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Letras, vidas y vínculos
Agenda mediante, le llegó su hora a una actividad que a estas alturas de la pandemia no puede parecer más rutinaria, pero lo que sucedió tiene su propio cauce y caudal, y además (gracias a la previsión) no hubo amenaza de cuenta regresiva.
Lo demás fue pura fluidez. Los ingredientes cayeron en su lugar como colores numerados en una ilustración a espera del artista. Como lluvia sobre lienzo con vino y música. Como ciencia no oculta: compartida. Como cultura general que no juega, pero cómo se divierte.
A la par del reloj olvidé las imágenes, porque lo que vi no eran rostros sino presencias. Cada voz las vistió de sus propios recuerdos, anhelos o carcajadas.
El punto final me trajo a la memoria esas fiestas infantiles donde los invitados (a veces con mala suerte en la piñata) recibían de todos modos una bolsa de dulces, porque me llevé distracción, alivio, curiosidades, calidez, crecimiento… incluso libros por leer y hasta por releer.
Todo a partir de vínculos, un concepto que creo haber visto en alguna parte. Estoy seguro de que no fue en una pantalla, y sé que para contarlo hacen falta más horas que todas estas palabras.
Luz de sol que no se queda en la ventana.
Aromas que se distinguen y unen en la cocina.
Una llamada transatlántica y optimista.
Grados de calor que no agobian sino abrigan.
Una videoconferencia que se prolonga sin obligación.
Libros que no acumulan polvo y siguen contando historias.
Rostros y gestos reconocibles a pesar de los años.
Recuerdos que se comparten a la velocidad de la luz.
Una lección de genética a través del gozo.
Escribir porque puedo, porque quiero y porque sí.
Lista a la manera de Sei Shonagon (ca. 966-1017), siempre una dama y a veces poetisa japonesa, autora del Libro de Cabecera (no para niños) que inspiró la película (tampoco para niños) de Peter Greenaway.
Hoy traigo para todos ustedes un libro que he releído, recomendado y regalado muchas veces, y que viene completamente al caso para despejar, distraer y divertirse un poco, algo cada vez más necesario en esta cuarentena (y no solo allí).
Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, de Giulio Cesare Croce (y Adriano Banchieri), narra sucesivamente las aventuras de un abuelo, su hijo y su nieto en la corte del rey Albuino en Verona.
La historia podría ser una de esas que cuentan la vida de varias generaciones (por ejemplo Tres lindas cubanas, de Gonzalo Celorio, o Mujercitas, de Louise May Alcott), u otras que hablan de pleitos entre la pobreza y la nobleza (El Señor de los Anillos o hasta Juego de Tronos), cada una con sus bondades, pero no.
La gran particularidad y enorme mérito de este libro se resume en tres palabras, que enfatizo si me permiten (y si no también): sentido del humor. Bertoldo es un rústico campesino, pero su agudeza mental y su ingenio no le piden nada a Sócrates. O al más brillante que le pongan enfrente, pues. En cuanto a su familia… digamos que es interesante ver cómo funcionan las supuestas leyes de la herencia. El libro asombra, enseña y sobre todo hace sonreír a quien se deje.
Lo mejor: como es una obra escrita en 1620 (aunque traducida y adaptada, sin problemas para el lector actual), está gratuitamente disponible, ya sea en italiano o en una sabrosa traducción al español.
Por supuesto, Bertoldo y sus amigos están en la repisa de cabecera del chiquero… y por si algo nos faltara para quererlo, Croce tiene un breve escrito (aún no traducido), que ostenta el glorioso título L’eccellenza e trionfo del porco. Gracias, maestro.
Un derecho y un doblez
Una de las tradiciones añejas de esta pocilga es husmear imitando a los buscadores de trufas para encontrar “rincones insólitos” en la red de redes. Sitios donde haya algo extraño, asombroso, o solamente entretenido, pues a veces hace falta distraerse en medio de lo que muchos ven como confuso lodazal.
Con esa idea, y sabiendo que el encierro progresivo puede ser frustrante para todos sin importar la edad, les compartimos avioncitos de papel, para echar a volar la imaginación (sin necesidad de rifa).
Para esta pocilga es un honor compartir con el selecto público y el no tan selecto personal la aparición de Trampas del hambre, el primer libro impreso de Mara Jiménez (léase con énfasis de merolico emocionado).
Hay magia en la familiaridad, porque lo que encuentro es congruente con lo que conozco y alimenta y responde a lo que vivo. También porque (valga el “disclaimer“) la autora habita mis afectos desde años antes de que me llegaran sus letras.
Además, alguna de esas narraciones no sólo la vimos nacer, sino también desarrollarse, en un camino plagado de espinas, espigas y armonías no tan concomitantes —lo digo por Fito Páez— demasiado parecido a este blogbarrio.
Ya lo dijeron en la presentación, y de mejor modo: en “este oficio” (entiéndase lo que se quiera) hablar de un libro, provenga o no de autor querido más allá de las letras, es complicado porque, si no hay sentido del humor (y a veces aunque lo haya) es necesario combinar alegría, sadomasoquismo y envidia en partes proporcionales. Evitarlo no siempre es posible ni hace falta: ante la página, el diálogo va entre el lector y la palabra.
Otro tipo de magia, diría el viajero estilo Verne, está en acudir a lugares y escenarios: los que me parece reconocer, los que quisiera conocer, y los que desconozco. Macro o microcosmos donde creo que puedo asomarme sin peligro… pero mientras leo, adopto (o adapto) a los personajes, y adquiero un lugar como ellos o entre ellos, hasta que termina el cuento. Y me sorprendo, como cuando descubrí en los trinos que Mara había rimado voto con escroto. Ajá.
Desde la Crónica de los desayunos hasta El banquete, los seis relatos de Trampas del hambre reflejan avidez por las palabras, respeto por las historias y complicidad con el lector. Las páginas fluyen en la aparente brevedad de este libro de presentación atractiva y (hay que destacarlo) precio accesible.
Una “primera obra” que nos muestra el hambre de letras y nos deja en la trampa, porque sabemos, y esperamos, que vendrán más. Así sea.
AVISOS PARROQUIALES: Ningún animal fue maltratado en la elaboración de esta reseña, que no contiene espóileres ni risas grabadas. #SoyFanYQué
Mara Jiménez. Trampas del hambre. Editorial La Otra. México, 2016. 128pp.
Sin ojos no hay paraíso (I)
Los privilegios (y coincidencias) de la vista parecían no tener límites, hasta que llegó el cansancio.
Mi oftalmólogo de cabecera me dijo: “para la cantidad de páginas que has leído en tu vida, ya te habías tardado”. Y es que, con todo y ojo biónico, tiene razón.
Este ejercicio de leer todo el tiempo que a mí me resulta inevitable, parece ser más raro de lo que suponía. Sin embargo, me preguntaba por qué se les cansa la vista a aquellos que casi no leen. Habrá quien responda que las letras no son lo único que bien vale unos lentes, y por supuesto tienen razón. Pero insisto porque entre mis amigos y familia, la “vista cansada” sólo sale a relucir cuando se trata de leer: parece que nadie echa mano de las gafas para contemplar otra cosa que no sean letras.
Lo que me quitó el “amoscamiento” hacia quienes despotrican sobre los lectores empedernidos y usan gafas para leer (con todo y el probable autogol) fue, como siempre, una niña que me dijo: “para ver una sonrisa no necesitas lentes”. Verdad purísima. (continuará)
Para subir al cielo se necesita
Una escalera grande “y otra cosita”. Así dice la canción, y aquí también se aplica aunque no sea la bamba. Pregúntenle si no a los intérpretes originales de este clásico, muy satisfechos (¿hasta las lágrimas?). Y el público, como siempre que se oye un himno: de pie.
Stairway to Heaven, el cover. Por Heart y Jason Bonham.
Acá está todo el homenaje a Led Zeppelin (y a Buddy Guy, Dustin Hoffman, David Letterman y Natalia Makarova… por si algo faltaba), que es de 2012, pero quesque se está volviendo viral. Será que por fin mejora el gusto musical.
Ahora sí, ¿quién dijo lunes?
Sí hay camino
A veces la mejor manera de (re)iniciar una andadura es alzar la voz y los ojos a las estrellas, para mirar desde allá los pasos que tenemos por delante.
I.S.S. (Is Somebody Singing)
https://www.youtube.com/watch?v=ueh-qFGHELA
Por eso, también, a veces pasamos por alto alguna música hasta que obtiene, digámoslo así, el sello de aprobación de nuestros buenos amigos.
(Aquí iba una canción de los Muppets que el Yutub desapareció. Snif.)
Ahora sí: Que el 2014 sea para bien. ¡Sigamos adelante!
.. y luego estos dos sacaron un conejo de la chistera, para hacer que una canción “sagrada e intocable” suene como nunca antes. O como antes de entonces, pero aun así ahora. Wynton Marsalis y Eric Clapton, nomás. Pónganle esto al lunes, para que afloje.
Eric Clapton, Wynton Marsalis – Layla
Después de escucharlo (y levantar mi quijada del piso) debo decir, como en los comentarios al video allá en yútub: Gracias, Carlos. Muchas gracias.