Si quieren hacer callar a alguno de esos (digámosles “adultos contemporáneos”) que pregonan la desaparición de los cables, proclaman como necesidad las contorsiones inalámbricas y defienden la absoluta libertad de movimientos como algo indispensable para una tarde de diversión electrónica, he aquí la solución.
A veces, las rarezas del clima (y una ventana propicia) pueden aportar todo lo necesario para una historia como la que hoy comparto en Escribidores y Literaturos.
Antes del sueño, la virtud secreta del olfato me sostiene para saborear la textura crujiente de caramelo y canela presos en una mirada.
Con los ojos cerrados, espero el asalto inevitable del café y la espuma antes de pasarlos frente a mi rostro como una caricia. Mi inquietud y la lengua me hacen probar ese inconfundible y ligero toque de sal que dejaron dos labios.
Sé que no debo abrir los ojos, así que aspiro hondo y disfruto de nuevo esa fragancia, no tan costosa como cierto perfume.
Yo, exprés doble cortado. Quizás, luego, un postre.
Este blog nació como los diamantes: de un montón de material oscuro y bajo presión. Aún ahora, a veces parece más lleno de cenizas que de fulgores, y más pleno de dureza que de calor. Pero se ve bien.
Todos los caminos que se han cruzado en la pocilga tienen una razón propia, principalmente decir algo, aunque no necesariamente esperado o elevado: lo que se ve, se vive o se lee, las imágenes mentales, las impresiones, lo que repele, lo que atrae, lo que pasa en la calle. Letras y miradas.
Las marcas que recuerdan la necesidad de maquillaje son huellas; a veces signo de riesgo, a veces rastro viejo de dolor. Lunares y cicatrices, que bien dispuestos o bien aderezados son solamente testigos de la vida… o rastros de la navaja inexperta.
Las páginas y las palabras son la vestimenta preferida de este espacio y sus habitantes; los abalorios y cadenas son música y comentarios, no siempre patentes, pero siempre presentes.
Por esa misma razón, el cursor y la tinta, la poesía y la prosa, más que maquillaje para las ideas, son el vehículo preferido de la imaginación, intento (casi siempre desesperado) de poner en orden a la “loca de la casa”.
En este chiquero se huye de las etiquetas, aunque sus habitantes la llevamos con orgullo, presumiendo a veces el garfio cromado y a veces el jaquet, una pata de caoba o guayacán y un listón en el tobillo derecho (para no ponerlo muy alto). El punto de partida es el blanco, suma de todas las luces, y el punto de llegada es el negro, confluencia de todos los colores. Así se arman las palabras sobre la página.
El producto no huele mal. Es verdad o mentira, pero intenta ser bien contada, para que –lejos del olor de santidad– deje por lo menos buen sabor de boca.
Todo esto para que el correr de las páginas parezca más un festival de dibujos animados que una película digna de palmas de oro. Al ponerle orégano a una taza de palomitas con mantequilla, lo importante no es sólo aprender, sino también divertirse.
Como Julio Verne, o como Phileas Fogg, aquí lo valioso no es acumular sellos en el pasaporte, sino aprendizajes y experiencias. Al movimiento del espíritu le basta un solo instante.
Así queda respondido, aunque no lo parezca, un regalo de Pelusa. Gracias a ella, y a ustedes por leer estos (y tantos otros) desvaríos.
Tengo algo que decir, pero no sé si soy yo quien debe decirlo, o sólo parece que lo digo, pero sin saber si dije lo que debía decir en el momento que debía decirlo.
Como buen lector que intento ser, me sorprendió la variedad de respuestas al meme transmitido por Canalla, y agradezco las sugerencias porque la cosecha de libros, dice la canción, “nunca se acaba”.
A riesgo de poca seriedad, creo que para escribir es necesario, dirían Hemingway y Quino, tanto el detector de mierda como el sentido del humor. Pensar que todo es goce no es realista, pero el camino puede ser un poco menos arduo si primero como lector y luego al escribir aprendo a desprenderme de las palabras lo suficiente como para decir esto no me gusta o prefiero otra cosa, con apertura para asomarme a páginas nuevas.
Así empecé a repasar: Dickens. Lagerlöf. Mi querido Chesterton. De la Cabada, Jardiel, Ibargüengoitia… Los descubrimientos, los asombros; Dinesen, Wilde, Verne…
Inútil elegir. Cada nombre es una exigencia, cada página una enseñanza. ¿Cómo decidirme?
Entonces recibí palabras de alguien que sabe: “Rafael Ramírez Heredia (qepd) decía que los escritores se hacen con, sin o a pesar de los talleres literarios. Lo mismo podría decirse de las lecturas. Yo toda mi vida he leído por puritito regocijo, jamás he tenido lecturas ‘obligadas’. Las lecturas son, para mí, como una huella digital: irrepetibles. Cada quien lee lo que le gusta, y absorbe lo que necesita. Las influencias son 100% íntimas”.
Leer y escribir son dos aprendizajes que comparten tiempo e instrumentos. Tras el logro de expresar ideas nos asalta el deseo –casi la angustia– de evitar que desaparezcan.
La voz ante las letras que despertó al aprender a leer es irrenunciable, y el torrente de palabras que nace de ensayar la escritura es avasallador. Cuál tenga más resultados (o consecuencias) sobre el alma, la mente, el espíritu, la psique o como se llame la identidad personal del iniciado… es algo difícil de discernir.
La lectura vuelta impulso o desafío para escribir también es un misterio.
Ese fue el propósito de un “meme” atractivo hasta para varios que solemos renegar de ellos (no digo nombres). Además, la instigación-invitación proviene de Canalla, alguien que sabe leer y escribir, y lo ejerce. Predica con el ejemplo, pues.
La orden del meme es ésta: Enuncie tres libros que obligaría a leer a un aspirante a escritor, con su porqué. Sin descifrar qué tiene más morbo gozo, el sadismo de obligar a leer un “arcano” o el masoquismo de lanzarse en pos de claves entre brumas mentales, he aquí mis marranas sugerencias.
1. Un diccionario. No importa (o también) si es el de la Academia o el Academia: aprender qué significan las palabras (y cómo se escriben) es tarea progresiva.
2. Otra lengua. Unamuno, dicen, aprendió danés para leer a Kierkegaard, aunque seguramente también a Andersen. Muchos escritores no pertenecen al espacio cultural de quien los lee… y suelen caer (desplomarse) en manos de traductores que no los respetan y menos los entienden. Hay magníficas excepciones, pero hallarlas puede ser complicado.
3. Otro género. Acercarme no sólo a lo que quiero aprender, sino a más: novela, cuento, poesía, teatro, cine, televisión, comic… La palabra sabe saltar, y es bueno aprender a seguirle el rastro.
Cuanto yo mismo escribí hace años me enseña en la relectura cosas nuevas; lo que de otros me gustó, o no entendí, puedo redescubrirlo. En esto, la escritura (y la cocina, la pintura, la música y otras actividades) se parecen: para aprender es necesario acercarse, e intentar imitar, a quienes saben más. Lo más importante: practicar siempre.
Ah, el meme también dicta que debemos endilgarlo, digo, pasárselo a alguien más. Yo no lo haré, pero siempre son agradecibles las lodosas sugerencias de todos los amigos y visitantes de este chiquero: leer para aprender (y a escribir, nada menos) tiene que ser bueno.
Misión cumplida, amigo Canalla. Ahora, a leer (más).
Aquel año en que viví junto a un parque, Perla era la niña que sabía jugar sin límites, más allá de la torpeza que le imponía su andar, a medias cauto y mitad apresurado, envuelta en una bufanda más larga que ella misma, con la que igual jugaba a saltar la cuerda como a esconderse dejando fuera solamente pestañas y miradas.
En verano y otoño, rondaba desde temprano el parque donde siempre se le veía montada en un columpio. Desde allí desgranaba racimos de carcajadas.
Ningún ceño adusto o malhumor sobrevivía a una andanada de sonrisas. Todos los niños y adultos del rumbo sabían que un paseo por el parque era remedio eficaz para el desánimo, el tedio o la amargura, y allá iban. Perla no lo sabía, o quizá sí, pero no alteraba su entusiasmo. Tampoco se dirigía especialmente a alguien, pero todos sentían que era así. Cada quien recibía la risa de Perla como si la hubiera inventado especialmente para él.
Un día descubrí que había llegado el invierno, porque los juegos estaban desocupados. Sólo un par de perros callejeros dormitaban en el parque.
Algo me impulsó a sentarme en el columpio, balancearme y reír. De pronto el aire se entibió con voces, y la gente comenzó a llegar. Uno tras otro nos reconocimos en los aplausos, entre los juegos y bromas.
A veces parece inútil buscar, sumergidos en el lodo de la realidad, momentos como pausa, risas líquidas, ironías entorchadas que despejen la rutina. A veces basta sonreír para que del polvo surja la alegría como una joya.
Ladies and gentlemen:
Ya está aquí la segunda temporada de #cuentoalvapor
Las reglas son sencillas: el plan es que no hay plan, esto aparece y desaparece sin decir “agua va”, a veces sin mucho orden de por medio, unas veces con tema y otras no, nadie se arde ni se engüila, cualquiera le puede entrar, sea o no en el tuiter de su confianza, y se puede –cómo no– romper la barrera de los 140. Y en podcast. Y en ilustración. Y en lo que más se le antoje, damita y caballero.
Bienvenidos, que esto ya empezó.
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*¡Ahhh! ésa sensación…* – …es un ejército de…
-¡Fuuuta!…
– ¡Corte! ¿qué pasa chingá? Esa escena la teníamos ya montada ayer. Además, ¡acuérdense que no tenemos tanto filme! ¡Pongan atención, carajo!… ¡Pollo!
– Perdón…Soorry…
– ¡¡POLLO!!
– Diga patrón.
– ¿Cuanto pietaje nos queda?
– Masomenos para 1:10 no más
*uuhh… Ya valió*
– ¡Mta! A ver Fernanda, ¿sale esta toma?
– No jefe. Este plano que es el corto dura 3:15 según el ensayo de ayer…
– ¡¡Aahh qué la chingada leidis!! ¡Pongan atención! ¡Pollo! ¡Carga otro rollo! ¡Media hora todos! Pero los quiero aquí, no se vayan. Y no se fuma en mi foro… ¿Okei?
Ustedes leidis, a repasar por favor. Ya casi… esta y otra y terminamos, ya chingá… Por favor ¿si?
*ta madre* – Si Rodri, lo que tú digas.
– Va, no hay pedo… Oye güey, ¿qué pedo? ¿Te tiraste uno? No mames, no seas puerca…
*oooh qué la veee…* – No manches, así huele por aquí.
– Sí, pendeja…
*chale ¿qué me haría daño?* – Pues sí güey.
– ¡Ya pues! Vamos a ensayar.
– – – – – – – – elipsis mamona- – – – – – – –
– Y… ¡Acción!
– Y ¿ahora qué hacemos?
– No lo sé…
– – – – – – – -otra elipsis mamona- – – – – – – –
– ¿Ya ven chicas? se los dije. Solamente necesitábamos un poco de concentración y ya. Esa escena era larga y complicada; en fin, ya terminamos. Muchas gracias…
*siii pinche mono… ahora sí ¿verdad?* – De nada Rodri, qué bueno que ya terminamos. Si, nos vemos en el bar…
– Va. Ora sí güey, dime la neta. ¿Te tiraste uno o no?
*siigue esta vieja* – ¡Que no güey!
– Ahh, ¡te caché! tú nunca dices groserías mas que cuando estás en pedos.
*que la veee…* – ¡Que no y que no! *¡Ahhh! ésa sensación… ¡Para que se te quite pendeja!*