Casi al mismo tiempo que al calendario de la pandemia le llegó la ronda de aniversario, recibí la oportunidad de sacudirle la polilla a algunas destrezas añejas del oficio y reanimar el gozo de trabajar con las palabras.
Dicho con metáfora de chiquero, la navegación estética me ha llevado más cerca de Joaquín (Mortiz, aunque también Sabina) y lejos de Alfredo Palacios, a décadas del empujón inicial recibido de alguien que confió más en su intuición que en mis credenciales, tal como dicen que le pasó a Arreola.
Editar y corregir textos es como hacerle cirugía plástica a una estatua de mármol: antes de empezar es necesario conocer bien el objeto y, digamos, su historia clínica, además de preparar los instrumentos con tanta delicadeza como el mise en place del experto cocinero.
Solo así es posible acometer la tarea con más lija de agua que buril, pero sin miedo al cincel ni a la navaja. O eso digo yo. Seguiremos informando.
Ah. Por supuesto, este post tiene dedicatoria… y soundtrack.
2 replies on “Óxido y diamantes”
Puede ser que a la intuición hay que empezarle a reconocer como una forma de conocimiento superior… las credenciales… ¿qué? En Santo Domingo te las hacen por docena, y nadie tiene credencial de nuestro club selecto de amistades… digo, yo digo…
Mara: La intuición, femenina por naturaleza, y la imaginación, por definición traviesa, cuando trabajan juntas, cuentan verdades que asombran, retratan realidades que estremecen y siembran vínculos que trascienden. Un gusto, como siempre.