“Son raros esos momentos en que unos músicos tocan juntos algo más dulce de lo que nunca han descubierto en ensayos o actuaciones, algo que trasciende el mero dominio técnico o colectivo, y en que su expresión se torna tan natural o grácil como la amistad o el amor. Entonces nos muestran un atisbo de lo que podríamos ser, lo mejor de nosotros, y de un mundo imposible en donde das todo lo tuyo a los demás, pero no pierdes nada de ti mismo. Fuera, en el mundo real, existen planes detallados, proyectos visionarios para ámbitos específicos, todos los conflictos zanjados, felicidad para todos, para siempre: espejismos por los que la gente está dispuesta a matar y a morir. El reino de Cristo en la tierra, el paraíso de los trabajadores, el estado islámico ideal. Pero sólo en contadas ocasiones, se levanta el telón realmente sobre este sueño de comunidad cuya evocación tantálica difuminan luego las últimas notas.” Ian McEwan, Sábado.
Ya hace tiempo que la noticia de este magnífico video ronda el planeta. Dura un ratito, pero la paciencia tiene sus recompensas, se los aseguro (hasta acaba de ganar el Academy Award mejor conocido como Oscar; aunque eso no es lo importante). Gracias a Pelusa por haberlo enviado acá primero, y a ustedes, por estar. Quedan en buena compañía.
“El pasado no vuelve”
(así me dijo un hombre sabio ayer)
y entendí que, después de estremecer,
lo que vivimos fue, pero se queda.
Así le dije yo,
pensando que las flores que hoy nos maravillan
ayer fueron enteca y gris semilla.
El pasado ya fue, pero algo queda,
porque este hoy no vive de recuerdos
y sin embargo, de ellos se alimenta.
Al fin quedamos aquel sabio y yo
de acuerdo; término medio y lucha incruenta.
Es cierto que el pasado no regresa,
pero, aunque ya fue,
nos sedimenta.
Aparecido hace algunos ayeres (el 21 de febrero de este año, para ser más exactos) como comentario en Palabras Voladoras, y rescatado hoy para la pocilga, porque sí.
O como diría Oscar Wilde: “Vivimos en la cloaca, pero algunos aún miramos las estrellas”. Gracias a Luna por la referencia, muy bienvenida en este lunes y siempre, para disipar las nubes con música y sonrisas.
Ladies and gentlemen:
Ya está aquí la segunda temporada de #cuentoalvapor
Las reglas son sencillas: el plan es que no hay plan, esto aparece y desaparece sin decir “agua va”, a veces sin mucho orden de por medio, unas veces con tema y otras no, nadie se arde ni se engüila, cualquiera le puede entrar, sea o no en el tuiter de su confianza, y se puede –cómo no– romper la barrera de los 140. Y en podcast. Y en ilustración. Y en lo que más se le antoje, damita y caballero.
Bienvenidos, que esto ya empezó.
– – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – – –
*¡Ahhh! ésa sensación…* – …es un ejército de…
-¡Fuuuta!…
– ¡Corte! ¿qué pasa chingá? Esa escena la teníamos ya montada ayer. Además, ¡acuérdense que no tenemos tanto filme! ¡Pongan atención, carajo!… ¡Pollo!
– Perdón…Soorry…
– ¡¡POLLO!!
– Diga patrón.
– ¿Cuanto pietaje nos queda?
– Masomenos para 1:10 no más
*uuhh… Ya valió*
– ¡Mta! A ver Fernanda, ¿sale esta toma?
– No jefe. Este plano que es el corto dura 3:15 según el ensayo de ayer…
– ¡¡Aahh qué la chingada leidis!! ¡Pongan atención! ¡Pollo! ¡Carga otro rollo! ¡Media hora todos! Pero los quiero aquí, no se vayan. Y no se fuma en mi foro… ¿Okei?
Ustedes leidis, a repasar por favor. Ya casi… esta y otra y terminamos, ya chingá… Por favor ¿si?
*ta madre* – Si Rodri, lo que tú digas.
– Va, no hay pedo… Oye güey, ¿qué pedo? ¿Te tiraste uno? No mames, no seas puerca…
*oooh qué la veee…* – No manches, así huele por aquí.
– Sí, pendeja…
*chale ¿qué me haría daño?* – Pues sí güey.
– ¡Ya pues! Vamos a ensayar.
– – – – – – – – elipsis mamona- – – – – – – –
– Y… ¡Acción!
– Y ¿ahora qué hacemos?
– No lo sé…
– – – – – – – -otra elipsis mamona- – – – – – – –
– ¿Ya ven chicas? se los dije. Solamente necesitábamos un poco de concentración y ya. Esa escena era larga y complicada; en fin, ya terminamos. Muchas gracias…
*siii pinche mono… ahora sí ¿verdad?* – De nada Rodri, qué bueno que ya terminamos. Si, nos vemos en el bar…
– Va. Ora sí güey, dime la neta. ¿Te tiraste uno o no?
*siigue esta vieja* – ¡Que no güey!
– Ahh, ¡te caché! tú nunca dices groserías mas que cuando estás en pedos.
*que la veee…* – ¡Que no y que no! *¡Ahhh! ésa sensación… ¡Para que se te quite pendeja!*
Nana decía que algunas historias son importantes por lo que cuentan; otras, por quien las cuenta.
Esa frase, dicha en una tarde llena de sol y nubes caprichosas, me abordó hoy porque encontré en Internet uno de mis cuentos favoritos, que conocí gracias a Edmundo Valadés y su indispensable (ya desaparecida) revista El Cuento. En este relato se cruzan la literatura, la música y el mar.
La historia se llama Olaf oye a Rachmaninof, escrita por el noruego Cary Kerner, de quien nada más se sabe. El protagonista describe, de la única manera que sabe hacerlo, la presentación de un virtuoso, y al hacerlo invoca su propia magia.
Como acompañamiento, pueden escuchar, junto a Olaf, dos piezas del concierto, ambas de Beethoven: la Sonata 23, por Daniel Barenboim, y la Marcha Turca, en manos del mismísimo Rachmaninof. Todo sea por disipar el lunes.
Y siguiendo con esta ondita emanada del tuíter, les dejo esta #tiraalvapor que chingao, se nota cuando estoy en las mismas… se parece harto a aquel memorable post 100 y a otro hecho por el buen @tebin pero -Chale, de nuevo las explicacioncitas- ya sabrá alguno de ustedes cómo soy. Ni modos.
Eran –para mí– cuatro amigos, ahora muertos, que me abrieron la puerta de un panteón creciente e inagotable. Finito, porque todo lo que ocurre en este mundo tiene límite y pausa, pero no por eso aburrido.
Alfonso me presentó a Gilberto, quien me llevó por el camino irrenunciable del humor, la ironía y la buena mesa. Julio, contradictorio y enigmático, trajo consigo a Daniel y a Edgar, porque sabía que ellos y yo nos llevaríamos bien, y que me servirían de referencia tanto para la valentía ante lo desconocido como en el miedo a lo inminente. Octavio, casi por casualidad, invitó a Fernando. JorgeLuis, al final y con cierta desidia, trajo a Jack, aventurero y enamorado del aire libre, para darle color al bronceado de oficina. Luego insistió en que Julio (nada dijo entonces de Alfonso) conocía menos a Gilberto que él.
Cada uno me presentó amigos que hablaban con voces distintas, pero entonces no se me ocurrió preguntarles, ni me hacía falta saberlo, si además de hacer hablar a otros ellos tenían las propias.
Así fue como descubrí, tras vocablos prestados, a Alfonso Reyes, Julio Cortázar, Octavio Paz y Jorge Luis Borges, antes (o casi al mismo tiempo) de saber que esos tan buenos traductores de Chesterton, Defoe, Pessoa, London y Poe supieron cultivar, con oficio insuperable, voces propias de resonancias inmortales.