Este blog nació como los diamantes: de un montón de material oscuro y bajo presión. Aún ahora, a veces parece más lleno de cenizas que de fulgores, y más pleno de dureza que de calor. Pero se ve bien.
Todos los caminos que se han cruzado en la pocilga tienen una razón propia, principalmente decir algo, aunque no necesariamente esperado o elevado: lo que se ve, se vive o se lee, las imágenes mentales, las impresiones, lo que repele, lo que atrae, lo que pasa en la calle. Letras y miradas.
Las marcas que recuerdan la necesidad de maquillaje son huellas; a veces signo de riesgo, a veces rastro viejo de dolor. Lunares y cicatrices, que bien dispuestos o bien aderezados son solamente testigos de la vida… o rastros de la navaja inexperta.
Las páginas y las palabras son la vestimenta preferida de este espacio y sus habitantes; los abalorios y cadenas son música y comentarios, no siempre patentes, pero siempre presentes.
Por esa misma razón, el cursor y la tinta, la poesía y la prosa, más que maquillaje para las ideas, son el vehículo preferido de la imaginación, intento (casi siempre desesperado) de poner en orden a la “loca de la casa”.
En este chiquero se huye de las etiquetas, aunque sus habitantes la llevamos con orgullo, presumiendo a veces el garfio cromado y a veces el jaquet, una pata de caoba o guayacán y un listón en el tobillo derecho (para no ponerlo muy alto). El punto de partida es el blanco, suma de todas las luces, y el punto de llegada es el negro, confluencia de todos los colores. Así se arman las palabras sobre la página.
El producto no huele mal. Es verdad o mentira, pero intenta ser bien contada, para que –lejos del olor de santidad– deje por lo menos buen sabor de boca.
Todo esto para que el correr de las páginas parezca más un festival de dibujos animados que una película digna de palmas de oro. Al ponerle orégano a una taza de palomitas con mantequilla, lo importante no es sólo aprender, sino también divertirse.
Como Julio Verne, o como Phileas Fogg, aquí lo valioso no es acumular sellos en el pasaporte, sino aprendizajes y experiencias. Al movimiento del espíritu le basta un solo instante.
Así queda respondido, aunque no lo parezca, un regalo de Pelusa. Gracias a ella, y a ustedes por leer estos (y tantos otros) desvaríos.