Una de las tradiciones más entretenidas de la época decembrina es el “Nacimiento” o “Belén”, iniciativa de Francisco de Asís que ha servido tanto para divertir a chicos y grandes como para crear versiones que son auténtico gozo contemplativo y maravillas artesanales.
Así como hay quienes apenas lo toman en cuenta, otros se esmeran construyendo montes, lagos y casitas con cartón, heno, musgo, espejos, papel de colores, luces y hasta agua. Otros más coleccionan todo tipo de personajes, cuidando que “hagan juego” con determinadas épocas, estilos o costumbres, para enriquecer la puesta en escena y provocar admiración (como éste tropical que apareció hace tiempo en la pocilga).
Uno de esos belenes (cada año distinto, pero siempre magnífico) inspiró a cierto Chanchopensante una simpleza: “ocultar” entre los personajes a un intruso, para diversión de los espíritus infantiles y pasmo de algunos adultos especialmente celosos por la integridad artística del conjunto. Ante los hechos consumados aparecieron (ya lo esperaba) indignados argumentos de especialista, que exigían reparación inmediata: ¿a quién se le ocurre poner un pingüino?
Así surgió Crónica y aventuras de un pingüino en Palestina, miniserie de alucinación desbocada investigación prehistórica –de 2007, Antes de la Pocilga– que ahora podemos presentar a ustedes, amigos y visitantes del chiquero, gracias al gentil permiso de la fundación provocadora, digo, patrocinadora. En señal abierta y sin acreditación de National Geographic. (continuará)
El cuento de los tres cerditos y el lobo feroz. Una memorable (aunque algo dispareja) versión en español y la “prueba” de que en el otro mundo TIENE que haber música… no necesariamente de arpa.
Tango era un perro finoli. Y digo era porque de pedigrí nunca ha sido, pero vivía en el mismo edifcio en el que Azcárraga Jr. ahí en Santa Fe.
Lo tenía todo, además de tener todo lo que un perro necesita para sobrevivir:
Una nana para el solo, ropita, juguetes y el permiso de hacer lo que le viniera en gana siempre y cuando no desaguara ni desalojara el colon en algún lugar de aquel magnífico departamento.
Recuerdo la forma tan a la de sin susto en la que llegó a nuestras vidas.
Un sábado en la mañana sonó el teléfono, era el Pika diciendo si queríamos un perrito. Lis sin pensarlo, y obvio sin siquiera tomarme opinión lo aceptó y tranzó la entrega para la siguiente semana.
Como nuestra agenda de recién casados daba para todo, ese siguiente sábado teníamos comprometido un partido de boliche, dos comidas, una peda en Xochimilco y la entrega del can.
Obviamente a las 3 de la tarde nos quedamos atorados en las trajineras y la agenda se echó a perder.
Pero no lo del perrito; como había quedado en un ‘ai nos hablamos’ pues con voz aguardientosa e ideas nebulosas, pedimos direcciones y nos dispusimos a ir al encuentro.
Ya en el edificio, que más bien parecía un resort de esos de playa -con alberca y todo- un elevador privado nos llevó a un piso, no se cuál, pero altísimo en la torre; y al abrir la puerta, ahí estaba.
En los brazos de la dueña viendo al elevador con mucha desconfianza.
Y que me ve. Y que lo veo.
Y que se suelta a ladrar.
Como loco.
Le pasaron la pelota, los juguetes; nada parecía funcionar. Yo creo que el güey ya sabía a qué íbamos.
Después de una sesión muy lacrimosa de despedidas, nos entregaron su ajuar: un impermeable, una cama de lana, una cobija finísima también de lana Irlandesa, una pelota, un paquete de croquetas de las caras y algunas otras chucherías.
Y llegó.
Y se apoderó del reven.
Hasta hoy.
Este chinche perro ha estado en todos -literalmente- los eventos importantes de este clan, y no como espectador. Ha tomado parte activa en todo, tanto que hasta el mote de ‘interventor’ se ganó a pulso.
*****
Hoy mi hija quiso que pasáramos por donde era la florería.
A varios meses del cierre el lugar está muy cambiado.
La plaza comercial, ahora si lo lograron; les quedó gachísima. Tiene rejas por todos lados, y es oscuuura oscura, y ahí donde era el local más rosa y alegre del lugar se lee: “La raíz del diablo” – Tattoo – Piercing.
Sentí gachón.
Pero con las preguntas de Nina me llegó una idea; ¿y si me hago un tatuaje?
Temas e ideas sobran.
Además lo he dicho, yo no soy un “tattoo guy”, como que no me iría
Pero como alguna vez oí en P&A en la serie esa de los tatús: “un tattoo es para siempre y algo personalísimo. No se piensa, nomás se siente y se hace.” Y queda para la posteridad.
Ahora que Tango tiene casi diez, me empieza a rondar la idea de lo que será vivir sin él.
Maldita sea, ¿porqué los canes viven tan poco tiempo?
Y ahí está la idea: podría inmortalizar a mi hijo y esas mil y una noches que hemos salido a caminar las calles, todos esos silencios, las corretizas, los muebles rotos, los corajes, las búsquedas desesperadas, los cachorros, las peleas, las madrizas… Su irrestricto amor.
Para rematar el año, es mi turno de diciembre en Escribidores y Literaturos.
Esta vez, un texto muy especial, desde la infancia y de la mano de múltiples recuerdos, ante la magia de un nuevo espectáculo imborrable, igualmente lleno de sensaciones y enseñanzas.
¿Por qué la poesía puede costar más trabajo que la prosa más densa, el ensayo más complejo y los estudios más arduos?
No lo sé. Bueno, no es cierto. Sí lo sé.
No está en la cuenta de los libros porque la poesía no se termina de leer: en cambio, se descubre, se paladea y finalmente se adopta. Como caramelo inagotable que espera sólo un recuerdo para reactivar su sabor.
También cuesta más trabajo porque desarma al lector, que no sabrá bien lo que lee pero tarde o temprano lo siente. Y de lo sentido no hay cómo esconderse.
La poesía no se anda con tonterías, pero es paciente con los bobos; no derriba muros, pero conmueve los cimientos para recordarnos dónde se apoya todo. La poesía transforma a quien la sigue con ojos, oídos, manos, sístole, alma y entraña.
Los testigos la reconocen, con un estremecimiento diferente, común a quien descubre tras la Suave Patria una Alta Traición: mismo cielo, mismo suelo, mismo y diferente testimonio. El de quien busca darle voz a un canto, a una búsqueda, que de tan urgente y tan dolida se ha escapado para reposar (ajá) sobre una página.
Felicidades a José Emilio Pacheco por su Premio Cervantes. Pero, sobre todo, felicidades a la poesía, que sigue dejándose leer. Y a veces, hasta escribir.
¡Alberto! ¡ven, ven rápido!
Creo que me encontraba a la mitad de una operación de esas para salvar el mundo, pero la dejé ante la jugosa promesa…
¡Ven que se está cambiando los calzoneees!
Patinando, llegué guiado por los aullidos del castor viajero.
Efectivamente, en el departamento de enfrente estaba la recién llegada vecina parándose de la cama y con un movimiento más rápido que la enredadera del ‘Dandy’ se puso unos calzoncitos blancos muy monos. Lo demás ya lo hizo rápido, y ps el chou acabó.
Aaa, pero por supuesto tuvimos la gloriosa oportunidad de conocerle la raya a la vecina, y claro está, lograr el consiguiente atisbamiento de sus rosadas mejillas.
El castor y yo nos volteamos a ver y cruzando una mirada de inteligencia, sonreíamos plácidamente. Como el gato que se comió al canario.
Y ya sabes. Esas miradas casi siempre catalizan los pensamientos, por lo que a mi mente llegó una palabra que mi amigo Charly aplica en estos casos:
‘gordibuena’ dije yo.
“¿Uh?”
‘Gordibuena. Tu vecina es la gordibuena.’
Esta vez la mirada ya se acercó más a un cambio de luces guei, y pudimos terminar en un beso atascado si no es porque la ahora ‘gordibuena’ estaba volteando nuevamente a la ventana para checar la cara de su público conocedor.
Con una sonrisilla picarona, tomó su suéter y salió de la habitación.
Ahora éramos un coro de aullidos. Y si no es porque el castor se puso abusado y volteó nuevamente nos hubiéramos quedado así.
“¡Vente! ¡vámonos!”
‘Pero si la junta es a las 4, todavía hay tiempo.’
Esto ya se lo dije a la pared, porque sentí la brisa del castor pasando y cuando volteé, lo único que vi fue la puerta del departamento abierta.
Corrí escaleras abajo y este güey ya estaba en la acera; atisbando como perro de carnicería.
‘¿Qué onde, pinche Vic?’
Y que pasa. La ‘Gordibuena’ en VFM o sea, en vivo, caminando hacia donde estábamos.
“Mmmm… ¿por dónde será bueno que nos vayamos?” decía el castor aplicando acá, el rostro talibán a su mejor ángulo.
No sé porqué hasta se paró como mister mundo y sacó el bíceps mientras se frotaba la frente.
La escuincla marrana pasó como a 3 centímetros del castor; obvio echándole una mirada como de aprobación y con esa sonrisilla en la boca.
Ya nomás vimos cómo se alejaba.
* * * * * * *
Y ¿que porqué me acuerdo de esto?
Ps nada. Ahora sentado en un estarbúc acá por mi hogar, me doy cuenta que sí hay un trabajo más gacho que el de ser policía: ser promotora de “Slim Center”.
¿En qué consiste?
Ps la chica en cuestión está ahí parada; como viendo pasar la vida en un centro comercial.
Cuando ve a ‘alguien’ que cumple con el perfil, se le acerca y “amablemente” lo invita “a conocer los tratamientos para adelgazar que tenemos en Slim Center. Son tratamientos naturales y 100% seguros. Ándele, anímese”.
Más de uno, obvio, la voltea a ver con cara de “muérete, perra” y sigue su camino. Ella, claro está, sigue “haciendo su trabajo” y esperando al siguiente gordo, digo, prospecto.
Chale. No sé si es más impúdica la ‘gordibuena’ o esta chica que vende tratamientos de SlimCenterr.
No sé. Pero que vamos a sufrir el día que pongan conrtinas en el depa de enfrente, sí que lo vamos a hacer.
Creo que hay pocas maneras de conocer (y disfrutar) la música tan gozosas como las caricaturas o dibujos animados. Algunas melodías persistentes de la niñez resultan ser “obras maestras de la música clásica” cuando descubrimos al autor, años después de aprenderla.
Aquí les presento una que tal vez recuerden, aunque no sepan que se llama “La gruta de Fingal”, de Mendelssohn, junto a otra de Tom y Jerry (con la “Rapsodia Húngara número 2” de Liszt) que ganó el Oscar en 1946. Caricaturas cultas para un rucómetro, digo, rincón insólito muy de viernes.
Bueno, para que esto no parezca un monólogo, y porque ya arrancado con la respuesta que le puse a la chancluda esta de los múltiples avatares pero un sólo malestar gastrointestinal; les dejo esto que me hizo reír de buenísima gana.
Al saber que se había agotado el combustible en el monasterio, un joven leñador se ofreció a ir al bosque vecino en compañía de un monje veterano, encargado habitual de esa tarea.
En el camino, el monje propuso juntar ramas y desarraigar tocones con un azadón, que aunque les exigiera mucho tiempo o varias visitas, era lo que siempre había hecho. El leñador repuso que era mejor idea emplear el hacha en uno o dos troncos, para abastecer al monasterio de una vez y dejar que los árboles jóvenes crecieran más.
Cada uno de ellos sostenía su punto de vista con energía, y dándose cuenta de que no podrían convencer al otro, decidieron acudir al maestro para resolver la discusión.
Lou-Sin escuchó atentamente a uno y a otro, y finalmente dijo: Lo importante es que el fuego no se extinga.
Entonces los dos comprendieron que, para hacer bien su trabajo, era más necesario aprender juntos que demostrar quién tiene la razón.