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Chispazos Inspiración pura

Fulgores

Muso_Soseki_wikimediacommonsAl monasterio llegaron rumores de inquietud y alarma entre los habitantes del pueblo, e incluso más allá. Se decía que ante los exabruptos del soberano, muchos, incluso entre los simpatizantes y funcionarios, hablaban de abandonar la esperanza.

Entonces un joven novicio le preguntó a Lou-Sin: Maestro, ¿es cierto que quienes buscan el mal prevalecen frente a los buenos?

El anciano, cerrando los ojos al remover las brasas del pebetero, respondió: La oscuridad no puede vencer la luz, solo ocultarla.

Bonus: Un acompañamiento a este post,  en  homenaje al maestro Lou-Sin y a George Orwell, santos patronos de este chiquero. Que vengan las musas.

Sesame Street – (I Can’t Get No) Cooperation

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Explicaciones Happy-Happy Joy-Joy Marranadas

A carbón tapado

Casi termina enero, un enero más de esta larga pandemia. Otras cosas no terminan… como la necesidad de volver, invocando a los pilares de este descuidado, aunque no olvidado, chiquero: la música y la lectura en boca de personajes siempre queridos y consentidos de la pocilga, que resuenan poniéndonos el ejemplo y encendiendo el ánimo, los motores y las letras. Como dicen los antiguos: el que nace para tamal (pibil), siempre encontrará el achiote. O algo así.

Que sea un buen augurio para este 2022, con nuevas lecturas en la lista, nueva escritura, reseñas y descubrimientos gozosos, extraños o ridículos para compartir. Dirán que ya no nos cocemos al primer hervor, pero es que a fuego lento se hace la mejor cochinita.

Parafraseando a Schwarzenegger (mejor que a Nicholson), estamos de vuelta. Sigamos adelante.

Sesame Street – Rock ‘n’ Roll Readers (1988-89).

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Chispazos Happy-Happy Joy-Joy

Letras, vidas y vínculos

Agenda mediante, le llegó su hora a una actividad que a estas alturas de la pandemia no puede parecer más rutinaria, pero lo que sucedió tiene su propio cauce y caudal, y además (gracias a la previsión) no hubo amenaza de cuenta regresiva.

Lo demás fue pura fluidez. Los ingredientes cayeron en su lugar como colores numerados en una ilustración a espera del artista. Como lluvia sobre lienzo con vino y música. Como ciencia no oculta: compartida. Como cultura general que no juega, pero cómo se divierte.

A la par del reloj olvidé las imágenes, porque lo que vi no eran rostros sino presencias. Cada voz las vistió de sus propios recuerdos, anhelos o carcajadas.

El punto final me trajo a la memoria esas fiestas infantiles donde los invitados (a veces con mala suerte en la piñata) recibían de todos modos una bolsa de dulces, porque me llevé distracción, alivio, curiosidades, calidez, crecimiento… incluso libros por leer y hasta por releer.

Todo a partir de vínculos, un concepto que creo haber visto en alguna parte. Estoy seguro de que no fue en una pantalla, y sé que para contarlo hacen falta más horas que todas estas palabras.

 

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Disculpitas Marranadas

Garabato antes que gambeta

Ayer pasaron muchas cosas que en conjunto a casi nadie le importan. Una sí, pero no tanto: se murió Maradona.

Yo no soy futbolero; para mí esa Argentina de la imaginación está hecha de otros seres más directamente reales, más divertidos, algunos polémicos (cuestión de gustos, sobre todo musicales), otros más entrañables, entre ellos alguna que hoy forma parte de mi familia, pero ¡ay! varios también muertos dentro de este paréntesis llamado pandemia.

Quino es el mayor de ellos. Precisamente porque trazando ese desencanto contestatario que le duró toda mi vida (soy casi de la edad que su mayor hija, Mafalda) se desgastó en querer y en ser querido, allá donde iba.

Maradona en cambio fue y es inolvidable para sus compatriotas y muchos más, aunque despertó admiración e irritación a la vez: un genio y un desperdicio. Con el balón fue un ídolo, pero sin el balón no solo sus pies eran de barro.

Mis personajes favoritos los distingo porque a unos les pediría el autógrafo o la selfie, pero con otros me tomaría un café, una cerveza o la cena completa. Maradona seguramente me habría cobrado la selfie; con Quino, una vez superada mi timidez (y la suya) quiero creer que nos habríamos dividido una sonrisa.

La admiración que perdura, digo yo, es la que nace del respeto, no de la bravuconería. Díganme loco, pero prefiero al que se hace escuchar sin necesidad de levantar la voz, con humor y “mano izquierda”, antes que a quien alza la mano y la llama “de Dios” mientras manda al diablo a quienes le reclaman. Descansen ambos en paz.

Esta ya es una sombra muy larga… y en la noche siguen cayendo, fugaces, las estrellas.

AVISOS PARROQUIALES: 1. Este post sí tiene dedicatorias, todas entrañables: ustedes saben quiénes son. 2. La foto de Maradona viene de Wikimedia Commons y la tomó Aleksandr Mysyakin. 3. Después de muchas sucedencias, este que escribe y la pocilga, con todos sus personajes, estamos de vuelta. 

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Chispazos Explicaciones

Aquí nomás traslomita

Dicen que encontrar lugares novedosos es uno de los goces de viajar… o privilegio de los desorientados, como cierto personaje de este chiquero que cuenta la historia de un pingüino en Palestina.

Por eso tengo un amigo imaginario, Servando, que me escolta cada vez que salgo a la calle (cuando salía, es decir, antes de la cuarentena), armado con optimismo y nulo sentido de orientación espacial.

Gracias a él (a Servando), no necesito levantar los ojos al cielo (al fin que el smog oculta las estrellas) ni esforzarme para leer desde lejos letreros que sólo confirman mi ignorancia. ¿A quién, pregunto, le sirve saber que una misma calle puede tener tres, cuatro o más nombres (y uno, o dos, o ningún sentido) según se avanza? A mí, no.

Así de personalísimas son las opiniones de algunos repartidores—perdón, operadores expertos de entregas a domicilio, que a lo largo de los años se han empeñado en que el número de la casa donde vivo no existe ni en mi cuadra ni en otras dos a la redonda, que es inútil que yo insista en que los números pares están en un solo lado de la calle, y que es absurdo explicarles que junto a un número par no puede haber más que otro número par, y lo mismo con los nones.

También recuerdo cuando las orientaciones para el camino se enviaban y recibían a través de “Banda Civil”, aunque a mis más jóvenes contertulios y a varios contemporáneos (de ellos y míos) les parezca algo tan indescifrable como el sistema de coordenadas, los cuadrantes en un mapa (de papel, obvio) o el código Morse, que no se parece ni tantito al código DaVinci.

Ah, pero por supuesto, si el Waze tuviera sentido común y Google Maps admitiera anotaciones, le serían útiles hasta al buen Américo Vespucio. Perdonen la nostalgia.

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Happy-Happy Joy-Joy Reseñas

“Cayendo” en Las trampas del hambre

trampashambrePara esta pocilga es un honor compartir con el selecto público y el no tan selecto personal la aparición de Trampas del hambre, el primer libro impreso de Mara Jiménez (léase con énfasis de merolico emocionado).

Hay magia en la familiaridad, porque lo que encuentro es congruente con lo que conozco y alimenta y responde a lo que vivo. También porque (valga el “disclaimer“) la autora habita mis afectos desde años antes de que me llegaran sus letras.

Además, alguna de esas narraciones no sólo la vimos nacer, sino también desarrollarse, en un camino plagado de espinas, espigas y armonías no tan concomitantes —lo digo por Fito Páez— demasiado parecido a este blogbarrio.

Ya lo dijeron en la presentación, y de mejor modo: en “este oficio” (entiéndase lo que se quiera) hablar de un libro, provenga o no de autor querido más allá de las letras, es complicado porque, si no hay sentido del humor (y a veces aunque lo haya) es necesario combinar alegría, sadomasoquismo y envidia en partes proporcionales. Evitarlo no siempre es posible ni hace falta: ante la página, el diálogo va entre el lector y la palabra.

Otro tipo de magia, diría el viajero estilo Verne, está en acudir a lugares y escenarios: los que me parece reconocer, los que quisiera conocer, y los que desconozco. Macro o microcosmos donde creo que puedo asomarme sin peligro… pero mientras leo, adopto (o adapto) a los personajes, y adquiero un lugar como ellos o entre ellos, hasta que termina el cuento. Y me sorprendo, como cuando descubrí en los trinos que Mara había rimado voto con escroto. Ajá.

Desde la Crónica de los desayunos hasta El banquete, los seis relatos de Trampas del hambre reflejan avidez por las palabras, respeto por las historias y complicidad con el lector. Las páginas fluyen en la aparente brevedad de este libro de presentación atractiva y (hay que destacarlo) precio accesible.

Una “primera obra” que nos muestra el hambre de letras y nos deja en la trampa, porque sabemos, y esperamos, que vendrán más. Así sea.

AVISOS PARROQUIALES: Ningún animal fue maltratado en la elaboración de esta reseña, que no contiene espóileres ni risas grabadas. #SoyFanYQué

Mara Jiménez. Trampas del hambre. Editorial La Otra. México, 2016. 128pp.

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Disculpitas Explicaciones Happy-Happy Joy-Joy

Se me concedió volver

AVISO PARROQUIAL:

Hay mucho, mucho qué contar en el tintero. Aunque a veces parezca que no, en el lado técnico (por ejemplo) se pueden interponer, digamos, unas notas discordantes. Pero con un poco de buen humor, la ayuda de unos cuantos buenos amigos y una batuta es posible reacomodar las cosas para que el (des)concierto llegue hasta el aplauso.

Poco a poco, la orquesta encuentra su sitio. Tal vez, sólo tal vez, el director también lo logre.

Parafraseando lo dicho hace ya algunos ayeres: pásenle pues, que la pocilga está reabierta. Y to whom it may concern, ¡seguimos adelante!

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Borrones Marranadas

Todo puede suceder

Uno, dos, tres, probando.

Por ahora, sólo voy a dejar esto por aquí.

Estéi tuned.

(Si es que todavía hay alguien ahí)
GeoreOrwell-Wikimedia_Commons

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Chispazos

Algodón, espuma y electrón

EyL3aHay partículas suspendidas (y no hablo de la contaminación) que sedimentan ideas como levadura hidrogenada, oxígeno, malabarismos mentales sin fecha de caducidad. Brotes de generación espontánea que no colisionan sino armonizan para edificar, tras aparente Babel, nuevas historias.

Les invito a degustar una de esas letrerosas coincidencias, hoy en mi turno mensual del colectivo Escribidores y Literaturos, al borde de su aniversario.

Ala nube. Ingredientes para confección de sueños… o no.

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Corriente Marranadas

400

Francisco_de_Goya_y_Lucientes_016_wikimedia-commons“El plan de comprar un lechoncillo tierno, alimentarlo durante el verano y otoño, y sacrificarlo cuando llega el frío, lo conozco muy bien, pues proviene de costumbres ancestrales. Es una tragedia escenificada en muchas granjas con apego estricto al guión original. La muerte, premeditada, se lleva a cabo de manera rápida y experta, a la que el jamón y el tocino ahumado otorgan un propósito ceremonial raras veces cuestionado (…) particularmente porque el cerdo murió pero yo estoy vivo, cuando bien pudo ser al revés, sin que alguien quede para contarlo” (E.B. White, Death of a pig. Traducción libre por Ivanius).

Supongamos, me dije, que cierras los ojos sólo por un tiempo. Luego sonríes (a medias) como quien nunca se ha planteado ese problema.

No pude responder, aunque lo intenté. Había llegado el momento de poner a prueba mi memoria, pero la evocación de las palabras no es tan sencilla a pesar de haber vivido siempre entre ellas.

¿Qué es más fácil: dejar de leer o dejar de escribir? Esa era la única pregunta en mi cabeza, la que más me interesaba responder. Sabía que ambas opciones eran dolorosas, aunque ninguna justificaría un suicidio por letras.

De pronto me invadió la música. Tal vez tenía sentido refugiarse en armonías diferentes, que también eran un discurso, pero sobre todo impulsaban a moverse. Nada más agresivo que un cuerpo inmóvil en medio del silencio.

Al principio eran canciones, porque puede ser bueno alejarse de las palabras, pero la abstinencia es otra cosa. Después, afinando el oído, aparecieron los tonos que persigue el melómano; entonces comprendí cuánta genialidad cabe en un pentagrama… o cuánta distracción –y mugre– podían acumularse en mis oídos.

Ahórrate las explicaciones, diría cierto anciano monje; sólo consiguen enredarte. Es verdad: donde hay armonía profunda basta la presencia y las palabras sobran; por eso un gesto de afecto se goza primero y luego se glosa.

Además, las páginas suelen avanzar (avanzan siempre) entre tos y temperatura. Quienes –puristas– digan que no hay accesos de fiebre nunca han visto a una mujer cosquillear el piso, ni alimentar sístole y diástole con su taconeo, movimientos ambos que hacen bajar la vista y subir el ánimo. Para que la vida valga la pena hay que alimentarla.

“Espero que no crean que los cerdos hacemos esto por egoísmo o en búsqueda de privilegios. A muchos no nos gustan la leche y las manzanas; a mí me desagradan. Nuestro único objetivo al tomar estas cosas es conservar la salud. La leche y las manzanas (así lo ha demostrado la Ciencia, camaradas) contienen sustancias absolutamente necesarias para alimentar a un cerdo. Los cerdos somos pensadores; toda la administración y organización de esta granja depende de nosotros. Día y noche trabajamos por el bienestar de ustedes. Es por USTEDES que bebemos la leche y comemos las manzanas. ¿Saben qué sucedería si descuidamos este deber? ¡Regresarían los hombres! Seguramente, camaradas, ninguno de ustedes desea eso, ¿verdad?” (Rebelión en la Granja, de san George Orwell, abducido al español por Ivanius).

Tras bambalinas (o entre las piernas, que también es un término de teatro) hay sucedencias, caminos que se ensanchan, reflexiones,  encuentros, desencuentros, comunicaciones, libros —¡cómo no!—, en fin: imágenes, palabras, apariciones, pros y contras…

Otra vuelta a la noria que parece ir más despacio; pero eso, lo aseguro, sólo es aparente: el pibil sigue en preparación, bajo tierra y envuelto como lo manda el canon, hasta que llega la hora. Entonces sí, fiesta, comilona… y deseos. Los buenos.

Boar_Crossing!-wkimedia-commonsDos veces bicentenario, y ya no está Bradbury para atestiguarlo. Corrijo: cambió su boleto de primera fila por un palco, al lado de otros que desde allá observan. Los buenos, digo, siguen acá en la granja. Gracias por eso. Y salud, que es lo necesario. ¡Sigamos adelante!

Ivanius
Junio 2012

 

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Más sabe el puerco por puerco que por sabio.

Bienvenido siempre, querido compañero de fórmula. Gracias por prestarme tu público a ratos, por la amistad sincera, por las palabras de aliento. Por el troleo. Dejemos que la escritura haga lo suyo, y te dejo con tu público, que la ovación apenas comienza.

Eso es todo.

Afectuosamente,
Alberto. 

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