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Destrezas

En un medio día caluroso, uno de los monjes, harto de su mala letra, fabricaba criaturas de papel con trozos del pergamino de apuntes. Su manto estaba lleno de fragmentos minúsculos que intentaba sacudir a manotazos.

El viejo maestro se acercó entonces y tomó algunas de esas figuras. Enseguida se quitó el hábito y entró caminando en el estanque del patio, donde las puso a navegar, dentro de un cuenco de madera que hacía las veces de barquito.

Al salir, el anciano mojó un pincel en el agua del cuenco, ahora oscura, y se puso a trazar en un nuevo pliego historias absurdas y fábulas fantásticas.

Cuando el pasmado discípulo le preguntó por qué había hecho eso, Lou-Sin contestó que al sacudirse el ombligo descubrió una borra de algodón entintada, que sirvió a la vez de inspiración para refrescarse y pretexto para practicar su caligrafía.

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Marcas

Del pueblo cercano al monasterio llegó la advertencia: una banda de forajidos estaba cerca. Al enterarse, algunos de los discípulos comentaron las leyendas que describen a los monjes como implacables expertos en artes marciales bajo una apariencia insignificante.

Con cierta inquietud (y algo de imprecisa esperanza), uno de los más jóvenes le preguntó al viejo maestro si era posible estar preparados para la adversidad.

Entonces Lou-Sin sonrió y dijo: lleva la serenidad como tatuaje, no como armadura; así no estorba ni amenaza, pero sirve para identificarte.

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Empatías

Ante las tristes noticias recibidas sobre Fukushima, los monjes se acercaron al viejo maestro en busca de palabras de consuelo y esperanza. Lou-Sin les invitó a cerrar los ojos y meditar ante el fuego ceremonial del patio.

Mientras tanto, llegaron al monasterio algunos grupos que hacían campismo en el bosque vecino, y al ver a los monjes decidieron imitarlos. Pronto, el patio entero estuvo repleto de gente.

Entonces uno de los discípulos preguntó: Maestro, ¿qué hacer cuando suceden estas catástrofes?

Entonces Lou-Sin señaló con gesto amable a la multitud y dijo: Quienes extienden la mano para actuar siempre encontrarán otras manos que les acompañen.

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Guateques

Aquel día, el pueblo cercano al monasterio se preparaba para una celebración que a unos les parecía costumbre añeja pero poco significativa y otros consideraban tradición noble y necesaria.

El alcalde, buscando aprender (y también agradar a sus electores), decidió invitar al viejo maestro a dar el discurso del festejo.

Al tomar la palabra, tras una reverencia a la asamblea, Lou-Sin sonrió y dijo:

Las fechas son valiosas no por obligarnos a conmemorar recuerdos, sino porque nos impulsan para crearlos.

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Hallazgos

Lou-Sin trabajaba en una esquina soleada del patio del monasterio, rodeado de pájaros que entonaban incesantes batallas y juegos con sus trinos.

En su cuenco de madera, el maestro puso un poco de musgo y otras hierbas. Después lo depositó en un hueco alto del viejo castaño y se retiró sonriendo.

Uno de los discípulos, que lo había visto todo desde lejos, preguntó: Maestro, ¿acaso las aves no tienen sus propios nidos?

Entonces Lou-Sin le contestó: Alguna encontrará ese como una sorpresa, y sabrá compartirlo.

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Resonancias

En días lejanos, cuando el monasterio era mucho más nuevo, Lao-Shi era el viejo maestro. Corpulento como un buey y testarudo como una mula, su voz se hacía oír de un lado a otro del monasterio, donde se desplazaba con agilidad a pesar de estar sentado siempre en una tabla con ruedas, por un accidente del que jamás hablaba.

Lao-Shi elegía a sus discípulos de modo extraño y los instruía con fiereza, exigiéndoles largas jornadas de meditación y otros ejercicios mentales y físicos a los que no estaban habituados. Sus métodos de enseñanza hacían fruncir el ceño a más de uno en el Consejo de maestros, pero aquel coloso indomable se reía. Así lo conooció un joven novicio, que con el tiempo llegaría a ocupar lugar propio entre los monjes.

En un rincón del monasterio hay un pequeño nicho de madera y piedra. Algunos dicen que, si guarda el debido silencio, el visitante puede oír el rumor de los espíritus antiguos.

Allí acude Lou-Sin frecuentemente a encender el pebetero. No se lo ha dicho a nadie, pero lo que escucha siempre, más que la voz, es la risa de su viejo maestro.

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Flexiones

Uno de los novicios se acercó al maestro para preguntarle si era cierto que la senda de la contemplación exigía olvidar los sentimientos para lograr la perfección.

El anciano monje pidió a su discípulo que le contara quiénes eran sus padres y cómo era la vida en el remoto país donde había nacido.

Conversaron largo rato sobre las experiencias de cada uno dentro y fuera del monasterio, y al final, mientras el joven discípulo saboreaba sus recuerdos, Lou-Sin sonrió y le dijo:

Ahora sabes que el corazón es más elástico que irrompible, aunque sólo haya una manera de aprenderlo.

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Corriente Disculpitas Explicaciones Marranadas

Miradas

Tras presenciar una acalorada discusión entre dos de los monjes, uno de los discípulos preguntó al maestro: ¿qué es más difícil: defender la verdad o superar la mentira?

Lou-Sin levantó los ojos y dijo: Lo más difícil es conservar la serenidad, tanto al sostener una opinión como al aceptar sus consecuencias.

AVISOS PARROQUIALES:

UNO. La ausencia virtual de los titulares de este espacio se debe a una ligera (pero imprescindible) molestia llamada vida real, que a veces se pone un poco exigente.

DOS. Los ajustes derivados del cambio de imagen de la pocilga aún no terminan con la paciencia, pero sí con el tiempo.

TRES. Por cierto, este es el post 299. Lo que sigue nadie lo sabe… pero ya llegará. Estéi tuned.

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Peaje

Los maestros decidieron tomar unos días de vacaciones, y dejaron a cargo del monasterio a un recién ingresado, que había sido eficiente funcionario en el pueblo.

El nuevo administrador introdujo cambios en los quehaceres cotidianos, para disgusto de muchos que habrían querido alguien más experimentado en la tradición del templo.

Algunos se rebelaron, y a escondidas hacían las cosas “como antes”, con la esperanza de que, al regresar los maestros, todo volviera a la normalidad.

Al llegar, los viajeros se incorporaron a las tareas, el monje encargado regresó a sus labores y no hubo comentarios sobre las discrepancias.

Un par de días después, los más rebeldes decidieron plantearle su disgusto y sorpresa al viejo maestro.

Lou-Sin, como siempre, los escuchó atentamente. Después sonrió y dijo:

La ira siempre cobra más caro a quien la esgrime. Y el indócil trabaja doble.

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Horizontes

Un hombre se acercó al maestro, para preguntarle si hacerse monje le ayudaría a dejar atrás su pasado.

Si es así –le dijo– ¿qué significado tendrá todo lo que me hicieron y lo que yo hice antes de llegar aquí?

Lou-Sin, sonriendo, respondió: Cada instante es cuenta nueva; tu tarea es nombrarlo rencor o aprendizaje.

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