Un par de conversaciones me recordaron estos acontecimientos musicales y no supe elegir entre ellos. Pero son dos de las razones (entre muchas) por las que no concibo la música sin una pizca de sentido del humor. O sin los Muppets.
Las causas que transforman la navegación internáutica en blogueo son generalmente obvias: matar el tiempo, distraerse un poco, o simplemente encaminar las propias divagaciones para que lleguen a alguna parte.
“La luna en el mar riela,
en la lona gime el viento,
y alza en blando movimiento
olas de plata y azul;
y va el capitán pirata
cantando alegre en la popa,
Asia a un lado, al otro Europa,
y allá a su frente Estambul.”
Un blog nace precisamente de las divagaciones, cuando empiezan a ser suficientes como para dejar rastro (lo merezcan o no) más allá de la propia confusión.
“Navega, velero mío,
sin temor,
que ni enemigo navío
ni tormenta, ni bonanza
tu rumbo a torcer alcanza,
ni a sujetar tu valor.”
Si hay suerte (Providencia, Azar, Casualidad, Hado, Kismet), una o más de esas dispersiones encuentran eco en el cuaderno de apuntes o en la colección de borrones –mentales, principalmente– de alguien más, con la fuerza suficiente para provocar (nunca mejor dicho) una opinión, una observación, un comentario, que se resiste a permanecer en los confines de lo privado: así comienza el diálogo, un intercambio a golpe de electrón, donde cada quien aporta la experiencia de sus propias cicatrices.
“Allá muevan feroz guerra
ciegos reyes
por un palmo más de tierra;
que yo aquí tengo por mío
cuanto abarca el mar bravío,
a quien nadie impuso leyes.”
A veces los intercambios se vuelven diálogo de sordos; por eso es importante que todos los que participan en un espacio sepan contribuir, pues en el fondo la riqueza que se busca (y se obtiene) es muy parecida en casi todos los casos.
“En las presas
yo divido
lo cogido
por igual;
sólo quiero
por riqueza
la belleza
sin rival.”
Cuanto leen y escriben los autores (del blog y de los comentarios) sirve para aprender una valiosa regla de navegación: en toda travesía hay conflictos, pero sólo superándolos se llega a puerto.
“¡Sentenciado estoy a muerte!
Yo me río;
no me abandone la suerte,
y al mismo que me condena,
colgaré de alguna entena,
quizá en su propio navío.
Y si caigo,
¿qué es la vida?
Por perdida
ya la di,
cuando el yugo
del esclavo,
como un bravo,
sacudí.”
Entonces llegan las recompensas, muchas veces inesperadas, incluso antes de terminar el viaje. Así hay tiempo para reflexionar, descansar… y prepararse para lo que sigue.
“Son mi música mejor
aquilones,
el estrépito y temblor
de los cables sacudidos,
del negro mar los bramidos
y el rugir de mis cañones.
Y del trueno
al son violento,
y del viento
al rebramar,
yo me duermo
sosegado,
arrullado
por el mar.”
Quizás por alguna de estas razones, o por todas ellas, el blogueo sigue siendo atractivo en esta era del tuíter, pues más allá de los beneficios catárticos y una pizca de (ocasional) egolatría, lanzar voces al ciberespacio (y divertirse y dialogar a través de ellas) valdrá la pena mientras, al otro lado de las palabras, existan contertulios como los de la granja o autores como Espronceda, que siguen provocando… en el mejor sentido de todos: el que enriquece al navegante.
“Que es mi barco mi tesoro,
que es mi dios la libertad,
mi ley, la fuerza y el viento,
mi única patria, la mar.”
Las citas pertenecen a la Canción del Pirata de José de Espronceda (1808-1842), poeta español. Las ilustraciones son de Howard Pyle, tomadas de Wikimedia Commons. Los intertextos son irresponsabilidad mía.
Para finalizar el recorrido entre las lecturas de 2009, algunas observaciones curiosas sobre la cacería de letras. No olviden dejar su comentario con alguna recomendación para el safari lector 2010. (Nota aclaratoria: No vale recomendar libros imposibles de conseguir, comoCementerio de sillas).
Las mejores recomendaciones de 2009: Tres lindas cubanas y El pez dorado. En el primer caso, la “triple marca” y conversación alrededor de este libro (Paloma, Pelusa y Mara) me convenció de que, más allá del aplauso de la crítica, un buen texto sabe conseguir lectores. Por esa razón también, a Le Clézio, con todo y Nobel, nunca lo hubiera leído: una mención de Marichuy lo puso en mi radar. Gracias a todas ellas.
El libro más largo del año: World Without End (“Book Without End“, me dijo alguien). Secuela del muy exitoso e igualmente largo Pilares de la Tierra, resulta menos intenso, pero grato y eficaz para el ocio prolongado.
Los releídos consentidos: Corazón, Diario de un niño (uno de los primeros libros que recuerdo haber disfrutado, junto al Principito) y Stalky & Co., que tiene acá su propia reseña. Ambos los releo con cierta frecuencia desde hace años.
El feliz hallazgo: Augie Wren’s Christmas Tale, un breve relato navideño de Paul Auster en estado puro: inesperado y nada convencional.
El que más me hizo reír: El amor dura tres años, de Beigbeder. Ácido, irónico, realista (o algo así) y divertido.
El libro desmitificador: Hidalgo e Iturbide: la gloria y el olvido, de Armando Fuentes Aguirre, “Catón”. Primero de una serie sobre historia de México que debería ser lectura (y relectura) obligada en lugar de los infumables ladrillos de muchos historiadores, cronistas y pedagogos. El autor divide sabiamente sus cientos de páginas en brevísimos y sabrosos capítulos.
Los autores del año: Lucy Maud Montgomery, antes desconocida para mí (escasamente editada en español, pero muy disponible en inglés gracias al Proyecto Gutenberg) y Juan Villoro, a quien encontré primero como columnista y luego descubrí en libros fluidos y amenos.
Los inconclusos: Que no muera la aspidistra de George Orwell y Sueño profundo de Banana Yoshimoto. Ambos libros serán terminados (fuera de la cuenta 2010) ahora que las aguas están mucho más tranquilas que cuando los comencé. Sobre todo Orwell, santo patrono inspirador de esta pocilga.
El autor que me sigue asombrando: Luis Sepúlveda. Poco a poco he leído lo que publica y hasta ahora no me canso de recomendarlo y regalarlo, especialmente a quienes disfrutan los libros de viajes narrados en primera persona. Si no lo conocen, denle una oportunidad.
La materia más abundante de 2009 (sin premeditación) fue la literatura para niños y adolescentes: Desde Ana de las Tejas Verdes y Emily Byrd Starr hasta Robinson Crusoe y Los Tres Mosqueteros, pasando por El libro salvaje de Juan Villoro, Corazón, Crepúsculo, J.K. Rowling y una sorprendente serie “mitológica” de Rick Riordan sobre Percy Jackson, hijo de Poseidón. Algunos los disfruté (varios, igual que la primera vez que los leí); otros llegaron a las listas de lo mejor y lo indeseable.
Termino estas recomendaciones con dos perlas electrónicas: Todo empezó con Julio Verne y Dos cubanos en el mundo del cha-no-yu. El primero es un libro disponible bajo licencia Creative Commons sobre las nuevas maneras de comunicar noticias que poco a poco se convierten en norma; el segundo, un extraordinario relato “en directo” que muestra cómo un encuentro entre culturas no tiene que ser encontronazo para causar impacto. Agradezco el envío a sus respectivos autores, Ramón Pedrosa López (sin blog por el momento) y Gustavo Pita Céspedes (quien escribe cada domingo en nuestro imprescindible Diario de la Pelusa).
Tengo mucho por leer en este 2010; espero lograr por lo menos cuatro grandes pendientes: dos libros “canónicos” que me negué a leer por obligación (de eso escribo después), El Quijote (hace mucho tiempo que no lo releo) y… El Maestro y Margarita, que no logro superar, quizás por la dispareja calidad de la traducción.
En estos días me he dedicado a lecturas fuera de programa, como dirían Les Luthiers… eso y la aparición del Pato Lucas me recuerda algo muy especial que esperaba turno. Ya les contaré. Por ahora… ¡a leer!
Muy pronto, la segunda parte del post sobre las lecturas. Pero esto no pude resistirlo.
Acabo de ver “Sherlock Holmes” y, en vez de reseña, les comparto… una mejor versión, más breve, y mucho más inolvidable: El Pato Lucas y el Destripador Manso.
El bibliomano de Carl Spitzweg, ca. 1850 (Wikimedia Commons)
El inicio de 2010 invita a repasar los libros que hicieron memorables, tediosos o simplemente llevaderos los días del año que terminó. Fue muy bueno, otra vez rebasando el reto de los 50 libros, pero sin superar las 90 lecturas de 2008. Las muchas páginas leídas y la gran cantidad de cosas que quiero decir me obligan a separar la reseña en dos posts.
Estas son mis mejores lecturas de 2009. Subjetivamente, como debe ser, y sin orden de preferencia. La lista completa está en el reto de los 50 libros.
1. Vencer al dragón, Barbara Hambly. Una historia sobre las aventuras que aderezan la vida. Ah, con dragones, caballeros y magia, heroísmo espontáneo y protagonistas únicos. Las compras impulsivas Los instintos de lector aún funcionan.
2. La saga Artúrica de Bernard Cornwell (El rey del invierno, El enemigo de Dios y Excalibur). Los personajes secundarios narran (y a veces se roban) la leyenda del rey Arturo, entramando historia y ficción en un relato excepcional, lejos del lugar común… y profundamente verosímil, además de bien traducido.
3. Emily of New Moon (y sus continuaciones, Emily’s Quest y Emily Climbs), de Lucy Maud Montgomery. Aunque el personaje más célebre de L.M.M. es Anne of Green Gables, o Ana de las Tejas Verdes (con un “culto” comparable al de Sherlock Holmes), la trilogía de Emily, una niña imaginativa que quiere ser escritora, me atrapó. Quienes hayan disfrutado con Louise May Alcott deben acercarse a esta autora. Quienes crean que los personajes de Alcott eran divertidos pero no muy sólidos, también.
4. Puerta al Verano, de Robert A. Heinlein. Los viajes interestelares como deben ser, o como no esperamos que sean. Una razón para leer ciencia ficción con la seriedad que se merece sin dejar de divertirnos.
5. Palmeras de la brisa rápida. Juan Villoro rescata, desde el punto de vista “extranjero”, los vínculos que lo unen con la tierra de sus antepasados y la historia familiar, al tiempo que describe un modo de ser y de pensar no exento de humor pero indudablemente original. Aquí debía estar también El libro salvaje, una historia sobre quienes aman a los libros que sería mejor sólo si fuera cierta.
6. Tres lindas cubanas de Gonzalo Celorio fue un descubrimiento, y una fortuna leerla detrás (y a ratos a la par) de Palmeras, porque ambos abordan una misma época y región, guardando (aquí sí vale el cliché) las distancias, quizás sólo geográficas. Queda también Cánones subversivos, ensayo-homenaje acerca de libros, autores y lecturas que fue inevitable comprar tras leer un par de páginas en la librería.
7. El pez dorado, de J.M.G. Le Clézio. Como el chocolate amargo (o un buen Merlot), una historia llena de sabores, insinuaciones y regusto, sobre marginalidad, pero más que eso, sobre la esclavitud más dolorosa: la autoimpuesta. Un tanto artificial por sus generalizaciones, pero con personajes bien construidos.
8. On writing: A memoir of the craft. Más allá de explicar por qué y cómo escribe, Stephen King demuestra que sabe su oficio y hace una interesante catarsis personal. Un libro sorprendentemente útil para cualquier interesado (poco o mucho) por el tema de la escritura y lo que implica “desde dentro”.
9. El curioso incidente del perro a medianoche, Mark Haddon. El protagonista de este libro habla sin adornos, resuelve un crimen, destapa una red de hipocresías “socialmente aceptadas”… y es un niño autista. Decir que es un libro divertido y estremecedor no le hace justicia. El relato supera las limitaciones de la traducción, aunque es mejor leer el inglés original.
10. Vida, pasión y muerte del mexicano. Joaquín Antonio Peñalosa descifra con ingenio y afecto (hasta con precisión quirúrgica) la extraña criatura mexicana. Una “lectura de comprensión” que merece lugar permanente en la biblioteca al lado de El rediezcubrimiento de México, de Marco A. Almazán, ¡Ask a Mexican! de Gustavo Arellano, y México: lo que todo ciudadano quisiera (no) saber de su país, de Denise Dresser y Jorge Volpi. Y junto al Laberinto de la soledad.
11. Nombre de torero, Luis Sepúlveda. Una novela negra con ingredientes exactos… y hasta un perro llamado “Canalla” (palabra). Magnífica manera de terminar el año.
Los menos buenos:
1. Crepúsculo, Stephenie Meyer. Ni siquiera lo terminé; debo reconocer que los vampiros emos no me resultan interesantes. Con perdón de los numerosos fánses de esta serie, en cuanto a novela de vampiros aún me quedo con Drácula, y en cuanto a película, con Los muchachos perdidos.
2. The tales of Beedle the Bard, J.K. Rowling. Aunque fue una buena herramienta de altruismo (para fines benéficos), esta colección de cuentos no aporta mucho a la mitología Potteriana. Los libros 1 a 7 de Harry Potter serán muy releídos, pero éste no.
3. El último merovingio, Jim Hougan. Una historia sobre la descendencia de Jesús que pudo haber sido mucho mejor pero cae a plomo a partir de la mitad.
4. Los escritores invisibles, Bernardo Esquinca. Brevísima novela que, para mi gusto, termina cuando parecía que iba a ponerse interesante.
5. El viaje de la reina, Ángeles de Irisarri. La anécdota central, un viaje por España en tiempos de la dominación árabe, prometía pero se quedó corta. Sobre esta época y esta anécdota (en parte), es mucho mejor Al-Gazal, el viajero de los dos Orientes, excelente libro de Jesús Maeso de la Torre.
6. Sueño profundo. Había leído dos libros de esta autora (Tsugumi y el memorable Kitchen) que considero muy buenos. Éste, sin ser malo, no me atrapó. Quizás por estado de ánimo, pues los relatos son un tanto fríos y hasta depresivos.
En el siguiente post, más recomendaciones: los hallazgos, los inconclusos… y algunos pendientes. Espero que este 2010 traiga tantas buenas letras como 2009.
Hay quienes dicen que debemos acostumbrarnos a leer sólo electrones, que el libro es un anacronismo que no se ha dado cuenta de su extinción y no sé cuántos blablablás, o zazaza sarasa, como dicen allá en tierra gaucha.
Lo cierto es que la CANIEM, agrupación mexicana de editores y vendedores de libros, dice que la industria de la publicación (impresa, se entiende) está en crisis, mientras crece exponencialmente la cantidad de libros disponibles como descarga electrónica.
Conste que no hablo de piratería (evidentemente, existe) sino especialmente de libros “raros” o desaparecidos, como por ejemplo Bertoldo, Bertoldino y Cacaseno, un divertidísimo hallazgo del ingenio que hace mucho no vive en las librerías pero sí en Internet (por ejemplo, acá). Como ésta, muchas obras imposibles de encontrar o descatalogadas reaparecen gracias a la captura voluntaria o a través de un escáner.
Aquí no cuentan sólo sitios “monstruosos” como Google Books, Archive.org y el Proyecto Gutenberg, que concentran millones de obras y documentos. Hay muchos otros, en donde se puede encontrar prácticamente de todo, con un poco de paciencia y tiempo suficiente. Pienso también en la venerable Palm Pilot, pionera de las agendas electrónicas, junto al iPhone y el Kindle, entre otros artefactos que hacen posible asomarse a libros sin papel.
Esta reflexión viene al caso porque, mientras escribo el recuento de las lecturas 2009, descubro que más de diez libros los leí en pantalla. No tomo en cuenta las páginas de internet y los blogs, aunque hay muchos que merecerían ser tomados en cuenta como libros, por la calidad de su contenido. Pero ya habrá ocasión de volver sobre este punto.
Próximamente, la reseña de lecturas 2009. Se vale tomar nota, y también recomendar. Acá nos leemos.
No encontré la versión en español de este clásico de la imaginación, la música (y un par de letras), pero a quienes lo han visto les basta medio minuto para sustituir mentalmente el sonido por el inolvidable original. Y quienes no lo conozcan prácticamente no necesitarán un traductor.
Así comienza el año musical 2010 con una más de las criaturas favoritas de la pocilga, la Pantera Rosa, al son de las mariguanadas invenciones de William Lava, Walter Greene y Henry Mancini. Disfrútenla.
Los discípulos le pidieron al maestro una reflexión sobre la felicidad, con la súplica de que no fuera un deseo, sino una certeza para acompañarlos a lo largo de la vida.
Lou-Sin pensó un momento, y antes de retirarse dijo:
Lo más importante para ser feliz no es buscar la felicidad, sino reconocerla.