A veces olvido pagar la cuenta de la normalidad. Pero la vida, que sí tiene buena memoria, pasa la factura.
Pago el pesero con un billete de Colombia que me regaló un amigo. Y el chofer, después de ver mi cara distraída, nomás me dice: no tanto, joven.
Tropiezo al ingresar al Metro. Mi altura y volumen sacan del sopor a los demás pasajeros. No pasó nada, pero me pregunto por enésima vez si los dedos meñiques de los pies sirven para algo más que para aplastarse contra los obstáculos. Reprimo una exclamación, y los otros sonríen a medias: a esa hora, cualquier cosa que no sea el estridor de un merolico es distracción bienvenida.
Llego a mi curso justo a tiempo para aspirar el fresco aroma a Pinol del pasillo recién trapeado. Ni un alma todavía. Resbalón, dedazo en el escalón y nueva danza de los antepasados.
La luz fosforescente me hace entrecerrar un poco más los ojos. Saco el cuaderno y, entonces sí, una sonrisa despunta entre mis labios.
Así, a veces, se manifiesta la cotidiana magia de escribir.
2 replies on “Palabrería cotidiana”
qUÉ DIÉRAMOS ALGUNOS PORQUE LA MAGIA FUERA NUESTRA NORMALIDAD.
SALUDOS Y UNA SONRISA.
Sencillo y fresco. Sin duda mostrando la magia en la simplicidad