Cuando calle
el que es un grito,
sucederá el silencio.
En esa pausa,
unión de universos mudos,
estaremos.
Que la doble negación
sea como dicen
los aritméticos.
Descanse en paz José Saramago (1922-2010). Foto: Wikimedia Commons.
Aquí cae toda la basura.
Qué bien se siente llegar temprano en un día soleado. Tras el deber cumplido, un lugar apacible y luz natural.
Aún no necesito encender nada; podría sentarme a leer.
Damn, se fue la luz. Ya entendí por qué es bueno tener teléfono alámbrico. No estoy seguro de que mi celular esté cargado. ¿Y si llama y me quedo a media conversación? Mejor le mando un mensaje para que no me hable.
Sin electricidad tampoco puedo buscar reseñas de la película; va a pensar que soy un improvisado o un informal si nos vemos aquí. Peor aún, creerá que no puse atención cuando dijo que se le antojaba el cine “de arte”. Mejor le hablo.
Ah, pero no se me dan mucho esas conversaciones. Ni siquiera en tuíter, donde los 140 caracteres son demasiados para decir tonterías y muy pocos para conversaciones relevantes. Decir sólo “al rato nos vemos” sale más barato por teléfono, pero así seguro habrá pleito. Lo de después, ni hablar.
Qué bueno, ya regresó la luz. Justo a tiempo para disponer mesa. ¿Dónde habré dejado el teléfono? Ya oscureció, pero qué flojera encender luces para buscarlo. Hay que ser responsables (aunque dé pereza); ya mañana aparecerá.
¿Y si me llama? Mejor pongo a cargar el teléfono de una vez. Claro, tengo el celular, pero ese es sólo para emergencias.
…
Allí fue cuando llegaste. No es necesario contar lo que sucedió después, porque una vez cerrada la puerta, es poco lo que hace falta encender: para eso basta la luz de las velas.
Y después un café.
El sudor tibio desmiente las buenas condiciones que hacen posible esta carrera. Hay quienes dicen que está sobrevaluada, que es una presunción inútil, un arcaísmo. Yo continúo.
El mayor obstáculo suele ser ese: la opinión ajena. Muchos que en algún momento gozaron sobre la misma pista, luego abandonan ocultando a medias su alivio, y prometen nunca más dejarse atrapar por esta adrenalina.
Dicen que el terreno y los participantes han cambiado. Su defensa es que la tecnología resulta más atractiva que el método rupestre… y quizás sea cierto, pero aún hay sensaciones primarias no reemplazables, como bien lo sabemos unos cuantos. Sigo avanzando. Mientras, llegan más recuerdos, nuevas reflexiones y más obstáculos.
El entrenamiento cotidiano también distrae. Los movimientos, fluidos por repetición, casi pasan inadvertidos. Ese trance ayuda a recorrer grandes distancias en una superficie que sólo a veces obedece al clima para cambiar de soporte.
El tiempo escasea, pero no me doy cuenta porque todavía hay luz suficiente para ver lo que hago. El sudor hace rato no molesta, porque es inevitable.
Falta poco, aunque este último tramo es más prueba de resistencia que de velocidad. Ahora es cuando cualquier interrupción puede ser mortal.
Entonces, un mosquito me rompe la concentración precipitándose en mi ojo izquierdo: parpadeo haciendo juego con el atardecer, que oculta algunas cosas y resalta otras. Las sombras exigen paso libre, y los insectos buscan su comida. No quiero ser el plato principal, así que me retiro.
A pesar de todo, aún es grato leer a la intemperie.
Una plática reciente, junto a un comentario del amigo Pherro, me trajo a la memoria este video, que además de ser “impropio” de viernes, da testimonio de que Walt Disney no sólo sabía poner sueños, sino también lo otro, en sus largometrajes. Además, demuestra que el cambio de idioma puede hacer más enfático el mensaje.
Gracias al súbito silencio en una conversación de amigos, me puse a observar un grupo infantil (más niñas que niños) que disfrutaba alrededor y dentro de la alberca. Dos equipos espontáneos perseguían un balón, mientras algunos más se deslizaban por una resbaladilla para caer al agua…
Sobre nuestras cabezas, un abanico chirriante jadeaba intentando refrescarnos sin éxito. La mejor opción era acudir a una nevera plástica repleta de cervezas, y atacar con decisión las viandas. Con el estómago y la boca en acción, el calor se siente menos.
No recuerdo mucho de lo que hablamos, porque ante las risas de los niños, las ironías adultas importan bien poco. Preferí observar a un niño patear el balón y a una niña que dio la vuelta para atraparlo con un movimiento desmañado y al mismo tiempo digno de un ballet: la coreografía espontánea de las hadas, con rítmico chapoteo como música de fondo.
Sí, recuerdo bien esa reunión, porque me hace tener presente, cuando necesito algo de calma, la tranquila concentración de los niños que juegan, con toda seriedad, en medio de sonrisas. Allí es cuando me asalta, desde la distancia (no tan) adulta, el por qué de una (más) de mis frases favoritas:
“Los cuentos de hadas son más que verdaderos, no por enseñarnos que existen los dragones, sino por decirnos que pueden ser derrotados”. (G. K. Chesterton, por supuesto… parafraseado por Neil Gaiman en el epígrafe de Coraline).
Es viernes, y como lo dije en el post anterior, mayo ha resultado un mes lleno de hallazgos. Entre ellos está una de mis caricaturas favoritas de todos los tiempos, que les invito a disfrutar antes de que los duendes del ciberespacio la desvanezcan, como ha empezado a suceder con todos los Looney Tunes en español ochentero. He aquí al pato Lucas y el hombre del sombrero verde.
AVISO PARROQUIAL. Otro de los hallazgos es que en menos de un año, la pocilga ha llegado a DOS MIL comentarios llenos de lodo y de todo (fuera de la mugre aportada por los titulares de este espacio). Gracias a Jess y Pelusa, que abren el camino hacia nuevos desvaríos, y gracias, siempre, a todos los amigos y visitantes de este “bimilenario” chiquero.
Un giro completo alrededor del sol. Un diálogo y una búsqueda con estaciones inesperadas.
Es la hora de un nuevo turno en Escribidores y Literaturos, pisándole los talones a un mayo que entre otras cosas trae lluvia y encuentros.
Visita. Rutinas, imaginaciones, hallazgos.
AVISO PARROQUIAL. Vaya que mayo trae hallazgos. Pero mejor luego les cuento.
Está demostrado que aunque de repente me precio de ser “el de las ideas”, esto del hablado padrotón no lo inventé yo. Aquí la muestra.
PS: los últimos minutos de pietaje en blanco tampoco son mi idea.
Despierto, las sombras líquidas que me rodean no apagan la sed ni calman el calor, así que es mejor enfrentarlas a ciegas.
El tanteo amodorrado no acierta a encender mi lámpara: eso me ayuda a cerrar los ojos.
Percibo un matiz acompasado en el silencio. Espero, sin embargo, que alguien NO me deletree; el somnus interruptus no es buen conciliador.
Hace calor, aunque no haya sol. Sé que suena infantil, pero detesto abandonar los dominios de Morfeo cuando el líquido negro estaba a punto de abrazar la escarcha. Pocas cosas hay mejores para enfrentar –o remediar– las altas temperaturas que un frappé (y chispas) en compañía de las hadas.
A veces basta un poco de música para combatir hasta la mala fama… o cambiar su significado.
Sigamos el ejemplo y aprovechemos el lunes de la mejor manera: disipándolo.