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Borrones Corriente

Palabrería cotidiana III

Escribir es una actividad de minero, de talador, de alquimista, de jardinero. Exige manchar las manos en el frío del oficio, esculpiendo a golpe de tinta y electrón algo que no sé bien a qué o a quién se parece… hasta que termina. Sólo entonces, al final de la obra perseguida.

plumafuentePor ese instante es todo el afán. Para eso gasto  sueños y sangre: para construir refugios de palabras.

A veces, el agotamiento de vivir en todo lo que no son letras me impide pensar en ellas. Pero el cuaderno es implacable con su estridente coro de vacío. Aun cansado, hay que escribir otra sílaba, una línea, una frase… para que la fatiga se diluya.

Por culpa de ese breve instante, ese fulgor y otros detalles y gestos me transforman (desde una sonrisa hasta las carcajadas torrenciales del “chiste local”; desde un saludo envuelto en éter hasta el inescapable abrazo). Entonces experimento una felicidad que agoniza en su mismo nacimiento.

Dura muy poco: lo suficiente para exprimirle un par de letras al silencio… y seguir adelante.

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