Como la voz puede esconder insultos y traiciones, es necesario afilar tanto el ingenio como el mejor acero. Entonces y ahora no hay quien cuide mi espalda mejor que yo mismo, aunque nadie sea infalible.
El niño lector aprendió a descifrar las intrigas detrás de los modales cortesanos, aunque su propia indiferencia y frialdad fueran tan creíbles como inexistentes. Igual que sus personajes predilectos, cerró los puños ante aquello que veía pero no sabía, al menos entonces, remediar o suavizar.
Luego, la batalla. Antes de pelear, gritaba «¡Guerra y verrugas!», con un bramido formidable que hacía esconderse (por lo general bajo la cama) a todo enemigo, ya fueran monstruos, espíritus, piratas o alguaciles. Ahora, mi trabajo impone horario y condiciones para enfrentar oponentes más o menos precisos.
En los peores momentos de la lucha me serenaba mesando mi bigote. Hoy, cuando la jornada termina, repito ese movimiento ante el escritorio, y aunque es un verdadero bigote (o la sombra de una barba), no resulta igual de mágico que el de mis correrías bucaneras.
La satisfacción que daba contemplar un alfanje cubierto de sangre y cofres repletos de tesoros, aparece cuando termino una complicada revisión sin robarle horas al descanso o tengo tiempo suficiente para una cena entre amigos. Aunque temo no ser hoy tan veloz con la pluma como Almanegra es con la espada, puedo asegurar que sin duda soy uno de los más esforzados. El brillo de mi ojo (el que no está cubierto por un parche) es más fugaz, pero también más travieso. El adulto trabaja; el niño aún se burla del capitán Garfio.
Ahora mi patente de corso no reside en un pergamino, sino en libretas de papel reciclado y electrones viajeros. Aún existen molinos, villanos e intrigas, pero el adulto de hoy formuló hace tiempo, al tomar las armas, una divisa propia.
Huir de masas obtusas y evitar misas obsesas,
optando por las mesas, las mozas y las musas,
patronas para siempre de mis horas inconclusas.
Ante una hoja en blanco o tras la página impresa, armado de conocimientos y palabras, mi historia continúa al lado de Almanegra mientras avanza, sobre un caballo de imaginación, en el camino verdadero de los héroes.
7 replies on “Aventuras bucaneras IV (y último)”
¡Viva Almanegra¡
¡Guerra y verrugas¡
Algún día llegaré a escribir como tú.
Por cierto,te acompañé en tú ultima batalla,me viste?
Su alma es negra de tanto azul que ha navegado, de tanto rojo corazon que ha visto derramado, de tantas oscuras cuevas que ha visitado y de tanto buen vino que ha degustado… Es negra de profunda, que no de amarga…
Su pluma, que no ha perdido el filo, sigue tan veloz y certera como siempre.
Aqui seguiremos, viviendo el desenlace.
Besos
Ivanius!
Alegra mi domingo, concuerdo con los comentarios anteriores, siga escribiendo, sus fans aquí seguiremos aplaudiendo sus palabras.
MIentras Almanegra guíe gracilmente con su mano, tu mano de adulto, siempre vivirán en la memoria aquellos pasajes que fueron reales de los barcos y los tesoros recuperados a punta de espadazos. Mientras Almanegra habite en tí, ese “tú, niño”, habitará en él, y entre los dos verán en los vagones del metro, la oportunidad de asaltar a los enemigos piratas, y en las aburridas oficinas, cuevas con tesoros ocultos, que solo ven los ojos puros y mágicos.
Malquerida: ¿Para qué, si ya escribes como tú? Por supuesto, las batallas de Almanegra nunca son solitarias.
Pelusa: ¡Salud! y mil reverencias por sus gentiles palabras.
GA: Botellita de jerez… 😉
Como Mara, también creo que esta cohabitación de Almanegra contigo es una celebración de veras porque, ya quisiéramos todos mantener vivo al pirata (o princesa, o bruja, o acaso, hombre de hojalata) que alguna vez nos habitó, mantener vivas algunas de sus ilusiones como si fueran nuestras, seguir teniendo esa prodigiosa imaginación que en estas horas, de pronto nos hacen tanta falta. ¡Que el grito de guerra no acabe nunca! Besos antes de saltar al abordaje…
Mara: Almanegra se ríe mucho cuando intentamos decidir quién es el adulto.
Paloma: La clave no es mantener vivas las ilusiones, sino aplicar la capacidad de jugar en serio… para siempre.