A consecuencia de ese inconveniente llamado “vida real” (y sin remordimientos, gracias al Decálogo del Lector de Daniel Pennac, extraído de su libro Como una novela), la lista que en 2008 tuvo 90 títulos y 84 en 2009, se redujo a “apenas” 62 tres años después. Diré para equilibrar que lo escrito tanto en la pocilga como en EyL y en otros ámbitos más personales superó por mucho mis expectativas. Pero pasemos a lo que nos truje, chanchos.
La mejor recomendación del año: Niebla, de Miguel de Unamuno, que además de reivindicar —es un decir— 😉 a Diana, fue lectura transmitida “en vivo” por Twitter. No deben perdérselo (el libro).
Un regalo bienvenido: La Virgen de los Deseos, de Néstor Taboada Terán, recibido en memorable ocasión junto a un plato de sushi. Narrativa mágica, erótica, autóctona, original.
El hallazgo: Las hijas de Romualdo el Rengo, cuento del inolvidable Cri-Cri. Un libro para perseguir en librerías de viejo y ferias de remate, y conservarlo siempre.
La rareza: The Son of Porthos, libro atribuido a Dumas, pero escrito en realidad por Paul Mahalin, contribuyente a la leyenda inmortal de los mosqueteros.
De tripas, corazón: Mundo del fin del mundo, con una gran reseña escrita por Pelusa. Luis Sepúlveda sigue pareciéndome un escritor cuya producción entera es digna de leerse.
Risa bienvenida: Pura anarquía, de Woody Allen. Hay que estar habituados a este tipo de humor, no totalmente norteamericano ni totalmente digerible. Más bien humor gris oscuro, con un poco de sal.
Rescate para los vampiros: Después de la decepcionante experiencia en 2009 con los vampiros emos de Stephenie Meyer, fue refrescante (y escalofriante) descubrir la trilogía en progreso de Guillermo del Toro y Chuck Hogan. Hasta ahora, los dos primeros libros (Nocturna y Oscura) han resultado muy satisfactorios.
Ahora sí, las listas (subjetivas y en desorden, como siempre). Primero lo “bueno”:
1. Matadero Cinco, Kurt Vonnegut. Alegato lleno de ironía, humor y crudeza sobre la guerra, narrado desde la lucidez que brinda la locura. Quienes combaten suelen ser olvidados por quienes los envían a combatir… y eso vale para todo tipo de luchas, incluso las que no usan balas.
2. Estupor y temblores, Amélie Nothomb. Sátira del mundo corporativo en un país que le rinde culto extremo al organigrama. El sabor de boca es más fuerte mientras más se parezca a lo que el lector haya visto o vivido. Otra cara de Japón que no es muy grata de ver.
3. 8.8: El miedo en el espejo, Juan Villoro. El terremoto en Chile que dejó varados (entre muchos otros) a un grupo de mexicanos sirve para recordar nuestro sismo de 1985. Crónica en paralelo de solidaridad, miedos y desenfado: gozosa y agridulce lectura.
4. Mal de escuela, Daniel Pennac. La transformación que experimentan los malos alumnos gracias a los buenos maestros, y cómo entenderla y aplicarla desde dentro. Urge que alguien haga una titánica obra de misericordia y se lo explique (o traduzca o deletree) a varios dizque maestros que infestan e infectan aulas, podios, curules y presupuestos por doquier. No digo nombres, porque esta es una pocilga decente.
5. Sherlock Holmes de Baker Street, W.S. Baring-Gould. LA Biografía (con mayúsculas) del más grande detective consultor de todos los tiempos, con lo que todo fan quiso saber o se imaginaba preguntar.
6. El inventor de palabras, Gerard Donovan. Un hombre que sabe leer y cuida su biblioteca tiene un perro; algo le pasa a uno y el hombre lo resuelve, digamos, gracias a lo otro. El único defecto de esta novela es la traducción, que a veces desinfla un poco la impactante historia.
7. Manual del distraído, Alejandro Rossi. Recopilación de artículos, ensayos, reflexiones, apuntes y hasta relatos que iluminan la mente, ponen a trabajar la imaginación y hacen volar el tiempo.
8. Un día de cólera, Arturo Pérez-Reverte. En registro “latino”, podría verse como gemelo del libro de Kurt Vonnegut. También es un vistazo a lo que sucede cuando quienes tienen el poder lo emplean para oprimir… y el estallido que provocan. Narración en parte ficticia de un suceso histórico que funciona hoy como advertencia.
9. Si una mañana de verano un niño, Roberto Cotroneo. Un ensayo para explicar, sin pretensiones, algunos libros que, más allá de su condición de “clásicos”, enseñaron a un padre a disfrutar la lectura. Escrito, como dice el subtítulo, en forma de Carta a mi hijo sobre el amor a los libros.
10. Romper una canción, Benjamín Prado. Crónica de dos amigos y su viaje para escribir las letras de “Vinagre y rosas”, el más reciente CD de Joaquín Sabina. Pleitos, Praga y parrandas en un ejercicio de escritura tándem transformado en canciones a través de música, experiencias y palabras.
Los “malos” (que no lo son tanto):
1. The front, Patricia Cornwell. Bueno para el ocio absoluto pero no mucho más, sobre las tentaciones que el poder y la corrupción esconden en un “pueblo chico” convertido, por azares de la política y algún secreto, en apetitoso botín. Una historia floja, punto.
2. La muerte de Amalia Sacerdote, Andrea Camilleri. Esta novela retrata en todos sus personajes el “no veo-no oigo-no digo” que es fórmula de la corrupción. Por eso no llega a ser un escapismo literario, sino una novela negra negrísima, con absoluta economía narrativa, y quizá por eso hace sufrir al lector. Un reverso de ficción que trae a la mente el Gomorra de Roberto Saviano.
3. Gran Canaria, A.J. Cronin. Esta la leí sólo para pasar el tiempo, pero no resultó suficiente. Sin duda, los mejores personajes de este autor son los médicos y enfermeras de sus otras novelas, y el inolvidable protagonista de Las llaves del Reino, que se cuece aparte.
En esta ocasión, hubo varios libros abandonados o inconclusos, pero quiero mencionar dos: Shalimar el payaso, que no me atrapó a pesar de todos mis esfuerzos; y De A para X: una historia en cartas, lectura exigente que (digo yo) una traducción irregular hizo más complicada.
En un próximo post, y para terminar este tema… por ahora, hablaré de otro aspecto de la aventura lectora 2010 que resultó sorprendente: los reencuentros.