me dice que la multa por no traer licencia es corralón directo, y que “ps se le hace mala onde llevarme, en sábado por la noche”. Yo sintiendo que me hierve el buche digo:
– “Bueno, vámonos”.
Se le desorbitan los ojos y atina a decir:
– “¿Deveras?”.
– “Si, no traigo dinero y no pienso darle un centavo a usted. Vámonos”

Se pone gallo el güey, y muy dignamente me dice que lo siga. Nos dirigimos al corralón de Barrientos.
Se echa a andar despacio y de repente, acelera. Lo sigo.
Pasamos un tope, una bocacalle, y el güey demuestra que es un dechado de procedimientos para manejar: direccionales, intermitentes, freno, límite de velocidad… Y entonces se estaciona y me hace señas.

– “¿A dónde se dirige?
– “A mi casa”.
– “Ire, tenga su tarjeta y váyase con precaución. No olvide encender sus luces. Que tenga buena noche”.

Así que en dos ocasiones más, la historia ha sido la misma aunque en circunstancias diferentes; tales como un auto nuevo sin permiso en su viaje inaugural, y un foco apagado al frente otro día.
Hasta la segunda vez, me parecía “algo divertido” el asunto.
“Chinches policías, les da hueva llevarte al corralón porque pierden tiempo para morder… ja-ja”.
Pero el viernes sí sentí que algo está MUY mal, y neta… no sé.

Traté por un momento de hacer pensar al pobre idiota que me paró, hablándole de que todos estamos cansados de la corrupción, y que no habría porqué negociar la ley, que porqué chingados no me llevaba y me yo tenía mi merecido por olvidadizo…
El contestó: “espéreme, voy a ver con el comandante”.

En ese momento supe que todo había valido madre.

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Borrones Corriente

Palabrería cotidiana III

Escribir es una actividad de minero, de talador, de alquimista, de jardinero. Exige manchar las manos en el frío del oficio, esculpiendo a golpe de tinta y electrón algo que no sé bien a qué o a quién se parece… hasta que termina. Sólo entonces, al final de la obra perseguida.

plumafuentePor ese instante es todo el afán. Para eso gasto  sueños y sangre: para construir refugios de palabras.

A veces, el agotamiento de vivir en todo lo que no son letras me impide pensar en ellas. Pero el cuaderno es implacable con su estridente coro de vacío. Aun cansado, hay que escribir otra sílaba, una línea, una frase… para que la fatiga se diluya.

Por culpa de ese breve instante, ese fulgor y otros detalles y gestos me transforman (desde una sonrisa hasta las carcajadas torrenciales del “chiste local”; desde un saludo envuelto en éter hasta el inescapable abrazo). Entonces experimento una felicidad que agoniza en su mismo nacimiento.

Dura muy poco: lo suficiente para exprimirle un par de letras al silencio… y seguir adelante.

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Corriente

The clock is tickin’

And today’s the meetin’. Good luck.

(Dedicado al 7w7 y a las NP)

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Explicaciones Fotos Marranadas

Doña Mu.

La damiana en el matadero

Todavía me acuerdo de cuando perdí mi primera oportunidad.
Caí en el grupo o salón de una maestra realmente loca en cuarto año, que en serio, todas las mamás de la escuela la tenían catalogada “como un peligro”.
Algo había yo escuchado una año antes acerca de ella.

No faltaban los escuincles que recontaban con pelos y señales los desvaríos de la miss esta: “Y cuenta unas cosas bien looocas… se la pasa diciendo que ella vivía en España y que conocía a los reyes, a los príncipes, y que había bailes hasta el amanecer… con vestidos laaargos… está re-loca”.

El primer día de clases de ese cuarto año, llegué con la incertidumbre clásica que viene después de las vacaciones. Quiénes serían los compañeros, si estaría la chica que me gustaba, si el salón estaba limpio…

Y que la veo.
Una señora alta, blanca, de presencia digamos agradable, estaba muy mona sentada al escritorio mientras el tropel de chamacos entrábamos en medio de un mustio silencio.

Y que abre la boca.
“Buenos días… ehem… yo voy a ser su maestra este cuarto año… ehem… soy la maestra SoOofi ehem…espero que aprendamos y nos divirtamos mucho… ehem. Disculpen esque estoy un poquito ronca, pero esque tengo un tumor en la garganta, mi doctor ya me ha dicho muchas veces que me opere, pero no, la verdad es que a mí, me dan terror las operaciones. ¿Verdad mi amor?” Mientras cerraba su espích inaugural, y confirmaba todos los rumores acerca de su estado mental; una chamaquita  rubia ceniza con las raíces negrísimas, y cara de rata asentía vigorosamente, y copiando la “voz ronquita de su mamá” decía que si.

Además de la actitud, la voz ronca y su evidente desequilibrio mental, cuando se paró la pude ver mejor: Era blanca, pero por las plastas de maquillaje que le cubrían la cara. Los dientes… enormes y amarillos, dejaban ver el deterioro que sufre el esmalte por fumar como chacuaca; y la ropa… un saco de tweed a cuadros que en algún momento fue bonito, ahora era un depositario de manchas de café y yogúr, además de orines de perro y gato. Medias negras que de tantas jaladas parecían caladas; y para rematar… el estropajo amarillo con raíz negra de más de dos meses que llevaba en la cabeza a manera de pelo, era la confirmación de todo rumor y sospecha.

La neta no recuerdo haber sentido miedo. Más bien, incertidumbre. “Ahora sí, qué va a pasar”.

Y a punto de salir al recreo, que me aborda:

– “Tú eres Carlitos, ¿verdad?”
– “Sí maestra.”
– “Ay, dime Sofi…”
– “Sí maestra”
– “Bueno, ya me dijeron que tú eres el más inteligente de la escuela. Vas a ver que aquí vamos a aprender mucho; y ya sabes: si alguno de esos chamacos groseros te molesta, vienes conmigo, y vas a ver qué castigo le ponemos. ¿Te parece?”.
– “Sí maestra”.
– “Dime Sofi”.
– “Sí maestra”.
– “¡Ay niño!, vete a jugar. ¡Córrele!”

Me acuerdo que nomás por no contrariarla, me salí corriendo del salón, sintiéndome estúpido, pero de alguna manera influyente.
Cuando llegué a mi casa, a la hora de la comida, me enteré que mi mamá había estado cabildeando toda la mañana con el director mi cambio a otro grupo. El asunto era que, tantas mamás reclamaban lo mismo, que el director se comprometió con ellas a vigilar a la maestra “muy de cerca”, pues si cambiaba a todos los chamacos de grupo, aquello se quedaría vacío.

Mi madre, muy acongojada me hizo mil y una recomendaciones para lidiar con la maestra, y confiando en la suerte el tema quedó ahí reservado.

El año transcurría raro. Esta señora era capaz de contarnos dos horas de historias fantásticas de castillos, nobleza española y barcelonesa, para después pasar a las lecciones de español y madrearse a quien no le hiciera caso o llevara la tarea. Jalones de patillas, reglazos, gisazos, gritos destemplados (aún con “el tumor” en la garganta) y otras artimañas, era lo que esta santa señora usaba para tener el grupo “a raya”.

Yo mantenía a mi madre al tanto de todo; y su desesperación crecía. Ella sabía que ya no podía ir a pedir mi cambio; pero estaba la otra opción: que yo lo pidiera,
Aquí viene un corte, porque no supe como, otra vez antes de salir al recreo; que me llama la maestra. Cuando vi que se pintaba los labios y retocaba su maquillaje, sentí como que algo no andaba bien. “Vamos con el director” me dijo; entonces sentí que me fallaban las piernas.

Corte.

Ahí en su oficina, junto al lábaro patrio, era interrogado por el direc y la ñora esta.
– “Y dinos, ¿porqué te quieres cambiar, Carlitos?”
– “Esque mis amigos me molestan mucho. Sí estoy a gusto con la maestra, pero con los compañeros no.”
– “aaa… no te preocupes, porque yo voy a ver que BLA bla BLA bla…”

Mientras el famoso pistachón hablaba, yo sentía cómo mi oportunidad se esfumaba. Sabía que era un puto. Que la había desperdiciado.
Que me habían faltado los huevos para decirlo; y que esa ventana, se cerraba para siempre.

Corte.

Estoy chillando en la parada del camión con mi madre, y ella, se encarga de hacerme sentir peor de lo que estaba.
– “¿Porqué no dijiste? ¿Ya ves? ahora te vas a quedar ahí con esa loca. Tú pudiste haberlo cambiado.
– “BUAAAAAAAA… quiero ir a ver al director otra vez… vamos a verlo… sí le digo… por favoooorrr”.
– “No. Tu oportunidad se fue”.

Chin. Cayó el telón. Qué dura lección.
Y de ahí hasta estos días.

Me sigue doliendo el orgullo cuando estoy con la oportunidad, cuando puedo corregir una situación torcida y guardo silencio, apechugo y dejo pasar.
Ayer ni intenté meter las manos mientras entregaba a un judío vende coches a mi Damiana. Como a Chucho, la entregué por 14 chinches monedas y un cambiecito ahí.
¿Dónde quedaron todas esas horas de entrenamiento en negociaciones? ¿Dónde quedó la agilidad mental? ¿Era tal mi desesperación? ¿Debí entregarle a la Damiana a ese hombre desalmado? ¿Acabará de taxi en Chimalhuacán?
No lo sé. Pero sigue doliendo, y más gacho es para mí, encontrar recovecos sin luz en mi persona.

Y yo que pensé que había sacudido hasta el último rincón en la última escombrada.
Shit.

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Corriente Explicaciones

Desdoblamiento

reflejos_wikimediacommonsDetrás de mis ojos, en ese tramo del librero que se pandea solamente cuando me acerco, descansa un libro olvidado. Esto empieza a ser frecuente; antes, mis lecturas eran más voraces y veloces, quizás porque, por deformación profesional, más que leer los libros me injertaba en ellos.

Ayer sucedió por fin. Contemplaba las páginas de un libro cuando me di cuenta de que mis dedos se habían manchado de tinta. Uno de ellos, el que maquinalmente deslizaba entre las páginas para no perderme o para avanzar en la lectura, se quedó pegado de pronto.

Horror, y es un libro prestado, caray. Un libro de esos que sí devolveré. Entre otras cosas, porque me ha gustado tanto —es decir, pretendo releerlo— que ya lo compré, y ahí está, nuevecito, apilado y celoso mientras termino de leer a su gemelo de otro padre.

Bueno, no importa; si le pasa algo a éste, entrego el otro al prestamista. Como está nuevo, y es el mismo libro, no le molestará. A lo mejor ni se da cuenta. ¿Y si no lo regreso? Bueno, no sé. Mejor lo termino de leer, a ver qué pasa.

Debo haberme distraído pensando porque no he cambiado de página en un rato. Es cierto: al parpadear, veo el libro comprado en el librero, aún cubierto de celofán y polvo, y su gemelo sobre mis piernas.

Mi mano sigue dentro del libro. Y al abrirlo, entiendo por qué: lo que leo es mi propia historia, y el libro que leo soy también yo.

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Corriente Explicaciones Marranadas

Libro interruptus

«… no existen razones legítimas que justifiquen la dificultad o el aburrimiento de los libros (…). La sabiduría no requiere un vocabulario o una sintaxis especializados ni se deriva para los lectores beneficio alguno del aburrimiento. Si se maneja con cautela, el aburrimiento puede servir de valioso indicador del mérito de los libros. Aunque nunca puede ser suficiente para emitir un juicio (y, en sus modalidades más degeneradas, deriva hacia la indiferencia y la impaciencia deliberadas), el tener en cuenta el grado de aburrimiento puede atemperar la tolerancia, por lo demás excesiva, a los disparates. Quienes no prestan atención a su aburrimiento al leer, al igual que los que no hacen caso del dolor, pueden estar incrementando su sufrimiento de manera innecesaria. Sean cuales fueren los riesgos de caer en el aburrimiento sin motivo, no menos peligroso resulta el hecho de no permitirnos jamás perder la paciencia con nuestras lecturas.»

«Toda obra difícil nos enfrenta a la disyuntiva de tachar de inepto al autor por su falta de claridad, o de estúpidos a nosotros mismos por nuestra incapacidad de captar de qué va la cosa. Montaigne nos anima a echar la culpa al autor. Existen muchas posibilidades de que una prosa incomprensible sea fruto de la pereza antes que de la inteligencia. Lo que se lee con facilidad rara vez ha sido sencillo de escribir. O bien pudiera suceder que un estilo semejante enmascarase la ausencia de contenido. La ininteligibilidad ofrece una protección incomparable a quien nada tiene que decir.»

Alain de Botton, Las consolaciones de la filosofía.

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Happy-Happy siete

Sin alusiones personales

tucan tan perfecto que parecía "de plástico"

Era tan perfecto que parecía de plástico.

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Corriente siete

¡Oh! verdad.

“Todos somos guanabís, guan güey or anóder.”

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Marranadas

Telaraña mental

El sueño de la razón«Mira, querida mía… Hace dos mil años, para ser tolerante, bastaba con estar en contra de la aniquilación sistemática de ladrones y criminales. La mayoría de la gente encontraba normal la pena de muerte, la sumisión de las mujeres, la esclavitud, la ley de los religiosos y la del caudillo local. El que proponía que ejecutaran a los ladrones sin torturarlos primero pasaba ya por ser un espíritu tolerante o, para los encargados de mantener el orden, por un loco utopista cuyas ideas progresistas serían la perdición de la sociedad. Hoy, cuando cualquier gilipollas canta las virtudes de la tolerancia, resulta cada vez más difícil ser su abanderado y es imposible distinguirse de la masa moral. Los tolerantes ya no escandalizan a nadie, ya nadie los critica ni los elogia. Antes la tolerancia era una especie de aristocracia de los espíritus más vanguardistas; hoy, en cambio, como se ha popularizado, esos aristócratas, para no perder su posición, tienen que llevar su tolerancia hasta extremos que hace un siglo no habrían ni imaginado. Buscan otros límites, en el sexo, el arte, las drogas, van allí donde estén solos, lejos de los bienpensantes, que marcan el límite que ellos han de traspasar. Necesitan la moral mayoritaria para oponérsele, para gritar “No a la censura” y sentirse herederos de los que antaño se jugaron la vida combatiéndola. Pero no arriesgan nada, y, además, así ganan más dinero y tienen más fama.»
Martin Page, El vuelo de la libélula.

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