Como buen lector que intento ser, me sorprendió la variedad de respuestas al meme transmitido por Canalla, y agradezco las sugerencias porque la cosecha de libros, dice la canción, “nunca se acaba”.
A riesgo de poca seriedad, creo que para escribir es necesario, dirían Hemingway y Quino, tanto el detector de mierda como el sentido del humor. Pensar que todo es goce no es realista, pero el camino puede ser un poco menos arduo si primero como lector y luego al escribir aprendo a desprenderme de las palabras lo suficiente como para decir esto no me gusta o prefiero otra cosa, con apertura para asomarme a páginas nuevas.
Así empecé a repasar: Dickens. Lagerlöf. Mi querido Chesterton. De la Cabada, Jardiel, Ibargüengoitia… Los descubrimientos, los asombros; Dinesen, Wilde, Verne…
Inútil elegir. Cada nombre es una exigencia, cada página una enseñanza. ¿Cómo decidirme?
Entonces recibí palabras de alguien que sabe: “Rafael Ramírez Heredia (qepd) decía que los escritores se hacen con, sin o a pesar de los talleres literarios. Lo mismo podría decirse de las lecturas. Yo toda mi vida he leído por puritito regocijo, jamás he tenido lecturas ‘obligadas’. Las lecturas son, para mí, como una huella digital: irrepetibles. Cada quien lee lo que le gusta, y absorbe lo que necesita. Las influencias son 100% íntimas”.
No creo poder decirlo mejor.