Una vez estábamos en una fiesta sepa dios dónde, en casa de no sé quién tirando dardos; nomás por diversión. Nada de apuestas.
Me salían tiros de fantasía, cruzaítos, chuequitos, rápidos, lentos, con comba, sin comba; y casi todos pegaban en el tablerito; obvio no en el centro, pero cerca.
Y que me dice: “¿cómo le haces?” me dice…
Y yo: “aaa ps asíii. Nomás le avientas así, y ps ya.”
“Noooo, pero dime “cómo”.
Y yo: “Ah chingá, qué buena pregunta”.
Tomé aire, y me dispuse a lanzar otro dardo; pero esta vez atento a cada fibra de mi cuerpo, a cómo se movía cada hueso, cada cartilaguito.
Lo ví, lo sentí.
Y que le digo: “Mira, ps primero, pones los pies firmes. Sientes cómo el talón pega en el piso, y carga tu cabeza. Separas un poco los pies, apoyas el peso de la espalda y hombros en la cadera, relajas el omóplato y alzas el brazo jalando desde el codo. Echas para atrás la mano, sintiendo cómo gira el brazo tomando como centro el codo; tuerces un poco la muñeca y cuando te sientas lista, tensas el bícep, dejas que la fuerza llegue al brazo y destuerces la muñeca cuando la mano va para adelante. Y sueltas. Vualá”.
Y que le pega al centro.
Creo que tanta emoción lo echó a perder, porque de ahí palante, nomás no le pegamos a ningún centro. Nos aburrimos y mejor seguimos bebiendo.
En días como estos me gustaría poder llegar a una técnica, una receta, un algo que me ayude a no encabronarme tanto. Así. Que fuera tan sencillo como recargar el peso en las piernas, como torcer la espalda y que por ahí resbalara el torrente de pendejadas ajenas rebotadas a propósito.
Quebrar la muñeca y desestimar las falsas imputaciones.
Aplicar la media vuelta por tiempos y negarme explícitamente a seguir aguantando pendejos.
Mierda.
Cuánta frustración para un sólo día.
Y ¿a qué iba?
Ah, sí. Feliz octubre.