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Corriente Explicaciones

Letras sin escalera

Cuando era niño, al visitar a amigos, familia o vecinos, mi primer impulso (que conservo, aunque procuro disimularlo) era buscar libros. Muchas veces encontraba una enciclopedia, un diccionario algo manoseado y tres títulos recurrentes: la Biblia, El Quijote y La Divina Comedia en formato grande “con estampas de Doré”, y ocasionalmente Arreola o Ibargüengoitia, eso sí, en una repisa alta, lejos de las manos infantiles.

Ambas cosas, la escasez y la inaccesibilidad, me parecían algo extraño e inexplicable porque aunque sabía que no todos los libros eran para niños, en casa no había prohibiciones directas; más bien, la curiosidad de leer recibía amplias y oportunas sugerencias. No sólo “cuentos”, como llamábamos a las historietas, comics o tebeos, sino también novelas y relatos en versiones completas o adaptadas.

Generalmente el día de Reyes llegaba algún nuevo personaje. Así aparecieron Tom Sawyer, El Principito, D’Artagnan, Dick Sand y Enrique Bottini, junto a Astérix y toda la pandilla de Quino, entre otros.

Con el aumento de estatura física y mental pude alcanzar poco a poco otros autores y personajes de repisas e ideas más altas: Sherlock Holmes, Nils Holgersson, El Lazarillo de Tormes y el tío Tom, así como Ivanhoe y Sancho Panza. Claro que hubo tropiezos, pesadillas y disgustos, pero la abundancia de buenas letras ahogó los malos recuerdos mientras ayudaba a crear un gusto propio.

El nuevo año invita a repasar la biblioteca que, tras doce meses de visitas, reacomodos,  despojos préstamos y una que otra aportación voluntaria, queda en evidente estado de caos, favorable a la ofrenda a las musas y para hacer espacio a nuevas páginas. Por eso pronto aparecerá el recuento-reseña de chancholecturas 2010; los esperamos con todo y sugerencias para la cacería de letras en el todavía flamante 2011.

SEGUNDO AVISO PARROQUIAL

Con esta noche de Reyes llegó mi nuevo turno en Escribidores y Literaturos, Aroma de año. Asómense si gustan; allá o acá son bienvenidos.

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Corriente

Hallazgos

Lou-Sin trabajaba en una esquina soleada del patio del monasterio, rodeado de pájaros que entonaban incesantes batallas y juegos con sus trinos.

En su cuenco de madera, el maestro puso un poco de musgo y otras hierbas. Después lo depositó en un hueco alto del viejo castaño y se retiró sonriendo.

Uno de los discípulos, que lo había visto todo desde lejos, preguntó: Maestro, ¿acaso las aves no tienen sus propios nidos?

Entonces Lou-Sin le contestó: Alguna encontrará ese como una sorpresa, y sabrá compartirlo.

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Marranadas

Imagine un post aquí

Pero imagínelo bien.

Si quiere cerrar los ojos es mejor.

Si prefiere pasar interminables hojas llenas de ideas luminosas, o encontrar una línea con sabiduría efímera, está muy bien.

Si en cambio busca palabras, imágenes o sonidos para reposar la mente fatigada, puede encontrarlos mejor que nadie, porque usted sabe lo que le conviene, busca o necesita.

También es posible hallar (pero buscando bien) una palabra de aliento, aunque no venga de Eolo o del Céfiro. Pero eso sí, con olor a hierbabuena, no a aromatizante de taxi.

Lo que no encontrará por aquí es engaño descarado, sarcasmo repentino o falsedad flagrante.

Es día de los inocentes, y aquí en la pocilga todos lo son, aunque a veces necesiten dar muestras de lo contrario.

Recuerde: pensar es difícil, pero es un riesgo que cada quien debe tomar por sí mismo.

Ya está. Ahora continúe con su desprogramación habitual. Este fue  un post de servicio público.

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Corriente

Ya suena a navidad

…y además es lunes. Así que todo podría pasar.

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Corriente Explicaciones

Dímelo al oído

En alguna de mis lecturas hallé una frase de Mark Twain que se quedó conmigo sin la fuente exacta: “Si se enviara un mensaje a cada hogar diciendo ‘Huye, todo se ha descubierto’, las casas quedarían vacías”. Así es el antimurmullo, la esfera negra recibida en el comedor del Almirante Benbow. Un diagnóstico de fatalidad ante el que sólo cabe una de dos cosas: embrutecimiento o entrega.

No sé si resulte irónico solamente para mí, pero leer a un clic de distancia el elogio a la imaginación de Vargas Llosa al recibir el Nobel y las declaraciones de Julian Assange, el “antiprofeta” de Wikileaks, me han hecho mirar sobre los hombros un poco más paranoicamente que siempre. Recordé entonces uno de los principios sí escritos de este espacio: “vivir no ensucia, y si nos cae la mugre, agradecemos que sea nomás por fuera”.

En la casa de los trinos, por ejemplo, ¿qué pasaría si el torrente de mensajes directos quedara al descubierto? Alguno se cuela a veces, y nunca falta el ánimo chocarrero que inmortaliza esos despistes.

Creo que olvidamos, en este tráfago de voces, el valor de los verdaderos silencios y la confianza que se ejerce en una conversación directa. Lo que se pierde, si no lo sabemos cuidar (fácil: sólo requiere modales), no es el secretismo, sino la libertad de elegir a quién decirle lo que queremos decir.

Creo que ni siquiera la imaginación está a salvo de su locura, y que el territorio humano se vuelve más agreste a cada frase intempestiva. Por eso defiendo, más que la “cultura de la denuncia” o el “edificio de cristal”, la educación de la confidencia, el valor de lo discreto. Porque exige criterio, formación y congruencia, así como el escultor no sólo maneja el cincel, sino que tiene un plan de trabajo y una lija de agua.

Aprender a conversar con electrones, con voces o con signos es algo indispensable para convivir (vivir-con). Saber que las palabras son poderosas, y pueden ser eternas, no debe impedir que las usemos.

Aunque no sea secreto, lo que nos llega así, como en voz baja, tiene efecto contundente, casi físico. Y a veces sin el casi. No hablo del chisme, sino de ese susurro con retintín que es signo de ironía, complicidad o regocijo compartido.

Allí residen la magia y el poder de las voces al oído: en estremecer el alma de hombres y de palabras.

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Marranadas

Pasmus Linguae: Enfermos, pero íntegros

Etiqueta en un par de calcetines: “Apto para diabéticos sin costura y sin elástico”.

Nota para la RAE: Los signos de puntuación y la ortografía ayudan a conservar la flexibilidad… y el estilo.

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Corriente

Resonancias

En días lejanos, cuando el monasterio era mucho más nuevo, Lao-Shi era el viejo maestro. Corpulento como un buey y testarudo como una mula, su voz se hacía oír de un lado a otro del monasterio, donde se desplazaba con agilidad a pesar de estar sentado siempre en una tabla con ruedas, por un accidente del que jamás hablaba.

Lao-Shi elegía a sus discípulos de modo extraño y los instruía con fiereza, exigiéndoles largas jornadas de meditación y otros ejercicios mentales y físicos a los que no estaban habituados. Sus métodos de enseñanza hacían fruncir el ceño a más de uno en el Consejo de maestros, pero aquel coloso indomable se reía. Así lo conooció un joven novicio, que con el tiempo llegaría a ocupar lugar propio entre los monjes.

En un rincón del monasterio hay un pequeño nicho de madera y piedra. Algunos dicen que, si guarda el debido silencio, el visitante puede oír el rumor de los espíritus antiguos.

Allí acude Lou-Sin frecuentemente a encender el pebetero. No se lo ha dicho a nadie, pero lo que escucha siempre, más que la voz, es la risa de su viejo maestro.

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Corriente El rincón insólito

Rincones Insólitos: Sí controles

Si quieren hacer callar a alguno de esos (digámosles “adultos contemporáneos”) que pregonan la desaparición de los cables, proclaman como necesidad las contorsiones inalámbricas y defienden la absoluta libertad de movimientos como algo indispensable para una tarde de diversión electrónica, he aquí la solución.

Ya sé, soy un nostálgico. Y qué.

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Corriente

No sólo agua que cae

A veces, las rarezas del clima (y una ventana propicia) pueden aportar todo lo necesario para una historia como la que hoy comparto en Escribidores y Literaturos.

“Viñeta de otoño”. Café y sonrisas, para llevar.

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Corriente

I Java Dream XVI

Antes del sueño, la virtud secreta del olfato me sostiene para saborear la textura crujiente de caramelo y canela presos en una mirada.

Con los ojos cerrados, espero el asalto inevitable del café y la espuma antes de pasarlos frente a mi rostro como una caricia. Mi inquietud y la lengua me hacen probar ese inconfundible y ligero toque de sal que dejaron dos labios.

Sé que no debo abrir los ojos, así que aspiro hondo y disfruto de nuevo esa fragancia, no tan costosa como cierto perfume.

Yo, exprés doble cortado. Quizás, luego, un postre.

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