Creíamos conocer a la niñera, pero…
Así como El Resplandor puede ser una película familiar, las películas que creemos conocer pueden perturbar al espectador más allá de los cantos y juegos.
O tal vez necesito ir al cine.
Creíamos conocer a la niñera, pero…
Así como El Resplandor puede ser una película familiar, las películas que creemos conocer pueden perturbar al espectador más allá de los cantos y juegos.
O tal vez necesito ir al cine.
A veces, olvido atender el guión del personaje más importante, ese que acecha desde el fondo de los ojos y espera una oportunidad para asomarse al espejo.
Emulando al comegalletas, se alimenta de letras y de libros, de luces y sombras; arropado con tinta y toga de hojarasca, conjura periódicamente a las musas… de preferencia ante las mesas y las mozas, patronas todas de las horas inconclusas.
Leer y escribir, en el orden que sea o se pueda, tiene momentos definitorios, a medias entre pánico escénico y bloqueo. Pero viviendo en el imperio de lo instantáneo también vale “en la duda, abstente”… entonces la reflexión desaparece, y la oportunidad de escribir también; releer un borrador es tedioso, y apuntar una frase del libro que ahora mismo estoy leyendo parece complicado.
Sin embargo, las pausas —en estos tiempos donde todo es reactivo e inmediato— que antes eran señal de fatiga, fatalidad y alarma, ahora sólo ocasionan parpadeos. Hasta que una palabra, una imagen, una señal cualquiera-pero-no-cualquiera hace contemplar el camino, tomar aire… y zambullirse de nuevo.
Así ya no hay altos, sólo espacios en blanco; no espejismos, sino retazos que alguien debe atreverse a llenar, zurcir, componer, ensartar. Si el ímpetu no alcanza para trazar las palabras, hay que salirles al encuentro. Los vehículos (y las herramientas) sobran.
Así decía cierto filósofo: el movimiento se demuestra andando. Pero más me gusta cantar, con José Alfredo, aquello de una piedra en el camino.
En este oficio, llámenle como quieran, qué más da si el horizonte es o parece inalcanzable: por lo regular, basta con que sea punto de referencia.
Con el calor primaveral, muchas cosas pueden suceder, y a veces basta con un poco de papel y algo más.
Acompáñenme a levantar la vista al cielo en mi turno de abril para el colectivo Escribidores y Literaturos.
Recado al vuelo. Para que (esta vez) a las palabras se las lleve el viento.
Habrá quien se acuerde (y quien no) de un disco (LP, es decir, Lejos en el Pasado) donde tres individuos llamados Paco de Lucía, Al DiMeola y John McLaughlin asentaron una muestra de lo que el trabajo conjunto en vivo puede hacer a favor de la música y el asombro.
Aquí les comparto la versión “de estudio” de una de esas melodías. 1977, Mediterranean Sundance.
OPDÉIT: Allá en la casa de los trinos puse una versión distinta que me parece bastante meritoria, un cover de Dicke Fische, que dejo también para su disfrute.
Ahora sí, échenme el lunes.
Julio 31, 1944.
…Hace un minuto que las hélices dejaron de girar. Mis ojos ven un panorama casi simétrico hasta el horizonte. Como siempre, me pregunto qué haríamos los vagabundos del desierto sin la compañía de las estrellas, perdidos en medio de esta inmensidad que siempre se repite.
Contemplo en silencio el paisaje dorado y rojo, con las primeras luces del día. Estoy seguro: éste es el sitio donde aterricé para reparar mi más afortunada avería, cuando conocí al pequeño príncipe. Éste es el lugar donde llegó a la Tierra, aquí me pidió que le dibujara un cordero dormido en una caja para llevárselo a su pequeño planeta. Qué más da si hoy despegué de Córcega y debo reportarme en Marsella. Desde aquel accidente, todos mis puertos de descanso tienen el mismo rostro, aunque Didier se burle.
¿Qué habrá sido de ellos, el niño, el cordero y la rosa? Me gusta pensar en el reencuentro del príncipe y la flor. Quizá la rosa sufrió un poco al principio por los celos… compartir es difícil.
—¡Estábamos tan bien los dos y ahora llegas con un animal en una caja! ¿Qué vamos a hacer con él?
—No te pongas así… ¡es tan pequeño! En el camino le conté muchas cosas de ti, de lo hermosa que eres, de todo lo que hacemos aquí juntos. Él sólo necesita una raíz de baobab de cuando en cuando para alimentarse. Anda, míralo; quiero que sean amigos.
Desde entonces, a veces la rosa le hace muecas al cordero tras la seguridad de su campana de cristal y él se acerca balando suavemente a darle los buenos días. No lo he visto, Consuelo, pero no es necesario: la risa de las estrellas me lo cuenta todo.
En cada uno de mis viajes vuelvo aquí, al único lugar a salvo de la locura y el absurdo. A unos cuantos kilómetros hay una guerra en la que los hombres se matan unos a otros, mientras yo pienso en un planeta lejano que nunca veré.
Los adultos mueren, pero en alguna parte hay un niño que ríe, un cordero que bala suavemente y una coqueta rosa que todos los días amanece cubierta de rocío. Mientras existan ellos, sobre todo ellos, no debo estar triste.
Se hace tarde. Es hora de subir a mi P-38 y cabalgar en el viento, mientras abajo se extiende el desierto eterno como un amigo, sí, como otro enorme amigo que espera a que me canse de volar, para esconderme entre sus brazos quizás en el mismo rincón donde una vez un niño me pidió un cordero…
[Mañana 6 de abril se cumplen 70 años de la publicación de El Principito. Por eso quise transportar este texto desde EyL, como homenaje a Saint-Ex, pero sobre todo, a la imaginación y la esperanza, que nunca están de sobra, y para que quede como testimonio en esta pocilga.]
No quiero aburrir, me dije. Por eso no había vuelto a aparecer, mientras mis libretas de apuntes, avarientas, acumulaban chispazos.
No leo para ser culto, sino para no ser aburrido, dice uno de mis principios. Por eso la aventura de leer (o más bien su recuento) hizo pausa, pero no la biblioteca. Después, la reflexión me hizo ver que mudez no es necesariamente madurez (con todo y cacofonía), pero la autocensura sí puede ser perversa discreción.
El apresuramiento en los trinos y en los muros feisbuqueros suele restarle artesanía, aunque tal vez no oportunidad, a las palabras.
Por razones como esas, el “viejo posteo bloguero”, como algunos en este desértico barrio aún le decimos, parece haber perdido algo de su lustre… pero no la magia. Decir y no decir, a través de trazos, trinos y lo que salga, sigue siendo la construcción de un diálogo, primero con el yo que resuena en mi cabeza y luego con quien se ofrezca.
Como decía el letrero del farmacéutico: este negocio abre sus puertas cuando me da la gana, y las cierra a la misma hora.
Las conversaciones continúan, aunque el ajetreo ya no sea tan aparente; los canales siguen abiertos, y la historia avanza, a veces sin voces discernibles, pero nunca sin palabras. Y a propósito…
AVISO PARROQUIAL
Hablando de imágenes y guiños, nos da gusto comunicar al personal que la FotoMadrina ha decidido ofrecer al público algunas muestras de su trabajo tras la lente. La exposición se llama Sin Palabras (no entiendo 😛 ) y estará abierta desde el 4 de abril, acá en la esmogópolis. Quede la invitación.
Ni Shakespeare ni los mayas lo habrían inventado explicado mejor.
Con ustedes, el profesor Comegalletas.