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Pretérito imperfecto (El imperio de los cautivos, primera parte)

Leer es avidez del alma que una vez activa se vuelve antena, séptimo sentido, cualidad perenne; así nos abre paso a vidas, épocas, espacios y horizontes que quizá no podíamos imaginar pero que podemos conocer. Cada lectura nos trae un poco de alimento, saber y magia, y algunas de ellas nos transforman para siempre, como el libro que hoy presentamos desde este chiquero, con profunda admiración y respeto.

El imperio de los cautivos I Boniface OfogoPretérito imperfecto, primera parte de la trilogía El imperio de los cautivos, de Boniface Ofogo (Bogondo, Camerún, 1966) es una novela, una biografía y un retrato. Su protagonista es un hombre que regresa a África después de haber pasado décadas en Europa, para reencontrarse con su país y acudir al llamado de su familia. Lo que se le presenta allí (y a los lectores con él) es una cultura vibrante en resistencia, que brota a través de las cicatrices de la opresión.

Aquí los villanos siguen siendo villanos y las víctimas son totalmente reconocibles, pero no tienen un rostro ni una voz única: son el coro de los que reptan para sobrevivir, ahogados por la sombra, bajo el peso del oro, marfil y diamantes que dejan en ellos un rastro de dolor: la riqueza acaba en otras manos.

Pretérito imperfecto da cuenta, a través de la historia de Titirilandia, de profundas telarañas de complicidad, simulación y el indiscutible panem et circenses que caracteriza a todas las tiranías. Desde el esclarecedor prólogo hasta la última página, aprendemos a través de un cúmulo de emociones, pero también desde los datos y la denuncia, ancestral y presente.

En este libro palpita un amor profundo por la libertad, el empeño y la luz, valores y espíritu de las comunidades, pueblos y naciones de África, continente en el que desborda una realidad que es necesario dar a conocer. Es un relato y también una advertencia, porque, parafraseando un dicho africano, la voz de los leones cuenta una historia distinta a la del cazador.

Después de leer la primera parte de El imperio de los cautivos, agradecidos con el autor por su entrega y valentía, no basta decir que esperamos con ansia las siguientes; también quedamos atentos a la historia que apunta más lejos y más alto que sus páginas.

Boniface Ofogo Nkama. El imperio de los cautivos I: Pretérito imperfecto. Prólogo de Mbuyi Kabunda Badi. Bilbao, 2023. 276 pp. Más información y pedidos aquí

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Chispazos Inspiración pura Marranadas Reseñas

Fronteras (nomás traslomita)

Parecería simple encuadrar nuestra reseña en el “basado en una historia real” que aparece en tantos libros y películas. Pero hay una diferencia clave, al mismo tiempo intimidad y desgarro.

En Fronteras, de Mara Jiménez, los personajes están vivos, y anidan en el cerebro, el corazón y otras vísceras del lector; allí encuentran ecos y disonancias. A poco de haber empezado, logran que nos importe su suerte aunque, como en todo lo nacido de la realidad, llamen más la atención las luces, por inesperadas, que las sombras, por cotidianas.

En el centro de la historia están las mujeres, y no es frase oportunista sino esencia absoluta: sororidad a prueba de distancias, desilusiones, dilemas, décadas y dictaduras que enfrenta límites impuestos desde fuera, pero también los que cada quien descubre desde dentro.

Fronteras es un libro creado con los aderezos del oficio, el sazón de los años y calidez de entraña, evidente en la voz de la narradora, que intenta desdibujarse moviendo los reflectores hacia los otros, pero igual que ellos, junto a ellos y con el fondo de ellos se retrata, digámoslo alto y claro, como protagonista de pleno derecho.

Quien esto escribe, lector todoterreno y de kilometraje más Verne que Humboldt reitera su envidia por las aguerridas letras de Mara, que ya han asomado antes por aquí, y la invitación a dejarse transportar y transformar por ellas, sin necesidad de pasaporte.

Mara Jiménez. Fronteras. Editorial Dunken. Argentina, 2022. 197pp.

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Happy-Happy Joy-Joy Reseñas

“Cayendo” en Las trampas del hambre

trampashambrePara esta pocilga es un honor compartir con el selecto público y el no tan selecto personal la aparición de Trampas del hambre, el primer libro impreso de Mara Jiménez (léase con énfasis de merolico emocionado).

Hay magia en la familiaridad, porque lo que encuentro es congruente con lo que conozco y alimenta y responde a lo que vivo. También porque (valga el “disclaimer“) la autora habita mis afectos desde años antes de que me llegaran sus letras.

Además, alguna de esas narraciones no sólo la vimos nacer, sino también desarrollarse, en un camino plagado de espinas, espigas y armonías no tan concomitantes —lo digo por Fito Páez— demasiado parecido a este blogbarrio.

Ya lo dijeron en la presentación, y de mejor modo: en “este oficio” (entiéndase lo que se quiera) hablar de un libro, provenga o no de autor querido más allá de las letras, es complicado porque, si no hay sentido del humor (y a veces aunque lo haya) es necesario combinar alegría, sadomasoquismo y envidia en partes proporcionales. Evitarlo no siempre es posible ni hace falta: ante la página, el diálogo va entre el lector y la palabra.

Otro tipo de magia, diría el viajero estilo Verne, está en acudir a lugares y escenarios: los que me parece reconocer, los que quisiera conocer, y los que desconozco. Macro o microcosmos donde creo que puedo asomarme sin peligro… pero mientras leo, adopto (o adapto) a los personajes, y adquiero un lugar como ellos o entre ellos, hasta que termina el cuento. Y me sorprendo, como cuando descubrí en los trinos que Mara había rimado voto con escroto. Ajá.

Desde la Crónica de los desayunos hasta El banquete, los seis relatos de Trampas del hambre reflejan avidez por las palabras, respeto por las historias y complicidad con el lector. Las páginas fluyen en la aparente brevedad de este libro de presentación atractiva y (hay que destacarlo) precio accesible.

Una “primera obra” que nos muestra el hambre de letras y nos deja en la trampa, porque sabemos, y esperamos, que vendrán más. Así sea.

AVISOS PARROQUIALES: Ningún animal fue maltratado en la elaboración de esta reseña, que no contiene espóileres ni risas grabadas. #SoyFanYQué

Mara Jiménez. Trampas del hambre. Editorial La Otra. México, 2016. 128pp.

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Chispazos Inspiración pura

El doceavo, no confundirás

480px-Patrick_Rothfuss_CC_by-Alvintrusty-WikimediaCommons

 I can support a lot of things in the pursuit of art, but I’m not a fan of actively occluding the story.” — Patrick Rothfuss, autor de El nombre del viento y El temor de un hombre sabio, en una reseña en Goodreads.

 

 

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Corriente

Así érase una vez

Este video circuló hace unos días por correo y en la casa de los trinos, pero es demasiado propicio para dispersar el lunes… y como “prólogo” del tradicional recuento de lecturas en este chiquero lodoso pero gozoso, que en 2011 (¡otra vez!) superó el Reto de los 50 libros. Gracias a todos los que, en el ciberespacio y más allá, me lo hicieron notar. Disfrútenlo.

The Joy of Books

 

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Corriente Happy-Happy

#30 libros, segunda parte

Como lo prometí, he aquí la segunda parte del recuento para el reto de los #30 libros, que me puso a pensar bastante, y probablemente inspire algún próximo post.

16. Uno ruso que sí haya leído. El rey Lear de la estepa, de Iván Turguéniev. Afortunado cruce entre hemisferios, en aquel entonces no separados por una cortina de hierro.
17. Uno de este año. Para no adelantarme (mucho) a las listas de “lo mejor y lo peor”, elijo Una cuestión de tiempo, de Michael Hoeye, sobre un pacífico ratón relojero metido a detective. No es tan devorador de libros como Firmin, aunque seguramente se llevarían bien.
18. El que más veces ha leído. Son varios, pero digamos Corazón, Diario de un niño, de Edmundo De Amicis. Sin duda, uno de los libros que provocó la avidez de leer… y quizás la de escribir también, aunque haya quien lo descarte como “el Diario de Ana Frank para varones”.
19. Uno que lo haya sorprendido por bueno. Océano Mar, de Alessandro Baricco. Playa, personajes y pasiones… además de una buena traducción, que siempre se agradece.
20. Uno que lo haya sorprendido por malo. La mano del muerto, de Alejandro Dumas. Reverso de El conde de Montecristo, donde alguien que sí merece lo que recibió hace pasar a Dantés peores desventuras. Basta decir que es uno de los pocos libros que recuerdo haber destruido (literalmente) del coraje, por el tiempo perdido y por las injusticias cometidas. De pena ajena.
21. Uno de cuentos (no valen antologías). La muerte tiene permiso, de Edmundo Valadés. Maestro y antologador que puso en práctica lo que enseñó a tantos a través de su legendaria revista El Cuento: allí aparecieron algunos inolvidables como el de Cary Kerner que ya comentamos aquí, aunque lo más valioso (también) era la sección de correspondencia, copiosa, instructiva, precisa y llena de claridad no exenta de respeto.
22. Uno de poemas (no valen antologías). Árbol Adentro, de Octavio Paz. Uno de los primeros libros de poesía que leí como tal y sin expectativas, a pesar de la fama de su autor… además de alguna anécdota.
23. Uno que le gustaría volver a leer en su vejez. El café de Qúshtumar, de Naguib Mahfouz. Descubrí al escritor gracias a este libro, que muchos llaman “obra menor”, aunque su tema no me lo parece. Además del café, por supuesto.
24. Uno que no le prestaría a nadie. Stalky y Cía., de Rudyard Kipling, uno de mis releídos consentidos, y que seguramente es familiar para J.K. Rowling como antecedente de Harry Potter.
25. Uno para aprender a perder. Rebelión en la granja, de George Orwell. Perder duele, pero pasa; lo importante es aprender en el trayecto.
26. Uno que asocie con la música que le gusta. El Silmarillion, de J.R.R. Tolkien, específicamente por Ainulindalë, inolvidable relato sobre la creación del mundo a través de la música.
27. Un libro que le regalaron y no le gustó. No puedo recordar alguno, así que en vez de achacarlo a mi mala memoria, prefiero pensar que quienes me han regalado libros saben lo que hacen.
28. Uno que le haya asustado. El impulso de matar: Anatomía de un psicópata, de Flora Rheta Schreiber. La autora de Sybil (un libro también estremecedor, aunque en otra tesitura) retrata a John Kallinger, un asesino verdadero, y el proceso de terapia que llevó ya encarcelado.
29. Uno que se haya robado. No robo (mucho menos libros), pero todo lector adicto tiene en su biblioteca aportaciones, digamos, más o menos involuntarias, por múltiples circunstancias. El que más se acerca a una anécdota digna de contar es Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, que me “obsequiaron” a cambio de hacer el resumen-tarea escolar de alguien a quien leer le parecía (espero que ya no) una pérdida de tiempo.
30. Uno que pueda salvar vidas. The Worst-Case Scenario Survival Handbook, de Joshua Piven y David Borgenicht. Este debe ser el libro de cabecera de Wile E. Coyote, sin duda, aunque no sea marca ACME. Ameno, entretenido, y quizá (aunque espero no tener ocasión de comprobarlo) bastante útil.

Después de esta “página letrerosa”, la pocilga retorna (esperamos) a su lodo-ritmo habitual… de lectura, por lo menos.

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Corriente Happy-Happy

#30 libros, primera parte

Leer no me lo dicen dos veces. Por eso, cuando por ahí apareció la convocatoria a hablar (más) de libros, no pude resistirme. “El Reto de los 30 libros”, propuesto por Mauricio Montenegro, se explica en su blog, y sigue sumando entusiastas. Pelusa hizo lo propio en un club con coordenadas semejantes, y Paloma, desde otra de sus esquinas, acudió al recuento de libros, con coincidencias y disidencias. Ahora, a riesgo de aburrirlos con lo de siempre, les comparto la primera parte de mi lista.

1. Uno que leyó de una sentada. Niebla, de Miguel de Unamuno. Además, fue una lectura “en vivo”: al terminar cada capítulo, puse una frase notable en trinolandia.
2. Uno que se haya demorado mucho en leer. Terminado, la versión en inglés de David Copperfield, de Dickens. No me arrepiento, sigue pareciéndome un muy buen libro. Por terminar: Cien años de soledad, en el que nomás no avanzo, y El Maestro y Margarita, de Bulgakov, que se me sigue resistiendo.
3. Uno que sea un placer culposo. Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, que además está disponible en Internet gratuitamente. Siempre me pone de buenas y me hace reflexionar.
4. Uno que le gusta a todos menos a usted. El país de las sombras largas, de Hans Ruesch. Sobre todo desde que supe que fue un invento después de ver una película.
5. Uno de viajes. Dos años de vacaciones, de Verne, o El señor de las Moscas, de William Golding. Muy entretenidos y parecidos, pero muy distintos.
6. Uno de un Nobel. El maravilloso viaje de Nils Hölgersson, de Selma Lagerlöf. Magia, aventuras, geografía e historia, según la edad del lector.
7. Uno muy divertido. Copyright, de Luis María Pescetti y Jorge Maronna. Me hizo reír, y me puso algunos libros más en la lista.
8. Uno para leer por fragmentos. La resistencia, de Ernesto Sábato. Con este libro rompí la regla (autoimpuesta) de no subrayar.
9. Uno con una excelente versión cinematográfica. El resplandor, de Stephen King. Stanley Kubrick + Jack Nicholson. Punto.
10. Uno con una pésima versión cinematográfica. El capitán Alatriste, de Arturo Pérez-Reverte. Como si a Peter Jackson le hubieran pedido hacer El Señor de los Anillos de Tolkien en una hora y media. Demuestra que Viggo Mortensen es capaz de hacer MUY malos papeles.
11. Uno que lo haya motivado a visitar algún lugar. El príncipe de los ladrones, de Cornelia Funke. Venecia no era más que otro destino turístico para mí hasta que lo vi a través de los ojos de un niño.
12. Una biografía. Sherlock Holmes de Baker Street, de W.S. Baring-Gould. No es cualquier cosa lograr que un personaje imaginario, aunque más real que muchos que no lo merecen, obtenga un tratamiento serio, original, divertido y adictivo a la vez.
13. El primer libro que leyó en su vida. Recuerdo varios, pero por nombrar uno solo, me quedo con El Principito, de Saint-Exupéry. Predecible, y qué.
14. Uno que haya odiado hace años y hoy admira. La Divina Comedia, de Dante. Me obligaron a leerlo en la escuela, resumido y en pésima traducción. Luego conseguí otra edición mucho mejor (el texto, porque el papel era casi de envolver tortillas) y más adelante por fin conocí el italiano original. Sigo maravillado.
15. Uno que haya amado hace años y del que hoy reniega. El lobo estepario, de Herman Hesse. Tanto como renegar, no; pero digamos que ahora prefiero lecturas distintas, a pesar de no olvidarlo. Otro que también, los Viajes al otro mundo: Ciclo de aventuras oníricas de Randolph Carter, de H.P. Lovecraft. En aquel entonces lo leí por morbo, y ya no me impacta como antes. Será (o no) la edad.

Como siempre, son bienvenidos los comentarios. Pronto, el resto de la lista.

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Corriente

Sólo porque leo

El interruptor encendido cuando aprendí a leer se quedó trabado, ojalá, para siempre. Las letras desfilan sin cesar con acompañamientos, y no sólo la música de Cri-Cri.

Un día, huyendo de extraños en la escuela, encontré un fichero alfabético. Lo abrí con curiosidad, y el profesor que vigilaba mis movimientos desde lejos dijo: Busca los datos de un libro que te guste, y podrás llevarlo a casa unos días. Cuando lo termines, tráelo para cambiar por otro, hasta que te canses.

¿Cansarme? Más bien quedé pasmado y febril, presa de la sed de letras. A cambio de una cartulina con foto tamaño infantil, devoré colecciones enteras. Conocí a Héctor Servadac, a Honorata de Van Guld y a Winnetou; supe que D’Artagnan y sus amigos tenían aventuras más largas y tenebrosas que la historia (adaptada para niños) que me cautivó cuando mi edad apenas llenaba un dígito. También deseé llamarme de otro modo cuando descubrí que un malvado llevaba mi nombre.

Esa biblioteca no existe hoy: fue absorbida, despojada y transformada en otra cosa por el paso de los años, los maestros y los lectores. El fichero, supongo, se alimenta de electrones, y los lectores no se registran a mano en una tarjeta de cartón. Pero las letras siguen.

Aún traen sorpresas, como que el creador del agente secreto más famoso del cine escribió también uno de los primeros cuentos que leí, sobre un loco inventor y su carcacha voladora. Continúa el asombro.

Tengo ojos, pero ahora sé que aprendí a explotarlos realmente mucho tiempo después de abrirlos por primera vez: eso es leer. A partir de allí, como dijo Borges (Jorge Luis), evolucionó un lector agradecido.

Mirar, ver y observar se conjuntaron gracias a las palabras, que así dejan sedimentos, haciendo menos soso mi seso, renglón tras renglón. Benditas sean.

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Corriente Explicaciones

Lecturas 2010 (II. Reencuentros y regodeos)

Cada año de lectura es distinto. Este que terminó me trajo muchas letras familiares, “viejos conocidos” que siempre transportan a épocas más simples.

Contra las “condiciones” del reto de los 50 libros, que exige que la mayoría sean nuevas páginas, en 2010 casi la tercera parte fueron relecturas, aunque hubo algún ingrediente extra. Como ejemplo, está David Copperfield, un entrañable Dickens que leí hace muchos ayeres resumido y adaptado para niños. Esta vez enfrenté su versión completa en el idioma original, y aunque me llevó más tiempo del que supuse, fue muy agradable recordar pasajes y personajes.

Algo parecido sucedió con Cuore, mejor conocido en mi tierra como Corazón, Diario de un niño, uno de los primeros libros que recuerdo haber leído. Conseguí su edición en italiano, y (sorpresa) resultó bastante fácil, sobre todo porque sus personajes e historias los conozco casi de memoria. También algo tuvieron que ver Lou-Sin y las clases de baile, pero esa es otra historia.

Julio Verne, además de presencia siempre obligada en mis relecturas, fue motivo para un grato intercambio epistolar con dos sabios y queridos amigos allende los mares en la Ciutat Comtal.

También reaparecieron, con absoluto placer, el heroico policía anarquista Gabriel Syme, de El hombre que fue Jueves, y otra novela imprescindible, Las llaves del Reino, de A.J. Cronin.

Morris West (con un libro que habla del gusto por los idiomas), Jean M. Auel (gracias a un recordatorio del LicCarpilago), Louise May Alcott (por puro ocio), Donald James (por casualidad) y Malachi Martin (por algo de morbo) completan la gran lista de los releídos, casi todos llegados a mi biblioteca para quedarse. Espero.

Pero lo mejor de todos estos reencuentros llegó al fin del verano, cuando, al hacer limpieza pre-otoñal, descubrí una caja donde había guardado algunas de las novelas que leí en mi temprana adolescencia, entre ellas las aventuras de la “Pandilla de Sherlock Holmes”, de Terrance Dicks, y las muy recomendables andanzas de la familia Larsson, escritas por Edith Unnerstad, que volví a disfrutar con voracidad y alegría.

Así concluye el recuento de la cacería de letras 2010. Ha comenzado ya la temporada 2011, así que, como dirían en ciertos barrios, “ce aseptan sujerensias”. Gracias a todos.

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Corriente Explicaciones

Lecturas 2010 (I. Exclamaciones y suspensivos)

A consecuencia de ese inconveniente llamado “vida real” (y sin remordimientos, gracias al Decálogo del Lector de Daniel Pennac, extraído de su libro Como una novela), la lista que en 2008 tuvo 90 títulos y 84 en 2009, se redujo a “apenas” 62 tres años después. Diré para equilibrar que lo escrito tanto en la pocilga como en EyL y en otros ámbitos más personales superó por mucho mis expectativas. Pero pasemos a lo que nos truje, chanchos.

La mejor recomendación del año: Niebla, de Miguel de Unamuno, que además de reivindicar —es un decir— 😉 a Diana, fue lectura transmitida “en vivo” por Twitter. No deben perdérselo (el libro).

Un regalo bienvenido: La Virgen de los Deseos, de Néstor Taboada Terán, recibido en memorable ocasión junto a un plato de sushi. Narrativa mágica, erótica, autóctona, original.

El hallazgo: Las hijas de Romualdo el Rengo, cuento del inolvidable Cri-Cri. Un libro para perseguir en librerías de viejo y ferias de remate, y conservarlo siempre.

La rareza: The Son of Porthos, libro atribuido a Dumas, pero escrito en realidad por Paul Mahalin, contribuyente a la leyenda inmortal de los mosqueteros.

De tripas, corazón: Mundo del fin del mundo, con una gran reseña escrita por Pelusa. Luis Sepúlveda sigue pareciéndome un escritor cuya producción entera es digna de leerse.

Risa bienvenida: Pura anarquía, de Woody Allen. Hay que estar habituados a este tipo de humor, no totalmente norteamericano ni totalmente digerible. Más bien humor gris oscuro, con un poco de sal.

Rescate para los vampiros: Después de la decepcionante experiencia en 2009 con los vampiros emos de Stephenie Meyer, fue refrescante (y escalofriante) descubrir la trilogía en progreso de Guillermo del Toro y Chuck Hogan. Hasta ahora, los dos primeros libros (Nocturna y Oscura) han resultado muy satisfactorios.

Ahora sí, las listas (subjetivas y en desorden, como siempre). Primero lo “bueno”:

1. Matadero Cinco, Kurt Vonnegut. Alegato lleno de ironía, humor y crudeza sobre la guerra, narrado desde la lucidez que brinda la locura. Quienes combaten suelen ser olvidados por quienes los envían a combatir… y eso vale para todo tipo de luchas, incluso las que no usan balas.

2. Estupor y temblores, Amélie Nothomb. Sátira del mundo corporativo en un país que le rinde culto extremo al organigrama. El sabor de boca es más fuerte mientras más se parezca a lo que el lector haya visto o vivido. Otra cara de Japón que no es muy grata de ver.

3. 8.8: El miedo en el espejo, Juan Villoro. El terremoto en Chile que dejó varados (entre muchos otros) a un grupo de mexicanos sirve para recordar nuestro sismo de 1985. Crónica en paralelo de solidaridad, miedos y desenfado: gozosa y agridulce lectura.

4. Mal de escuela, Daniel Pennac. La transformación que experimentan los malos alumnos gracias a los buenos maestros, y cómo entenderla y aplicarla desde dentro. Urge que alguien haga una titánica obra de misericordia y se lo explique (o traduzca o deletree) a varios dizque maestros que infestan e infectan aulas, podios, curules y presupuestos por doquier. No digo nombres, porque esta es una pocilga decente.

5. Sherlock Holmes de Baker Street, W.S. Baring-Gould. LA Biografía (con mayúsculas) del más grande detective consultor de todos los tiempos, con lo que todo fan quiso saber o se imaginaba preguntar.

6. El inventor de palabras, Gerard Donovan. Un hombre que sabe leer y cuida su biblioteca tiene un perro; algo le pasa a uno y el hombre lo resuelve, digamos, gracias a lo otro. El único defecto de esta novela es la traducción, que a veces desinfla un poco la impactante historia.

7. Manual del distraído, Alejandro Rossi. Recopilación de artículos, ensayos, reflexiones, apuntes y hasta relatos que iluminan la mente, ponen a trabajar la imaginación y hacen volar el tiempo.

8. Un día de cólera, Arturo Pérez-Reverte. En registro “latino”, podría verse como gemelo del libro de Kurt Vonnegut. También es un vistazo a lo que sucede cuando quienes tienen el poder lo emplean para oprimir… y el estallido que provocan. Narración en parte ficticia de un suceso histórico que funciona hoy como advertencia.

9. Si una mañana de verano un niño, Roberto Cotroneo. Un ensayo para explicar, sin pretensiones, algunos libros que, más allá de su condición de “clásicos”, enseñaron a un padre a disfrutar la lectura. Escrito, como dice el subtítulo, en forma de Carta a mi hijo sobre el amor a los libros.

10. Romper una canción, Benjamín Prado. Crónica de dos amigos y su viaje para escribir las letras de “Vinagre y rosas”, el más reciente CD de Joaquín Sabina. Pleitos, Praga y parrandas en un ejercicio de escritura tándem transformado en canciones a través de música, experiencias y palabras.

Los “malos” (que no lo son tanto):

1. The front, Patricia Cornwell. Bueno para el ocio absoluto pero no mucho más, sobre las tentaciones que el poder y la corrupción esconden en un “pueblo chico” convertido, por azares de la política y algún secreto, en apetitoso botín. Una historia floja, punto.

2. La muerte de Amalia Sacerdote, Andrea Camilleri. Esta novela retrata en todos sus personajes el “no veo-no oigo-no digo” que es fórmula de la corrupción. Por eso no llega a ser un escapismo literario, sino una novela negra negrísima, con absoluta economía narrativa, y quizá por eso hace sufrir al lector. Un reverso de ficción que trae a la mente el Gomorra de Roberto Saviano.

3. Gran Canaria, A.J. Cronin. Esta la leí sólo para pasar el tiempo, pero no resultó suficiente. Sin duda, los mejores personajes de este autor son los médicos y enfermeras de sus otras novelas, y el inolvidable protagonista de Las llaves del Reino, que se cuece aparte.

En esta ocasión, hubo varios libros abandonados o inconclusos, pero quiero mencionar dos: Shalimar el payaso, que no me atrapó a pesar de todos mis esfuerzos; y De A para X: una historia en cartas, lectura exigente que (digo yo) una traducción irregular hizo más complicada.

En un próximo post, y para terminar este tema… por ahora, hablaré de otro aspecto de la aventura lectora 2010 que resultó sorprendente: los reencuentros.

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