¿Por qué la poesía no aparece en la cuenta del Reto de los 50 libros?
¿Por qué la poesía puede costar más trabajo que la prosa más densa, el ensayo más complejo y los estudios más arduos?
No lo sé. Bueno, no es cierto. Sí lo sé.
No está en la cuenta de los libros porque la poesía no se termina de leer: en cambio, se descubre, se paladea y finalmente se adopta. Como caramelo inagotable que espera sólo un recuerdo para reactivar su sabor.
También cuesta más trabajo porque desarma al lector, que no sabrá bien lo que lee pero tarde o temprano lo siente. Y de lo sentido no hay cómo esconderse.
La poesía no se anda con tonterías, pero es paciente con los bobos; no derriba muros, pero conmueve los cimientos para recordarnos dónde se apoya todo. La poesía transforma a quien la sigue con ojos, oídos, manos, sístole, alma y entraña.
Los testigos la reconocen, con un estremecimiento diferente, común a quien descubre tras la Suave Patria una Alta Traición: mismo cielo, mismo suelo, mismo y diferente testimonio. El de quien busca darle voz a un canto, a una búsqueda, que de tan urgente y tan dolida se ha escapado para reposar (ajá) sobre una página.
Felicidades a José Emilio Pacheco por su Premio Cervantes. Pero, sobre todo, felicidades a la poesía, que sigue dejándose leer. Y a veces, hasta escribir.