Parafraseando las casi inmortales palabras de Timón: ¿Qué se necesita para acabar con la insensatez humana? ¿Acaso un traje de superhéroe?
Palabra Pausa
In Memoriam Mario Benedetti (1920-2009)
Me duele como si fuera propio este silencio.
La tinta, súbitamente,
se ha transformado en lágrima.
Y la poesía, que apenas asomaba,
hoy enmudece.
De pronto se ha hecho pausa.
Descansa en paz, maestro:
nos quedan tus palabras.
Como la voz puede esconder insultos y traiciones, es necesario afilar tanto el ingenio como el mejor acero. Entonces y ahora no hay quien cuide mi espalda mejor que yo mismo, aunque nadie sea infalible.
El niño lector aprendió a descifrar las intrigas detrás de los modales cortesanos, aunque su propia indiferencia y frialdad fueran tan creíbles como inexistentes. Igual que sus personajes predilectos, cerró los puños ante aquello que veía pero no sabía, al menos entonces, remediar o suavizar.
Luego, la batalla. Antes de pelear, gritaba «¡Guerra y verrugas!», con un bramido formidable que hacía esconderse (por lo general bajo la cama) a todo enemigo, ya fueran monstruos, espíritus, piratas o alguaciles. Ahora, mi trabajo impone horario y condiciones para enfrentar oponentes más o menos precisos.
En los peores momentos de la lucha me serenaba mesando mi bigote. Hoy, cuando la jornada termina, repito ese movimiento ante el escritorio, y aunque es un verdadero bigote (o la sombra de una barba), no resulta igual de mágico que el de mis correrías bucaneras.
La satisfacción que daba contemplar un alfanje cubierto de sangre y cofres repletos de tesoros, aparece cuando termino una complicada revisión sin robarle horas al descanso o tengo tiempo suficiente para una cena entre amigos. Aunque temo no ser hoy tan veloz con la pluma como Almanegra es con la espada, puedo asegurar que sin duda soy uno de los más esforzados. El brillo de mi ojo (el que no está cubierto por un parche) es más fugaz, pero también más travieso. El adulto trabaja; el niño aún se burla del capitán Garfio.
Ahora mi patente de corso no reside en un pergamino, sino en libretas de papel reciclado y electrones viajeros. Aún existen molinos, villanos e intrigas, pero el adulto de hoy formuló hace tiempo, al tomar las armas, una divisa propia.
Huir de masas obtusas y evitar misas obsesas,
optando por las mesas, las mozas y las musas,
patronas para siempre de mis horas inconclusas.
Ante una hoja en blanco o tras la página impresa, armado de conocimientos y palabras, mi historia continúa al lado de Almanegra mientras avanza, sobre un caballo de imaginación, en el camino verdadero de los héroes.
Estamos de acuerdo en que el chancho y sus derivados lo tienen todo para ser una inspiración, pero esto es ridículo.
Tan ridículo como para ser un rincón insólito.
Pedazo a pedazo, tras el estruendo de un cañón, caen en su lugar los fragmentos de historias que recuerdo en detalle; ágilmente esquivo los mandobles de un guardia tras otro, hasta llegar, agitado y cubierto de sangre, al encierro de mi dama, quien es, como en todas las historias, la más bella del reino. «Bueno, tal vez –pensaré con galantería– la Reina mi señora sea un poco más hermosa. Pero solamente un poco».
Pausa para describir, mientras la amada recibe un rendido beso de su admirador (en la mano, desde luego) «la brevedad de su talle», «el adorable mohín de su sonrisa», «la nívea blancura de su rostro», y muchas otras cosas poco importantes, porque yo trataba de imaginar el significado de todos esos adjetivos. A esa edad me ocupaban más las mascotas que las doncellas. Ahora… es ahora.
En mis correrías idealistas era inevitable asociarme con el caballero Ivanhoe, paladín de los desheredados. Me entristecía escucharlo hablar de la ingratitud de Cedric el sajón, padre desnaturalizado. No sabía muy bien qué significaba eso, pero alguien con un nombre tan raro tenía que ser muy malo. Ahora recuerdo a cada momento esas aventuras, porque la intriga y los infundios existen también más allá de las páginas.
Los interminables títulos de los caballeros, su fanfarronería en combate, y las proezas glotonas dignas de Gargantúa y Baco me exigieron un nombre de armas, una genealogía y un juramento favorito.
Ivanius Almanegra. Nombre de poder, audacia y riquezas en boca de un niño de ocho años. Leyenda tenebrosa, maligna como el resplandor del horno encendido de noche. Por supuesto, era el seudónimo de un príncipe que ignoraba su sangre real. (concluirá)
Receta perfecta
Un par de reflexiones muy adecuadas para estas fechas. Sonrían y recuerden que, con estos dos ingredientes, se ha cocinado todo lo que vale la pena.
The Mom Song
Total Dadsense
…todo puede suceder. Nomás pregúntenle a la BBC.
Con esta entrada, mientras la azorada esmogópolis azteca vuelve (esperamos) al desorden habitual y el país entero toma aliento, los inquilinos de esta su pocilga harán lo propio.
La penumbra no me asustaba… decía yo. A los seis o siete años era dueño absoluto del mundo desde la fantasía invulnerable de los juegos. Mi trabajo actual de escribiente no se parece mucho a las andanzas que tuve como el más intrépido corsario de los siete mares: hoy prefiero el abrazo del sillón a la caricia del agua encharcada… una copa de vino es tan irresistible como ayer las nueces verdes que recogía del patio y comí siempre sucias.
A estas alturas no puedo borrar la sonrisa de mi cara; las carcajadas del héroe siguen allí, aunque la portada sea de cartón barato y el lomo esté engomado. Sólo importa pasar las páginas; no existe diferencia entre el lector y el protagonista.
Recuerdo que dejaba de leer para ensayar fintas y mandobles. Por culpa de las burlas sobre mi redondo vientre (que no lo era tanto), dejaba de ser Galahad y me vestía de Sancho Panza, o Pancino, recordando las andanzas del escudero vuelto agricultor, yo, pirata arrepentido hecho «intelectual».
El flaquísimo Rucio era un palo de escoba sobre el que podía cabalgar por horas. Hoy ruego al cielo que no aparezca alguna proeza pendiente para poder apearme de la silla y huir en busca de un café que rompa la rutina.
La agudeza mental, ayer siempre oportuna para desconcertar al enemigo, hoy exprime las neuronas para convertir una colección de anacronismos, redundancias y cacofonías trepidantes en frases fluidas y párrafos comprensibles. (continuará)
En beneficio de la humanidad doliente y la perpleja comunidad científica, presentamos una herramienta que puede ser útil y al mismo tiempo evitar el racismo animal. Tal vez así aparezca el causante de esta zoopidemia.
Beast Blender. Si no conoces el bicho, imagínalo.
Como una ola
Como una ola
tu amor
llegó a mi vida,
como una ooooOlaaaa…