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Los 300 (I)

Esto lo debo hace mucho.

Y es que deber siempre es así. Uno queda que yes, que a huevo, “al rato te lo mando”…  “En la tarde”… Y al final pasa lo de siempre; entrego al cuarto para la hora. En la posición más incómoda. Cuando menos tiempo hay.

Dije (a alguien por ahí) que “claro, a huevo que me interesaría escribir en tu blog”.

A alguien más: “ashh… Yo encantado de entrarle a su concurso de usted, señorita, faltaba más”.

Y para otro alguien tuve un: “te lo mando en la tarde. Ya.”

Y heme aquí, en el commuting de la vida tratando de hilvanar las ideas.

A ver, alguien por ahí, ai te va:

I. El mundial de futból.

Eran las seis de la mañana. Chinche noche de flashismos e ilusiones perdidas. “Bueno, al menos le vamos a patear el culo a los gringos esta mañana”.
Gran expectación, ¿eh? Se sentía en el aire… Pinches gringos, nos la van a pelar.
¿Te acuerdas de los letreritos pedorros de la serie aquella de los 60? Batman, creo.
Pues así. ¡Biff! ¡Pum! ¡Pam! ¡Zock!
Fuera. A la chingada.
Aquí podría decir que después de la derrota del combinado nacional de futból estuve postrado día y noche durante dos semanas, sin querer probar alimento.. Pero nel. No fue así.

Solamente me quedó un malestar, entre estomacal y anímico. Ni las frases inspiradoras del perro Bermúdez y Nacho Trelles podían consolarme; habíamos perdido, chingado.

Yo volteaba a ver a mis compañeros de desvelada, tratando de hacer eco de mis sentimientos, pero el único eco que había, era el de sus ronquidos contra la pared. Perdimos. Otra vez. Y con los pínches gringos. Bua.
Sí estuve sentado un buen rato, tratando de dormir. Pero de pinche necio no apagué la tele y me quedé viendo a una bola de pendejos que estaban “festejando” en el Ángel. Y que me llega un pensamiento: “güey… Voy a tener 32 el próximo mundial… Y el que le sigue, 36. Y el que le sigue…”

Güey.
El paso del tiempo.
Así pasa el tiempo, y los entrenadores. Y las promesas. Y los jugadores. Y los cracks. Y las ilusiones de la banda.
Por eso, ahora, 8 años después, a mis 36, decidí hacer una marranada. Bueno, dos.

La primera fue algo que me trajo varias enemistades no bien lo anuncié: “van 10mil varos a que la selec no pasa a la siguiente ronda”.
Yyyyyy no faltó quien, aunque teniendo ganas, supo del riesgo enorme que significaba entrarle. Ni el más pinche fan le atoró así de primera instancia. Ya estaba pensando bajar la apuesta, cuando brinca un caballero fulgurante y que grita: “¡VA!”.
Hoy, evidentemente todos sabemos que lo que fue, resultó mi lana.
O la promesa. Sirva este escrito pa decirle al caballero este que no tema, esa lana le cae este año, dios mediante. Ánimo.

La segunda; apostar en otro evento, con otra banda, y con ese alguien que comento en primera instancia, a favor de la famosa selec.
Ya para no hacerla tanto de pedo, quedé casiempates. Sí perdí, por pendejo, evidentemente; por haber blasfemado y pensar que los próceres de la patria, esa selec del “ya ni pedo” se quedarían en la primera ronda.

II. Listeando.

Y esta parte es para usté, alguien más; pa que vea que maratónica, pero corta, presento mi lista. Si esta fuese un toro de lidia podría decirse: “medio huangona de ánimo, muy trabajadita, descolorida y pali-abierta. Más bien pazguata, pero con el trapío propio de la ganadería”.
Trapío es lo que sobra, tiempo no. Así que voy directo al

III. CCC o lo que es lo mismo…

Fiesta.

Ya saben, queridos panas en la marranada, que este espacio siempre ha sido una excusa para el festejo, el jolgorio, y el oropel chipocludo.
A las primeras de cambio, nos ponemos el esmoquin, salimos buscando el encore con lágrimas en los ojos, acomodándonos la cola del jaqcuet, y sonriendo a los reflectores con las notas de fondo del “TA RA RA RAAAAAAA – RA RA RA RAAAAAAAAA que a mí ha llegaaaAadoOoo…”.

Primero fueron cien.

Ahí la dupla, bien acomodada y aceitada, planeaba apoderarse del mundo una y otra vez. Al ritmo de la mesa que más aplauda, o la de los dodos, o La Polonesa, o el capítulo del hombre del sombrero verde, todo lucía quite fine, you know?

Y a los doscientos… llegamos.
Y digo llegamos, porque si esta carreta se sigue moviendo no es por lo que este su seguro servidor haya hecho o deshecho del 101 al 200.

De las tres centenas, ya ni hablamos.

Hoy, soy un invitado solamente.

Es extraño. Volver a ver estos muebles, estas paredes. Oír los gritos en la cocina cuando destazan al primo o a la tía (marranos por supuesto) bañarme en este lodo… y de repente, eso: el sentimiento de ser un invitado en casa.

No es secreto que el embrujo de los 130 caracteres ha tomado por asalto mi cerebro y como siempre me pasa, me terminó pasando: no quería entrarle, me ha encantado, después me he vuelto junky y más allá… para al final convencerme de que perdí el tiempo miserablemente y ese, mis queridos carnales, como las golondrinas, no volverá.

Ahora, desde el cajón de los recuerdos, levantamos la cabeza (el bloguismo, el tuiter, el blog y yo) para felicitar primero, al rey de esta pocilga *Alberto se inclina y hace una genuflexión arrastradíssssima* pero más más más, a ustedes, su público querido, quienes han tenido el placer y el privilegio de ver cómo ha explotado su talento.

Y aitá. Lo que les decía, siempre terminamos bañados en lágrimas, haciendo el “corto-corto-laaargo” y caminando al ritmo de Ray Coniff en un escenario ahulado, bien brillosito, mientras Raúl Velasco dice “Aún hay más” y unas chavas vestidas como de Tico-Tico bailan moviendo las caderas.

Bueno. Felicidades.

“Escrito con los pulgares”
Alberto

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Miradas

Tras presenciar una acalorada discusión entre dos de los monjes, uno de los discípulos preguntó al maestro: ¿qué es más difícil: defender la verdad o superar la mentira?

Lou-Sin levantó los ojos y dijo: Lo más difícil es conservar la serenidad, tanto al sostener una opinión como al aceptar sus consecuencias.

AVISOS PARROQUIALES:

UNO. La ausencia virtual de los titulares de este espacio se debe a una ligera (pero imprescindible) molestia llamada vida real, que a veces se pone un poco exigente.

DOS. Los ajustes derivados del cambio de imagen de la pocilga aún no terminan con la paciencia, pero sí con el tiempo.

TRES. Por cierto, este es el post 299. Lo que sigue nadie lo sabe… pero ya llegará. Estéi tuned.

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Ornitología en el túnel

Esta vez toca presentar en Escribidores y Literaturos a una invitada que vuela con las palabras por esquinas y rincones de la interné y otros barrios.

Donde el corazón vaya, por Paloma Zubieta López. Miradas con (e)fecto.

AVISO PARROQUIAL: Si se preguntan por qué el chiquero parece distinto, no hay respuesta… aún. Desde hace mucho tiempo. O mejor cambiamos la pregunta.

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I Java Dream XIV

Sé que un guiño no basta, pero es difícil conservar los dos ojos abiertos cuando el sopor de “aún-no-es-hora-de-comer” se derrama sobre mi cabeza con penetrante intermitencia.

Parpadeo de nuevo y apelo a los hábitos de lector para concentrarme. Las palabras cobran vida en la página como juego de rummy autónomo, y una pequeña voz sobre mi hombro se empeña en que, bien o mal, todo está dicho ya, así que mejor “no buscarle tres pies al chancho”.

El lápiz a treintaicinco grados del papel parece estar de acuerdo, mientras el diccionario, la gramática y el calor claman por la sensatez.

Un minuto de silencio (eterno, pero finito) antes de levantarme. No me rindo, sólo cambio de estrategia.

Diez minutos más tarde, junto a mi escritorio hay un creciente rimero de hojas, mientras yo, con la mente (y no sólo la frente) despejada, contemplo por enésima vez una colección de palabras que ya no son rummy, sino el rompecabezas de siempre.

Bendito express.

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Peaje

Los maestros decidieron tomar unos días de vacaciones, y dejaron a cargo del monasterio a un recién ingresado, que había sido eficiente funcionario en el pueblo.

El nuevo administrador introdujo cambios en los quehaceres cotidianos, para disgusto de muchos que habrían querido alguien más experimentado en la tradición del templo.

Algunos se rebelaron, y a escondidas hacían las cosas “como antes”, con la esperanza de que, al regresar los maestros, todo volviera a la normalidad.

Al llegar, los viajeros se incorporaron a las tareas, el monje encargado regresó a sus labores y no hubo comentarios sobre las discrepancias.

Un par de días después, los más rebeldes decidieron plantearle su disgusto y sorpresa al viejo maestro.

Lou-Sin, como siempre, los escuchó atentamente. Después sonrió y dijo:

La ira siempre cobra más caro a quien la esgrime. Y el indócil trabaja doble.

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Orwelliana

“Cuando leemos algún texto impregnado de fuerza personal, nos parece atisbar un rostro tras las letras que no es necesariamente la verdadera faz del escritor. Así me sucede con Swift, con Defoe, con Fielding, Stendhal, Thackeray y Flaubert, aunque en algunos casos no sé cómo eran sus caras y tampoco me hace falta. Lo que el lector ve es el rostro que el escritor debería tener. Bueno, en el caso de Dickens veo un rostro que no es precisamente el de las fotografías de Dickens, aunque se le parece. Es la faz de un hombre cuarentón, rubicundo y con una pequeña barba. Ríe, y su risa tiene un toque de furia, pero sin malicia ni revanchismo. Es el rostro de un hombre que siempre está luchando, pero abiertamente y sin temor: un hombre de generosa furia, es decir, un liberal decimonónico, una inteligencia libre, alguien detestado al unísono por todas las pequeñas ortodoxias apestosas que hoy en día pelean por nuestras almas”. George Orwell, sobre Charles Dickens (1939) –Traducción libre.

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Libros para salvar del tiradero

El mes de junio, lleno de augurios casi tanto como mayo, tiene un ingrediente especial: el IV Gran Remate de Libros en el Auditorio Nacional (del 22 al 28 de junio).

Asistir a la cacería es ingresar al encierro de una jauría inmensa y descontrolada, cuyos cientos y cientos de zombis ignoran el tamaño de su hambre hasta que empiezan a tirar baba.

Allí, entre montones de libros que parecen iguales, yacen hallazgos de gambusino que deben ser apresados al estilo antiguo: primero una mirada de reojo que congela el paso; después, un doble parpadeo y mirada alrededor para verificar, no que ese libro sea lo que yo creo, sino que nadie haya descubierto mi cara de avidez.

Luego, el acercamiento espiral: tomar un libro cualquiera cercano al codiciado, y posar la mano simulando descuido mientras por último se reclama la presa.

Allí es cuando alguno de los vendedores (si es buen lector también, y no sólo cobrador) descubre al bibliómano, porque sólo para despistar se manosea Dios Mío, Hazme Viuda Por Favor de Josefina Vázquez Mota cuando junto están, a precio rebajado (ojalá), John Kennedy Toole, Alejo Carpentier o Mario Benedetti, por ejemplo.

Tener presupuesto fijo u horario limitado es casi la única solución para no arruinarse, porque todo lector tiene autores consentidos o una creciente y semisecreta lista de compras. En la mía están, entre muchos otros, Marco A. Almazán (especialmente el Rediezcubrimiento de México) y Patricia Cox, ambos muy rescatables en este año de literatura bicentenaria, a quienes conozco, aprecio y persigo porque casi no los reeditan, y suelen ser buen regalo para mis amigos.

El éxito del safari es análogo al de los cazadores de fieras: sé que voy a encontrar piezas notables, siempre y cuando logre no ser devorado por las bestias descerebradas, ni “venadeado” por algún trampero con mala leche. Seguiremos informando.

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Inspiración y transpiración

Dicen que el secreto de los corredores de fondo no es la forma, sino la resistencia. Por eso es bueno emprender caminos en compañía.

Ha comenzado el segundo año de Escribidores y Literaturos, y llegó mi turno de participar. Asistan al recorrido, si gustan.

Let(r)anía Lúdica. A veces, lo que más trabajo cuesta es la alegría.

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Entonces el silencio

Cuando calle
el que es un grito,
sucederá el silencio.

En esa pausa,
unión de universos mudos,
estaremos.

Que la doble negación
sea como dicen
los aritméticos.

Descanse en paz José Saramago (1922-2010). Foto: Wikimedia Commons.

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#cuentosalvapor Corriente

I Java Dream XIII

Qué bien se siente llegar temprano en un día soleado. Tras el deber cumplido, un lugar apacible y luz natural.

Aún no necesito encender nada; podría sentarme a leer.

Damn, se fue la luz. Ya entendí por qué es bueno tener teléfono alámbrico. No estoy seguro de que mi celular esté cargado. ¿Y si llama y me quedo a media conversación? Mejor le mando un mensaje para que no me hable.

Sin electricidad tampoco puedo buscar reseñas de la película; va a pensar que soy un improvisado o un informal si nos vemos aquí. Peor aún, creerá que no puse atención cuando dijo que se le antojaba el cine “de arte”. Mejor le hablo.

Ah, pero no se me dan mucho esas conversaciones. Ni siquiera en tuíter, donde los 140 caracteres son demasiados para decir tonterías y muy pocos para conversaciones relevantes. Decir sólo “al rato nos vemos” sale más barato por teléfono, pero así seguro habrá pleito. Lo de después, ni hablar.

Qué bueno, ya regresó la luz. Justo a tiempo para disponer mesa. ¿Dónde habré dejado el teléfono? Ya oscureció, pero qué flojera encender luces para buscarlo. Hay que ser responsables (aunque dé pereza); ya mañana aparecerá.

¿Y si me llama? Mejor pongo a cargar el teléfono de una vez. Claro, tengo el celular, pero ese es sólo para emergencias.


Allí fue cuando llegaste. No es necesario contar lo que sucedió después, porque una vez cerrada la puerta, es poco lo que hace falta encender: para eso basta la luz de las velas.

Y después un café.

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