A veces, olvido atender el guión del personaje más importante, ese que acecha desde el fondo de los ojos y espera una oportunidad para asomarse al espejo.
Emulando al comegalletas, se alimenta de letras y de libros, de luces y sombras; arropado con tinta y toga de hojarasca, conjura periódicamente a las musas… de preferencia ante las mesas y las mozas, patronas todas de las horas inconclusas.
Leer y escribir, en el orden que sea o se pueda, tiene momentos definitorios, a medias entre pánico escénico y bloqueo. Pero viviendo en el imperio de lo instantáneo también vale “en la duda, abstente”… entonces la reflexión desaparece, y la oportunidad de escribir también; releer un borrador es tedioso, y apuntar una frase del libro que ahora mismo estoy leyendo parece complicado.
Sin embargo, las pausas —en estos tiempos donde todo es reactivo e inmediato— que antes eran señal de fatiga, fatalidad y alarma, ahora sólo ocasionan parpadeos. Hasta que una palabra, una imagen, una señal cualquiera-pero-no-cualquiera hace contemplar el camino, tomar aire… y zambullirse de nuevo.
Así ya no hay altos, sólo espacios en blanco; no espejismos, sino retazos que alguien debe atreverse a llenar, zurcir, componer, ensartar. Si el ímpetu no alcanza para trazar las palabras, hay que salirles al encuentro. Los vehículos (y las herramientas) sobran.
Así decía cierto filósofo: el movimiento se demuestra andando. Pero más me gusta cantar, con José Alfredo, aquello de una piedra en el camino.
En este oficio, llámenle como quieran, qué más da si el horizonte es o parece inalcanzable: por lo regular, basta con que sea punto de referencia.
2 replies on “Letra sin pesar de pausa”
Recordando aquella charla que tuvimos y con lo que acabo de leer se me antojó que tal vez podría interesarte la lectura de esto que escribió Enrique Vila-Matas (http://www.barcelonareview.com/23/s_escribir.htm). Saaaabeeee tú. Saludos 😉
El horizonte es inalcanzable hasta que llegas a él.