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Explicaciones Happy-Happy Joy-Joy Marranadas

A carbón tapado

Casi termina enero, un enero más de esta larga pandemia. Otras cosas no terminan… como la necesidad de volver, invocando a los pilares de este descuidado, aunque no olvidado, chiquero: la música y la lectura en boca de personajes siempre queridos y consentidos de la pocilga, que resuenan poniéndonos el ejemplo y encendiendo el ánimo, los motores y las letras. Como dicen los antiguos: el que nace para tamal (pibil), siempre encontrará el achiote. O algo así.

Que sea un buen augurio para este 2022, con nuevas lecturas en la lista, nueva escritura, reseñas y descubrimientos gozosos, extraños o ridículos para compartir. Dirán que ya no nos cocemos al primer hervor, pero es que a fuego lento se hace la mejor cochinita.

Parafraseando a Schwarzenegger (mejor que a Nicholson), estamos de vuelta. Sigamos adelante.

Sesame Street – Rock ‘n’ Roll Readers (1988-89).

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Happy-Happy Joy-Joy

En puntas y en la yunta

Edgard Degas, Metropolitan Museum of Art, Wikimedia CommonsCon el tiempo he dejado de decir que las cosas “no me salen” porque una voz que es al mismo tiempo conciencia, duende y espíritu chocarrero me recuerda que el oficio está en la práctica. Por eso la recompensa extraordinaria que es el reconocimiento no puede ser mi primer objetivo. En cambio, reconozco que escribo porque no puedo evitarlo. Parafraseando a Hemingway, escribo porque me dan ganas de leer algo que nadie ha leído antes. El ejercicio crítico de la vista me revela que, si algo aporto, primero me lo aporto a mí.

En el ballet una bella postura (que a veces tiene su propio nombre en francés o ruso) sale en la foto; lo que no sale son los pies magullados ni las horas de práctica. Pero sin ellas no hay foto. 

Además, la (an)danza no es un maratón infinito, pero siempre es movimiento. La vida nutre al oficio, y el oficio le da expresión a la vida.

También hace falta descansar, distraerse y hacer otras cosas. Darle pausa, contenido e ingredientes a la vida para que el oficio se recargue en la digestión, la frustración, la inspiración y la diversión, hasta que el intérprete incorpora sus tropiezos en la coreografía y todo fluye, como si estuviera planeado, hasta el aplauso. 

Este post tiene su origen en una gozosa conversación que empezó hace muchos años, ejemplo de todo lo que aquí he dicho… y que hoy no tiene solo música de ballet.

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Chispazos Happy-Happy Joy-Joy

Letras, vidas y vínculos

Agenda mediante, le llegó su hora a una actividad que a estas alturas de la pandemia no puede parecer más rutinaria, pero lo que sucedió tiene su propio cauce y caudal, y además (gracias a la previsión) no hubo amenaza de cuenta regresiva.

Lo demás fue pura fluidez. Los ingredientes cayeron en su lugar como colores numerados en una ilustración a espera del artista. Como lluvia sobre lienzo con vino y música. Como ciencia no oculta: compartida. Como cultura general que no juega, pero cómo se divierte.

A la par del reloj olvidé las imágenes, porque lo que vi no eran rostros sino presencias. Cada voz las vistió de sus propios recuerdos, anhelos o carcajadas.

El punto final me trajo a la memoria esas fiestas infantiles donde los invitados (a veces con mala suerte en la piñata) recibían de todos modos una bolsa de dulces, porque me llevé distracción, alivio, curiosidades, calidez, crecimiento… incluso libros por leer y hasta por releer.

Todo a partir de vínculos, un concepto que creo haber visto en alguna parte. Estoy seguro de que no fue en una pantalla, y sé que para contarlo hacen falta más horas que todas estas palabras.

 

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Chispazos Happy-Happy Joy-Joy

Óxido y diamantes

Casi al mismo tiempo que al calendario de la pandemia le llegó la ronda de aniversario, recibí la oportunidad de sacudirle la polilla a algunas destrezas añejas del oficio y reanimar el gozo de trabajar con las palabras.

Dicho con metáfora de chiquero, la navegación estética me ha llevado más cerca de Joaquín (Mortiz, aunque también Sabina) y lejos de Alfredo Palacios, a décadas del empujón inicial recibido de alguien que confió más en su intuición que en mis credenciales, tal como dicen que le pasó a Arreola.

Editar y corregir textos es como hacerle cirugía plástica a una estatua de mármol: antes de empezar es necesario conocer bien el objeto y, digamos, su historia clínica, además de preparar los instrumentos con tanta delicadeza como el mise en place del experto cocinero.

Solo así es posible acometer la tarea con más lija de agua que buril, pero sin miedo al cincel ni a la navaja. O eso digo yo. Seguiremos informando.

Ah. Por supuesto, este post tiene dedicatoria… y soundtrack.

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Chispazos Joy-Joy

Diez notas para niños y una no tanto

Luz de sol que no se queda en la ventana.

Aromas que se distinguen y unen en la cocina.

Una llamada transatlántica y optimista.

Grados de calor que no agobian sino abrigan.

Una videoconferencia que se prolonga sin obligación.

Libros que no acumulan polvo y siguen contando historias.

Rostros y gestos reconocibles a pesar de los años.

Recuerdos que se comparten a la velocidad de la luz.

Una lección de genética a través del gozo.

Escribir porque puedo, porque quiero y porque sí.

Lista a la manera de Sei Shonagon (ca. 966-1017), siempre una dama y a veces poetisa japonesa, autora del Libro de Cabecera (no para niños) que inspiró la película (tampoco para niños) de Peter Greenaway. 

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Chispazos Happy-Happy Inspiración pura Joy-Joy Marranadas

Ahora que sí lees

Hoy traigo para todos ustedes un libro que he releído, recomendado y regalado muchas veces, y que viene completamente al caso para despejar, distraer y divertirse un poco, algo cada vez más necesario en esta cuarentena (y no solo allí).

Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, de Giulio Cesare Croce (y Adriano Banchieri), narra sucesivamente las aventuras de un abuelo, su hijo y su nieto en la corte del rey Albuino en Verona.

La historia podría ser una de esas que cuentan la vida de varias generaciones (por ejemplo Tres lindas cubanas, de Gonzalo Celorio, o Mujercitas, de Louise May Alcott), u otras que hablan de pleitos entre la pobreza y la nobleza (El Señor de los Anillos o hasta Juego de Tronos), cada una con sus bondades, pero no.

La gran particularidad y enorme mérito de este libro se resume en tres palabras, que enfatizo si me permiten (y si no también): sentido del humor. Bertoldo es un rústico campesino, pero su agudeza mental y su ingenio no le piden nada a Sócrates. O al más brillante que le pongan enfrente, pues. En cuanto a su familia… digamos que es interesante ver cómo funcionan las supuestas leyes de la herencia. El libro asombra, enseña y sobre todo hace sonreír a quien se deje. 

Lo mejor: como es una obra escrita en 1620 (aunque traducida y adaptada, sin problemas para el lector actual), está gratuitamente disponible, ya sea en italiano o en una sabrosa traducción al español.

Por supuesto, Bertoldo y sus amigos están en la repisa de cabecera del chiquero… y por si algo nos faltara para quererlo, Croce tiene un breve escrito (aún no traducido), que ostenta el glorioso título L’eccellenza e trionfo del porco. Gracias, maestro.

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Chispazos Corriente Happy-Happy Joy-Joy

Leer para (no) estar solo

Tal vez fue Hemingway, o tal vez mi abuelo el que decía que quien sabe estar solo no necesita compañía para entretenerse. Seguro hablaban de un lector; aunque los escritores intenten exprimir la soledad, el lector no necesita hacerlo, porque simplemente se acomoda en ella.

Ese interruptor que se encendió una vez ante las letras y ya no tiene apagado ayuda a enfrentar las realidades circundantes (qué bonita palabra), aunque parezca que no saco las narices de la página. Leer exige pensar, y eso, aunque poco popular, descifra el entorno a golpe de neuronas y capítulos.

El encierro de la cuarentena se parece al lector sumergido en un relato. Las amenazas del exterior son pocas pero puntuales: el tono de mensaje, el cambio del día a la noche (o viceversa) y los aguijones del hambre y la sed, que se presentan solo cuando el libro pasa por una laaaarga descripción, un “momento de hueva” del traductor, o peor aún, una errata.

Pero ninguna interrupción quiebra más los nervios del leyente que la voz de aquel, o aquella, que nos interpela: “Bueno, es que te vi leyendo y por eso dije: ahora que no estás haciendo nada…“.

Ojalá fuera invento, pero quien lo ha vivido puede confirmarlo. Por eso, la soledad del lector está (casi) siempre bien acompañada.

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Happy-Happy Joy-Joy Reseñas

“Cayendo” en Las trampas del hambre

trampashambrePara esta pocilga es un honor compartir con el selecto público y el no tan selecto personal la aparición de Trampas del hambre, el primer libro impreso de Mara Jiménez (léase con énfasis de merolico emocionado).

Hay magia en la familiaridad, porque lo que encuentro es congruente con lo que conozco y alimenta y responde a lo que vivo. También porque (valga el “disclaimer“) la autora habita mis afectos desde años antes de que me llegaran sus letras.

Además, alguna de esas narraciones no sólo la vimos nacer, sino también desarrollarse, en un camino plagado de espinas, espigas y armonías no tan concomitantes —lo digo por Fito Páez— demasiado parecido a este blogbarrio.

Ya lo dijeron en la presentación, y de mejor modo: en “este oficio” (entiéndase lo que se quiera) hablar de un libro, provenga o no de autor querido más allá de las letras, es complicado porque, si no hay sentido del humor (y a veces aunque lo haya) es necesario combinar alegría, sadomasoquismo y envidia en partes proporcionales. Evitarlo no siempre es posible ni hace falta: ante la página, el diálogo va entre el lector y la palabra.

Otro tipo de magia, diría el viajero estilo Verne, está en acudir a lugares y escenarios: los que me parece reconocer, los que quisiera conocer, y los que desconozco. Macro o microcosmos donde creo que puedo asomarme sin peligro… pero mientras leo, adopto (o adapto) a los personajes, y adquiero un lugar como ellos o entre ellos, hasta que termina el cuento. Y me sorprendo, como cuando descubrí en los trinos que Mara había rimado voto con escroto. Ajá.

Desde la Crónica de los desayunos hasta El banquete, los seis relatos de Trampas del hambre reflejan avidez por las palabras, respeto por las historias y complicidad con el lector. Las páginas fluyen en la aparente brevedad de este libro de presentación atractiva y (hay que destacarlo) precio accesible.

Una “primera obra” que nos muestra el hambre de letras y nos deja en la trampa, porque sabemos, y esperamos, que vendrán más. Así sea.

AVISOS PARROQUIALES: Ningún animal fue maltratado en la elaboración de esta reseña, que no contiene espóileres ni risas grabadas. #SoyFanYQué

Mara Jiménez. Trampas del hambre. Editorial La Otra. México, 2016. 128pp.

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Disculpitas Explicaciones Happy-Happy Joy-Joy

Se me concedió volver

AVISO PARROQUIAL:

Hay mucho, mucho qué contar en el tintero. Aunque a veces parezca que no, en el lado técnico (por ejemplo) se pueden interponer, digamos, unas notas discordantes. Pero con un poco de buen humor, la ayuda de unos cuantos buenos amigos y una batuta es posible reacomodar las cosas para que el (des)concierto llegue hasta el aplauso.

Poco a poco, la orquesta encuentra su sitio. Tal vez, sólo tal vez, el director también lo logre.

Parafraseando lo dicho hace ya algunos ayeres: pásenle pues, que la pocilga está reabierta. Y to whom it may concern, ¡seguimos adelante!

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Corriente Happy-Happy Inspiración pura Joy-Joy

Quino, su Alteza (real)

El día de Reyes, las calles y los parques de México son territorio de patines, triciclos, bicicletas y patinetas, “avalanchas” y la versión estilizada del patín del diablo que ahora se llama scooter. Claro que para montarlos se necesita equilibrio, y con pata de palo, garfio y pezuñas puede ser complicado.

Por eso mientras otros pedaleaban yo conocí a unos niños que jugaban ajedrez, al futbol y a “buenos y malos”, leían historietas y veían —como yo— al Pájaro Loco. También hacían preguntas ante las que los adultos tosían, reían o se desvelaban, iban a merendar a casa de sus amigos o de vacaciones a la playa. Mientras reía con ellos, aprendí a hacer mis propias preguntas.

FelipeLuego supe quién era el autor, y que para entender sus dibujos había que pensar, aunque tal vez ya lo había aprendido, junto con la risa y lo que cada uno de ellos me enseñaron:

Libertad, a “ser simple” (pero no insípido); Miguelito, a “querer que me salga bien la vida”; Guille, a conservarme “en versión completa”; Manolito, a ser “peatón del razonamiento”; Susanita, a tener (por lo menos) un tema “bien masticado”; Mafalda, a llamar a la paz e insistir aunque “me dé ocupado, como siempre”. Y Felipe… a aventurar la voz y la mirada al exterior, allá donde están la escuela, los deberes, y (por supuesto) hasta las pelirrojas de ojos verdes.

Un aplauso tímido, humilde y agradecido al maestrísimo Quino, desde luego por el premio Príncipe de Asturias 2014, pero especialmente, por las preguntas… y por las sonrisas.

 

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