Al atardecer, el maestro Lou-Sin y sus discípulos volvían al monasterio. Alguno tropezó en la semioscuridad; otro, extraviado, dio voces para encontrar a sus compañeros. Finalmente, todos llegaron a su destino en plena noche.
Mientras acomodaban la leña recolectada para hacer una fogata, uno de los monjes dijo: Maestro, ¿por qué no encendimos antorchas en el bosque?
Lou-Sin le respondió:
En el camino de la vida, las distracciones y las dificultades, como la oscuridad, no siempre avisan, pero siempre llegan. Por eso es necesario confiar y pedir ayuda: aunque el camino está allí para todos, quien lo recorre por su cuenta y en silencio puede perderse, aunque tenga un poco de luz, y para quien camina en compañía, el camino es más amable aunque esté obscuro.
Lo mejor es que quienes saben guardar leña pueden compartir juntos un fuego y un calor que no harán olvidar el camino recorrido, pero seguramente alcanzarán para toda la noche.