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Borrones Corriente

Palabrería cotidiana III

Escribir es una actividad de minero, de talador, de alquimista, de jardinero. Exige manchar las manos en el frío del oficio, esculpiendo a golpe de tinta y electrón algo que no sé bien a qué o a quién se parece… hasta que termina. Sólo entonces, al final de la obra perseguida.

plumafuentePor ese instante es todo el afán. Para eso gasto  sueños y sangre: para construir refugios de palabras.

A veces, el agotamiento de vivir en todo lo que no son letras me impide pensar en ellas. Pero el cuaderno es implacable con su estridente coro de vacío. Aun cansado, hay que escribir otra sílaba, una línea, una frase… para que la fatiga se diluya.

Por culpa de ese breve instante, ese fulgor y otros detalles y gestos me transforman (desde una sonrisa hasta las carcajadas torrenciales del “chiste local”; desde un saludo envuelto en éter hasta el inescapable abrazo). Entonces experimento una felicidad que agoniza en su mismo nacimiento.

Dura muy poco: lo suficiente para exprimirle un par de letras al silencio… y seguir adelante.

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Corriente

The clock is tickin’

And today’s the meetin’. Good luck.

(Dedicado al 7w7 y a las NP)

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Corriente Explicaciones

Desdoblamiento

reflejos_wikimediacommonsDetrás de mis ojos, en ese tramo del librero que se pandea solamente cuando me acerco, descansa un libro olvidado. Esto empieza a ser frecuente; antes, mis lecturas eran más voraces y veloces, quizás porque, por deformación profesional, más que leer los libros me injertaba en ellos.

Ayer sucedió por fin. Contemplaba las páginas de un libro cuando me di cuenta de que mis dedos se habían manchado de tinta. Uno de ellos, el que maquinalmente deslizaba entre las páginas para no perderme o para avanzar en la lectura, se quedó pegado de pronto.

Horror, y es un libro prestado, caray. Un libro de esos que sí devolveré. Entre otras cosas, porque me ha gustado tanto —es decir, pretendo releerlo— que ya lo compré, y ahí está, nuevecito, apilado y celoso mientras termino de leer a su gemelo de otro padre.

Bueno, no importa; si le pasa algo a éste, entrego el otro al prestamista. Como está nuevo, y es el mismo libro, no le molestará. A lo mejor ni se da cuenta. ¿Y si no lo regreso? Bueno, no sé. Mejor lo termino de leer, a ver qué pasa.

Debo haberme distraído pensando porque no he cambiado de página en un rato. Es cierto: al parpadear, veo el libro comprado en el librero, aún cubierto de celofán y polvo, y su gemelo sobre mis piernas.

Mi mano sigue dentro del libro. Y al abrirlo, entiendo por qué: lo que leo es mi propia historia, y el libro que leo soy también yo.

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Corriente Explicaciones Marranadas

Libro interruptus

«… no existen razones legítimas que justifiquen la dificultad o el aburrimiento de los libros (…). La sabiduría no requiere un vocabulario o una sintaxis especializados ni se deriva para los lectores beneficio alguno del aburrimiento. Si se maneja con cautela, el aburrimiento puede servir de valioso indicador del mérito de los libros. Aunque nunca puede ser suficiente para emitir un juicio (y, en sus modalidades más degeneradas, deriva hacia la indiferencia y la impaciencia deliberadas), el tener en cuenta el grado de aburrimiento puede atemperar la tolerancia, por lo demás excesiva, a los disparates. Quienes no prestan atención a su aburrimiento al leer, al igual que los que no hacen caso del dolor, pueden estar incrementando su sufrimiento de manera innecesaria. Sean cuales fueren los riesgos de caer en el aburrimiento sin motivo, no menos peligroso resulta el hecho de no permitirnos jamás perder la paciencia con nuestras lecturas.»

«Toda obra difícil nos enfrenta a la disyuntiva de tachar de inepto al autor por su falta de claridad, o de estúpidos a nosotros mismos por nuestra incapacidad de captar de qué va la cosa. Montaigne nos anima a echar la culpa al autor. Existen muchas posibilidades de que una prosa incomprensible sea fruto de la pereza antes que de la inteligencia. Lo que se lee con facilidad rara vez ha sido sencillo de escribir. O bien pudiera suceder que un estilo semejante enmascarase la ausencia de contenido. La ininteligibilidad ofrece una protección incomparable a quien nada tiene que decir.»

Alain de Botton, Las consolaciones de la filosofía.

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Corriente siete

¡Oh! verdad.

“Todos somos guanabís, guan güey or anóder.”

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Corriente Fotos

Sabor a mí

A veces me acusan de haber hecho cochinadas.

Pig sculpture at Isle of Wight (Wikimedia Commons)Yo les llamo torpezas; respeto mucho al sabroso animal que me permite saborear la cochinita pibil en el mercado de Itzimná, las gorditas de chicharrón en Mixcoac o las carnitas estilo Michoacán en el mismísimo Quiroga.

Me llaman la atención quienes creen que la podredumbre mental se puede justificar con un monumento.

Yo creo que es mejor hacerse cargo de las propias marranadas sin sacarlas a pasear.

Por eso a veces, cuando tengo razón, me aplaudo a mí mismo.

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Navegante II

Los sueños, a pesar de su personal indemostrabilidad y metamórfica condición, pueden a veces ser transmitidos sin pérdida.

floating, by PiccoloNamek (Wikimedia Commons)Un viva, pues, para ese contagio motivador que anima a recorrer un territorio ajeno pero compartido, familiar pero ignoto, a veces intranquilo pero siempre grato.

Porque cerrar los ojos no siempre significa dejar de mirar.

Porque lo mismo que me hace descansar me da motivos para emprender actividades a veces rutinarias con nuevos bríos.

Un sueño es una aventura que puede ser conocida, pero que admite siempre una versión distinta.

Por eso, indudablemente, cada vez que sueño obtengo un boleto personal para el gozo.

Con -apenas- un atisbo del incógnito sabor que se avecina.

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Navegante

photo by Benjamin Gimmel (Wikimedia Commons)A veces los sueños me atrapan a media jornada. Cualquier incidente, cualquier objeto, puede ser la pista de despegue.

Entonces, cada parpadeo no es una respuesta natural a la irritación de los ojos: es una oportunidad para insertarme en el firmamento.

El anonimato me sirve para camuflajear la personalidad de espacionauta. Camino inadvertido mientras por dentro sonrío y emprendo el vuelo.

Los demás no entienden. Para ellos soy un pasajero de la vida como cualquier otro.

No se dan cuenta de que, aunque mi raíz sea la tierra, mi elemento -mi hogar, mi reino- es el cielo.

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Nocturno

Tuve una visión de los muebles de una habitación extrañamente mía. No había mullidos sillones, reclinables o no, ni gigantescos sofás que invitaran a hundirse en ellos… cosa nada difícil, dado mi volumen. Más bien dos cojines, presididos por una solemne colchoneta, un tosco cenicero y una planta que no reconocí. Un juego de bocinas y un aparato musical minimalista haciendo equilibrios sobre una mesita plegable. Un poster enmarcado de “Casablanca” o “Lo que el viento se llevó” (¿qué habrá pasado con Chagall, Van Gogh, Miró, Orozco, Herrán, ¡Picasso!?). Y punto.

ìmtura de Lucas Suppin (Wikimedia Commons)Los colores variados, rabiosos, eclécticos y absurdos, al estilo Bauhaus: piso amarillo, cielo (raso) azul, y las paredes de verde, con indiscretos toques de rojo. Ideal para que aparezcan el espantapájaros y el hombre de hojalata zapateando tras un pequinés impertinente.

Tras la pared, tres o cuatro libreros de armar con el Quijote, Tolkien, C.S. Lewis, Montecristo, la Canción de Navidad, Borges, El Hombre que fue Jueves, Don Camilo y una manida copia de la Divina Comedia; en ellos y con ellos busco sabiduría.

Si persigo una sonrisa, leo a Louise May Alcott, o a Jardiel Poncela. Para una seriedad con pátina de burla y de nostalgia, Los Pasos de López, o El Maestro de Esgrima. Abandoné al Marqués de Sade por el Marqués de Piloncillo (mayordomo del castillo). Me dejo seducir por el biógrafo de Zaratustra, pero siempre regreso al verbo ágil y flexible de la mayéutica.

A punto de sufrir una metamorfosis como la de Gregorio Samsa, pero región cuatro, miré la pared pensando qué gusto esparcir jirones de uno mismo, crear el entorno adecuado para que germine, entre cuatro paredes, eso que llamamos “vida hogareña”.

Me asomé al espejo, desportillado en una esquina, torciendo el bigote que disfraza de seriedad mis carcajadas, y aventuré la mirada por la ventana para guiñarle un ojo al siempre fiel Troncomóvil; alcé los brazos para tocar el cielo (raso) azul. Lo logré, pero no pude asirlo. Cerré las manos con un rastro de pintura fresca y de sonrisa, mágico elixir contra el despotismo iletrado, las llaves que gotean, las cuentas que se vencen, los encuentros que se aplazan….

Y en ese momento, desperté.

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Palabrería cotidiana

A veces olvido pagar la cuenta de la normalidad. Pero la vida, que sí tiene buena memoria, pasa la factura.

Pago el pesero con un billete de Colombia que me regaló un amigo. Y el chofer, después de ver mi cara distraída, nomás me dice: no tanto, joven.

deletrear (Wikimedia Commons)Tropiezo al ingresar al Metro. Mi altura y volumen sacan del sopor a los demás pasajeros. No pasó nada, pero me pregunto por enésima vez si los dedos meñiques de los pies sirven para algo más que para aplastarse contra los obstáculos. Reprimo una exclamación, y los otros sonríen a medias: a esa hora, cualquier cosa que no sea el estridor de un merolico es distracción bienvenida.

Llego a mi curso justo a tiempo para aspirar el fresco aroma a Pinol del pasillo recién trapeado. Ni un alma todavía. Resbalón, dedazo en el escalón y nueva danza de los antepasados.

La luz fosforescente me hace entrecerrar un poco más los ojos. Saco el cuaderno y, entonces sí, una sonrisa despunta entre mis labios.

Así, a veces, se manifiesta la cotidiana magia de escribir.

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