Con el tiempo he dejado de decir que las cosas “no me salen” porque una voz que es al mismo tiempo conciencia, duende y espíritu chocarrero me recuerda que el oficio está en la práctica. Por eso la recompensa extraordinaria que es el reconocimiento no puede ser mi primer objetivo. En cambio, reconozco que escribo porque no puedo evitarlo. Parafraseando a Hemingway, escribo porque me dan ganas de leer algo que nadie ha leído antes. El ejercicio crítico de la vista me revela que, si algo aporto, primero me lo aporto a mí.
En el ballet una bella postura (que a veces tiene su propio nombre en francés o ruso) sale en la foto; lo que no sale son los pies magullados ni las horas de práctica. Pero sin ellas no hay foto.
Además, la (an)danza no es un maratón infinito, pero siempre es movimiento. La vida nutre al oficio, y el oficio le da expresión a la vida.
También hace falta descansar, distraerse y hacer otras cosas. Darle pausa, contenido e ingredientes a la vida para que el oficio se recargue en la digestión, la frustración, la inspiración y la diversión, hasta que el intérprete incorpora sus tropiezos en la coreografía y todo fluye, como si estuviera planeado, hasta el aplauso.
Este post tiene su origen en una gozosa conversación que empezó hace muchos años, ejemplo de todo lo que aquí he dicho… y que hoy no tiene solo música de ballet.