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Corriente El rincón insólito

Rincones insólitos: Instrumentos (casi) naturales

coconut_tree_with_weird_shape_at_atlantiswikimediacommonsA la hora de escribir me gusta sentir que escribo. Ya sé que la computadora tiene sus ventajas y que las tabletas y los micro, mini o maxi celulares son lo de hoy, aunque eso darle dedazos a un vidrio o aplastar teclas que parecen chicles no me hace muy feliz. Agradezco —eso sí— la tendencia a lo inalámbrico, pero el plástico sigue siendo frío (suena a canción de Miguel Ríos o Lady Gaga).

Ajá. Pues no hay muchas alternativas, ni en esta pocilga semos ultrafánses de loúltimoloúltimo (para muestra, las chancholibretas).

Pero los muchachos de Orée Design  han demostrado que es posible un teclado para quedar bien con el diseño, la tecnología, la naturaleza…  y hasta la globalización. Habrá que romper el cochinito. (¡Ouch!)

AVISO PARROQUIAL: Sí, los rincones insólitos están de vuelta. Estéi tuned for mor sorpráises. Or not.

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Corriente Happy-Happy

De fogón y hogar (II. El fogón bien temperado)

Ändamålsenlig_matlagning_p_1-wikimedia_commonsLas incansables fauces de lumbre recibían de todo, pero especialmente carbón y leña, junto a los cantos rodados y otras piedras empleadas para amasar o para mantener caliente desde un biberón en baño María hasta las tortillas en su trayecto a la mesa. Todo el conjunto daba a la cocina un aroma peculiar e inolvidable, disperso por la casa a caballo del calor húmedo, bajo un cielo tan liso y tan azul como el peltre de la jarra cafetera.

El tránsito de los niños comenzaba “en el almuerzo, porque desayuno es cuando el sol asoma“. Luego, quienes no teníamos ocupación o edad para estar en la cocina nos íbamos a jugar, cada quien en su mundo, hasta la hora de comer.

No tengo demasiada memoria, pero el pan bronceado a la lumbre con un poco de mantequilla, y las tortillas de mano y con manteca hacen que mi paladar errante persiga rastros de aquellos sabores en cada cocina que encuentro.

Así como Nana, todas las abuelas eran expertas, pero cada una tenía su sazón especial para cada cosa, desde la sopa de fideo hasta cierto flan (perdón, Nana: Queso de Nápoles) cuya información nutricional haría palidecer a una gelatina light de las de ahora, pues podía enfrentar en duelo calórico a cualquier plato principal. Las recetas eran casi secreto de familia no por estar ocultas, sino porque había que aprenderlas en la trinchera; los libros de cocina sólo son referencia, pues la instrucción la recibimos siempre, literalmente, en la línea de fuego.

Para que cualquier alimento merezca un lugar en la mesa (y –antes de eso– sobre, entre o bajo las brasas), hay que saber elegir ingredientes y herramientas, todos impecables y de calidad: desde el ajo y la cebolla (junto al tomate y el chile dulce) base de cualquier sofrito, hasta la cazuela de vapor donde reposarán su última etapa los (sudorosos, les decía yo) tamales.

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Con el tiempo, los aprendices (en general rebasados –y de lejos– por las aprendices) superaban los ensayos, y aunque no todos logramos llegar a la línea de banderines, nos queda claro que cocinar (al menos pasablemente) es un derecho humano, base del amor propio. Si no saber cocinar deprime, tener que alimentarse con engendros de indigestión (para colmo, autoinfligidos) bien vale un Prozac… o algo más fuertecito (como un tequilazo). Porque una cosa son los ocasionales desastres culinarios y muy otra la eutanasia episódica. En la trinchera del “fogón bien temperado” –bendita seas, Nana– también se lucha contra la extinción humana.

Anécdotas e historias hay muchas, pero única entre ellas aparece siempre la confección de un inefable pavo pibil, lustroso y dorado como laca de Oriente, cierta vez que tuve el privilegio de probarlo antes que nadie por gracia especialísima de la cocinera.

Después de tanta magia de hornilla, la llegada de la estufa y el horno de gas “modernizó” los desayunos haciendo más fácil la confección de un huevo frito o revuelto, aunque las cocineras de siempre decían (y eso que no había aparecido el microondas) que aquello sólo servía para hervir agua, recalentar o fabricar palomitas de olla… esas que crepitaban queriendo imitar, sin conseguirlo, la rumorosa y chispeante melodía del fogón.

[Las imágenes para estos posts provienen de Wikimedia Commons, y el empujón para unir los ingredientes (en parte piratería legítima), intersecta con algo aparecido en La Barandilla. Por supuesto, todas las anécdotas y sucedencias son irresponsabilidad de quien suscribe y de la pocilga, que dedican estas líneas, siempre, a la familia y a todos los discípulos y herederos de tan legendaria tradición.]

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Corriente Happy-Happy

De fogón y hogar (I. La Comunidad de la Hornilla)

La_cocina_(Ramón_Bayeu)-wikimedia_commonsDesde muy pequeño, la curiosidad (y el hambre) me acercaron a una escuela de magia inesperada, sólo que yo no sabía que lo era a pesar de que allí surgieron muchas de mis preguntas (y a veces obtenía respuestas). Allí hice mis primeras incursiones, guiado por la nariz, que aprendió en eso antes que mis ojos y mi lengua. Era un lugar especial, por igual limpio, acogedor y peligroso.

Aquí no hace frío; aquí nace la magia“. Esas palabras, creo que de Nana, anticipaban los prodigios y delicias que brotaban luego al amor del fogón. Primero fue un lugar de ronda y misterio, de ansiedades y hurtos más o menos solapados, hasta que alguien descubrió mi olfato, más sutil y preciso que la infantil torpeza de mis manos. Desde entonces, las cosas han cambiado un poco, pero aunque las manos han recibido entrenamiento, mi nariz sigue siendo instrumento primario.

Así fui recibido en La Comunidad de la Hornilla.  Todos me enseñaron poco a poco breves y sencillas (mágicas, decía yo) “recetas”, en realidad procesos de la cocina, que alguien de mi estatura podía hacer, como “untos” (aplicación de mantequilla o mayonesa), “pan (y tortillas) a la lumbre” (tostadas), jugo de limón o naranja, y “el aliño base” de la ensalada (limón, sal y pimienta). Estoy seguro de que al mismo tiempo las figuras de lumbre me revelaron alguna de mis primeras historias, aunque el calor de la imaginación haya seguido desde entonces otros caminos para no quemar (al menos, no literalmente) mis dedos.

El simple fuego combate los inviernos, pero además “hace centro”. Congregar a los que saben hacer las cosas ante el fogón es más que suficiente: aunque las luces y “la fiesta” estén allá en la sala, lo que surge de la cocina hace la reunión, con todo y su pretexto; después de todo, “El hogar es el fogón, el calor del corazón“.

Medieval_kitchen-wikimedia_commonsEn una de las casas legendarias (donde dicen que todavía hoy circulan murciélagos y algún fantasma) la estufa de gas no era como tal parte de la cocina: La Cocina, así con artículo, pausa y mayúsculas, eran la hornilla y el fogón de leña y carbón, en un recinto de techos altos y amplia ventana al patio. Allí circulaban los gatos, los patos y los platos (cada quien en su lugar, no piensen mal) y el fuego solamente descansaba en la noche, entre brazos de ceniza y brasas anaranjadas.

Muy temprano, una jarra de peltre era la primera señal: allí aparecía el café, que nos atrapaba por la nariz antes que por la vista: negro y fuerte para los mayores, con azúcar o piloncillo para las abuelas, con leche para casi todos los demás, familia, amigos y visitantes. (continuará)

 

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Chispazos Inspiración pura Marranadas

Bitácora de duelo

Saint-Exupery_Paris_gnufdl_wikimediacommons

Julio 31, 1944.

…Hace un minuto que las hélices dejaron de girar. Mis ojos ven un panorama casi simétrico hasta el horizonte. Como siempre, me pregunto qué haríamos los vagabundos del desierto sin la compañía de las estrellas, perdidos en medio de esta inmensidad que siempre se repite.

Contemplo en silencio el paisaje dorado y rojo, con las primeras luces del día. Estoy seguro: éste es el sitio donde aterricé para reparar mi más afortunada avería, cuando conocí al pequeño príncipe. Éste es el lugar donde llegó a la Tierra, aquí me pidió que le dibujara un cordero dormido en una caja para llevárselo a su pequeño planeta. Qué más da si hoy despegué de Córcega y debo reportarme en Marsella. Desde aquel accidente, todos mis puertos de descanso tienen el mismo rostro, aunque Didier se burle.

¿Qué habrá sido de ellos, el niño, el cordero y la rosa? Me gusta pensar en el reencuentro del príncipe y la flor. Quizá la rosa sufrió un poco al principio por los celos… compartir es difícil.

—¡Estábamos tan bien los dos y ahora llegas con un animal en una caja! ¿Qué vamos a hacer con él?
—No te pongas así… ¡es tan pequeño! En el camino le conté muchas cosas de ti, de lo hermosa que eres, de todo lo que hacemos aquí juntos. Él sólo necesita una raíz de baobab de cuando en cuando para alimentarse. Anda, míralo; quiero que sean amigos.

Desde entonces, a veces la rosa le hace muecas al cordero tras la seguridad de su campana de cristal y él se acerca balando suavemente a darle los buenos días. No lo he visto, Consuelo, pero no es necesario: la risa de las estrellas me lo cuenta todo.

En cada uno de mis viajes vuelvo aquí, al único lugar a salvo de la locura y el absurdo. A unos cuantos kilómetros hay una guerra en la que los hombres se matan unos a otros, mientras yo pienso en un planeta lejano que nunca veré.

Los adultos mueren, pero en alguna parte hay un niño que ríe, un cordero que bala suavemente y una coqueta rosa que todos los días amanece cubierta de rocío. Mientras existan ellos, sobre todo ellos, no debo estar triste.

Se hace tarde. Es hora de subir a mi P-38 y cabalgar en el viento, mientras abajo se extiende el desierto eterno como un amigo, sí, como otro enorme amigo que espera a que me canse de volar, para esconderme entre sus brazos quizás en el mismo rincón donde una vez un niño me pidió un cordero…

[Mañana 6 de abril se cumplen 70 años de la publicación de El Principito. Por eso quise transportar este texto desde EyL, como homenaje a Saint-Ex, pero sobre todo, a la imaginación y la esperanza, que nunca están de sobra, y para que quede como testimonio en esta pocilga.]

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Corriente

Tríptico de lluvia

I.
Por la ventana abierta entran aromas de recuerdos, no siempre viejos, pero por ser recuerdos reaniman la nostalgia. “Aire de lluvia”, decían los abuelos.

II.
El sonido del trueno nos recuerda que Nana decía: cuenta los segundos, siéntete a salvo y pide un deseo. Después, el relámpago es sólo la rúbrica del que escucha.

III.
Así como aquí es de día, allá es de noche. Alguien duerme, alguien sueña. Alguien siempre. Por eso los recuerdos son, a la vez, volátiles y eternos. Como la lluvia.

Reacción escondida el 29 de julio de 2011 entre los comentarios del blog Palabras Voladoras, conocido por todos ustedes (y quien no lo conozca, ¿qué espera?). Rescatado hoy para la pocilga, porque sí.

 

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Corriente

Por asomo

A veces, sucede que algo sucede (valga la redundancia). Y cuando eso ocurre, hay que acudir.

ReverdeciendoAcompáñenme, si gustan, a la aparición mensual en Escribidores y Literaturos, con buena tierra.

Brotes. Se ocupa asombro y paciencia.

 

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Corriente Disculpitas

Lunes en martes.

Para todos aquellos fanes de la pocilga que desesperan porque su escritor favorito, el Señor de la palabra, mejor conocido como El chanchopensante, también conocido como Ivanius ha decidido tomarse unas merecidas vacaciones; no es amenaza, pero seguiré usurpando su lugar.

Eso y recordarles que las “juntas” en lunes –o en martes cuando la semana empieza en martes– son uno de los cánceres de la humanidad. Digo, ¿no habrá manera de empezar a explorar opciones como Skype, e-mail, twitter, o de plano telepatía?

De lengua

Yeah, me siento totlamente espurio y sucio.

Salud.

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Corriente

Sí importa

Así dicen. Acompáñenme a comprobarlo  en este febrero loco allá en el colectivo Escribidores y Literaturos.

Tamaño real. Acercamientos con recompensa.

 

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Explicaciones Marranadas

Ni #SOPA, ni #PIPA, ni #LeyDoring, ni #AtoleConElDedo

Internet nos ha cambiado. No únicamente la manera de aprender, sino también nuestro modo de crear y compartir.

Por eso, la Red Global debe ser un espacio de libertad; no sujeto a los intereses, sino abierto a los méritos.

Las normas restrictivas como #SOPA y #PIPA en EUA, y en México #LeyDoring, así como la ley Sinde en España y la  Lleras en Colombia olvidan que, para ser eficaz, una ley debe surgir del diálogo, la participación y el análisis razonado de sus consecuencias, además de equilibrar el poder y el individuo, en vez de enfrentarlos.

Esta pocilga cree en la libertad de expresión y está en contra de la piratería. Busca el diálogo constructivo y la claridad en lugar de la violencia.
Se manifiesta en pro del sentido común, pero sobre todo, del sentido del humor.

En suma, a favor de la paz, especialmente porque –como dijimos desde el día uno– “vivir no ensucia, y si nos cae la mugre, agradecemos que sea nomás por fuera”.

Sobre todo, infórmense. Si quieren participar en la protesta global, asómense aquí. Más información en la casa de los trinos. No se asusten si aparece por ahí algún fantasma.

IgnoranceAndWant-JohnLeech_wikimediacommonsEn el reloj sonaron las once y tres cuartos.

–Perdona mi indiscreción –dijo Scrooge, mirando el manto del Espíritu– pero veo algo extraño, que no te pertenece, asomar bajo el faldón. ¿Es un pie o una garra?
–Podría ser una garra, a juzgar por la carne que la cubre –respondió con tristeza el espectro–. Mira.
Replegando la túnica hizo salir a dos criaturas escuálidas, encorvadas, temibles, espantosas, míseras, que se arrodillaron sosteniéndose de la vestidura.
–¡Mira, hombre! ¡Mira, mira aquí a tus pies!
Eran un niño y una niña. Amarillos, enjutos, harapientos, ceñudos y fieros, pero abatidos y humillados. Donde la tersura debía llenar sus jóvenes rostros con frescos tonos y matices, una mano agostada y seca, como la del tiempo, los había marchitado, desteñido y torcido. Donde debía haber ángeles se arrastraban demonios amenazadores. Ningún cambio, degradación o perversión de la humanidad, en cualquier grado o entre todos los misterios de la admirable creación, ha producido monstruos la mitad de horribles y espantosos.
Scrooge retrocedió, asustado. Por cortesía a quien se los mostraba, intentó alabarlos, pero las palabras se le atoraron en la garganta, negándose a participar en mentira tan grande.
–¡Espíritu! ¿Son hijos tuyos?– dijo apenas Scrooge.
–Son hijos de los hombres –respondió el fantasma, contemplándolos– y se refugian en mí para clamar contra sus padres. Este niño es la Ignorancia; esta niña, la Miseria. Cúidate de ambos y toda su descendencia, pero sobre todo del niño, en cuya frente está grabada la condenación, mientras no sea borrada. ¡Niégalo! –gritó el espectro, extendiendo la mano hacia la ciudad– ¡Calumnia a cuantos te lo adviertan! ¡Acéptalo sólo para tu provecho y hazlo peor! ¡Pero llegará el final!
–¿No existe alternativa? ¿Algún refugio o recurso? –gimió Scrooge–.
–¿Acaso no hay prisiones? –dijo el Espíritu, devolviéndole por última vez sus propias palabras– ¿No hay correccionales?

La campana dio las doce.”

Este texto (en traducción libre, por Ivanius) proviene del original en inglés de A Christmas Carol, o Canción de Navidad, por Charles Dickens, desde el  Proyecto Gutenberg, y la ilustración es de John Leech en la primera edición de 1843, tomada de Wikimedia Commons.

Después de este revulsivo, retomaremos la programación habitual. Estéi tuned, y gracias por su atención.

 

 

 

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Corriente

A toda luz

Comienza un año que –dicen– hasta los mayas creen ominoso.

Fiel a su tradición (o contradicción), este chanchopensante propone una alternativa en su primera participación de  2012 en Escribidores y Literaturos. Pásenle pues.

Sin sombras. Deje usted su nube (negra o colorida) antes de entrar.

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