«La antropofagia es una bestialidad, pero engorda.»
Enrique Jardiel Poncela, Nueve historias contadas por un mudo.
«La antropofagia es una bestialidad, pero engorda.»
Enrique Jardiel Poncela, Nueve historias contadas por un mudo.
Las palabras, no las personas, son mis ranas.
O a lo mejor sí son personas-personajes, como Tom Sawyer, Nils, Mowgli, Allan Quatermain, Gandalf, Sherlock, D’Artagnan (más bien Porthos), Dan (el consentido de Jo March), el Sombrerero, Momo, Shatterhand, Miguel Strogoff, Dick Shelton, mi inolvidable Gabriel Syme y el incorregible Azazel, entre muchos otros… sin olvidar, por supuesto, al Caballero Desheredado.
Las demás ranas y sapos no las guardo en mi maleta: departen y comparten, al calor de brebajes, cuartillas y cazuelas, electrones, anécdotas y trazos, goles, moles, tequilas y jaiboles, códigos, palabras y compases, collages e ilustraciones, barro negro y colorado o de colores, carreteras, trincheras, lunas, estrellas y soles, acciones y pasiones, besos, abrazos, sesos y bostezos, carcajadas y sueños, con este chanchosapo en que la vida me ha convertido.
Esos gozos, recuerdos y dolores son trama y escalera de la vida. Así está hecha para que descubramos cómo hacer de cada instante un salto inmortal e inolvidable.
Esa es la vida despreocupada de los ChanchoPensantes: somos expertos, no perfectos. Y de pronto cumplimos un año.
No sabíamos cómo festejarlo. Así que dejamos pasar el tiempo quesque para reagruparnos. Pero no como nos pintan los apologetas de la mugre, con la vista baja y el hocico en el lodo, ni como nos describe Orwell, torpes sobre dos patas. No. Más bien, simplemente, andando.
Tal vez ha llegado la hora de recordar, como lo dijimos al inicio de esta aventura, que es peligroso vivir demasiado cerca de la suciedad porque corremos peligro de aceptarla. No porque nos guste la mugre, sino porque, en el fondo, nos damos cuenta de que mantener la casa limpia cuesta mucho más trabajo que habituarnos a vivir empantanados.
A moverse, pues. ¡Seguimos adelante!
Esta es una manera muy (digámosle “original”) de comunicarse con los que ya se nos adelantaron. Solidaridad, búsqueda o mero servicio público. Ya no sé. Ni quiero saber (al menos no ahora).
Telegramas ultraterrenos. El mensaje llega, aunque nos preguntemos cómo lo consiguió el mensajero… o cuál era el clima en el domicilio del destinatario.
«Me admira no tener retortijones ni urticarias, despertar sin las jaquecas que con tanta fidelidad me acompañaron en otras épocas. Tal vez la gente que no está llamada a las actividades prácticas sólo alcanza el cenit de su salud al aplacar las incontables enfermedades de la sensibilidad. En ese sentido, puedo decir que he conquistado la plácida salud de los imprácticos.»
Juan Villoro, El cielo inferior.
Un joven monje se acercó a Lou-Sin en busca de consejo.
Algo en el alma, en el centro de mi ser, me duele. Maestro, ¿puede sanarme el olvido?
Lou-Sin sonrió, y le dijo:
Lo que mejor te sanará son los recuerdos, porque ante el dolor nada tiene más sentido que el amor que debemos poner para vencerlo.
El debut de Lou-Sin, rescatado hoy para la pocilga, apareció originalmente como comentario “anónimo” en el blog De esquinas y rincones, el 2 de febrero de 2009. Fin del comunicado.
Liberales y Conservadores, Anárquicos y Demócratas, Creyentes y Agnósticos, Vegetarianos y Carnívoros; oposiciones, contrarios, contradictorios u optativos. No dije Comunismo y Capitalismo porque era muy predecible.
He aquí uno nuevo: los Freegans. ¿Alternativos… o extremos? Decídalo usted.
Hace ya un año lancé una invitación a compartir lecturas como parte del reto de los 50 libros.
Tras una cacería intensa y problemática, me dio gusto ver a todos los participantes en la lista (subjetiva, pero muy satisfactoria) de lo mejor del año.
Estos son algunos sucedidos del memorable “safari”:
a) Don Alberto, fanfromhell de Cortázar, insistió en recomendarlo a pesar de mi resistencia. Tiempo después, Luciano, primer comentante de la lista 2008, visitó el barrio del autor de Rayuela; lo tomé como casualidad del ciberespacio hasta que la tercera llamada (el video citado en el centésimo post de la pocilga) me llevó a Historias de cronopios y de famas. La experiencia me animó a repetir autor y cerrar con él mis 90 lecturas de 2008.
b) Después de buscar sin éxito algún libro de Steven Pressfield, recomendado por Won-Tolla, encontré Mundo Anillo, de Larry Niven, y lo compré sin darme cuenta (conscientemente) de que también era una recomendación. Como resultado, Niven y Cortázar son los clásicos de 2008.
c) El fin de año parecía propicio: largas horas de reposo y festín, necesarias para leer a los rusos. Pero la pachanga y el convivio fueron tales, que no hubo tiempo ni para un libro. Eso dejó un pendiente que me gustaba para rematar el año: El Maestro y Margarita, recomendado por Diana. Ya está en la cabecera.
d) El cuarto recomendante fue Lemdel, el desaparecido. Su lista puso en el radar a No es país para viejos, que también llegó muy arriba.
Ahora, mientras comienzo la vigésima lectura del reto 2009, ofrezco a ustedes mis sugerencias para este año, excluyendo los que ya abordé en mis reseñas selectas de 2008.
a) Filosofía a mano armada, Tibor Fischer.
b) León el Africano, Amin Maalouf.
c) Cuentos de Invierno, Isak Dinesen.
d) El miedo a los animales, Enrique Serna.
e) La princesa prometida, William Goldman.
Como el año pasado, la lista incluye un libro para niños (aunque igual de provechoso para adultos) y otro de un autor de mi país; todos, creo yo, dignos de relectura, regalo o reto.
Suplico a los comentantes inundar esta pocilga con el lodo sabio (Lau dixit) de su experiencia. Eso sí: por favor tengan piedad de la avidez recomendando libros disponibles. Gracias y… ¡a leer!
Hágalo usted mismo
— Buenas tardes. Estoy buscando algunos libros. ¿Puede ayudarme?
— Sí, cómo no. ¿Encontró todo lo que buscaba?
Zombies o clásicos
Mamá, te dije un libro de muertos, no de un muerto.
Exigente y conocedor
Éste parece un buen libro: está barato y conozco a los actores que hicieron la película.
Tiempo después de publicar un cuestionario sobre la nacionalidad mexicana que, además de instructivo, permitió sano esparcimiento en la pocilga (y nos puso en el radar de los buscadores de respuestas), Mara volvió a la carga hablando sobre (y desde) la experiencia de ser extranjero en la propia tierra o en tierra extraña.
La reflexión que siguió no tuvo resultados tan divertidos, pero llegó más allá de lo meramente anecdótico. Para mí, la identidad no es tanto cosa de banderas o fronteras, sino más bien de hogar y vecindario: ¿dónde (y con quiénes) me siento bien, construyo, aprendo? Las reuniones sirven para abrir los ojos a otras maneras de ser y de ver el mundo, preferiblemente en un entorno amigable, variado y abierto.
Cuando no es así, la clave para salir adelante no está en la fuerza de las propias convicciones, ni en mis (o sus) malas o buenas experiencias, sino (creo yo) en la capacidad de compartirlas. Eso, en otros tiempos, se llamaba “modales”, o (sin eufemismos) “buena educación”. Los modales sirven para que las personas convivan de modo que no resulten una carga, ni ocasionen un daño, sino que las vivencias se transformen en aprendizaje.
Vivir en el país o la región que sea y parecer “de fuera” puede provocar insultos o halagos. Lo malo es que los estereotipos sirven porque es más fácil asumir que estudiar, rechazar que convivir: tengo amigos de regiones y países (y colores y costumbres) muy diferentes, y yo no me parezco a Jorge Negrete ni a Cantinflas.
Lo cierto es que los estereotipos no resisten la convivencia, y esa es la pregunta: ¿qué tan dispuesto estoy a convivir? Nadie es tan tonto como para no tener algo qué enseñar, ni nadie tan listo que no tenga ya que aprender.
Estoy convencido de que “lo folklórico” es casi totalmente anécdota, y sé que la realidad es mayor que los prejuicios o los complejos.
El ser humano está lleno a rebosar de esas paradojas: la naturaleza chancha (el “temperamento”, el patrioterismo –que no patriotismo– o las puras tripas) se lleva de corbata a la naturaleza pensante que, paradójicamente, después del desahogo es la que debe limpiar el tiradero, vendar las heridas o levantar los ánimos. ¡Tan divertido que es unificar el ser chancho y el ser pensante!
La bronca es la disposición y el hábito de aprender: a hablar, a escuchar, a cooperar. A elegir. Aunque no tenga siempre la última palabra.
A convivir, pues, que la vida ya tiene drama suficiente.