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Corriente Happy-Happy

Espasmos

El encargado de la cosecha acudió a Lou-Sin para decirle en tono de confidencia que al terminar las tareas diarias, uno de los monjes, apartándose de los demás, se convulsionaba en una esquina del huerto. El maestro prometió tener en breve una conversación con el joven monje.

A la mañana siguiente, el discípulo no estaba en el grupo de quienes acudieron a desyerbar el jardín, y el hermano hortelano, algo inquieto, le preguntó al maestro por él.

Entonces Lou-Sin, en tono de confidencia, dijo: Aunque me gusta la música, yo tampoco sé bailar, y él ofreció ir al pueblo a buscar alguien para que nos enseñe.

Luego el maestro se alejó, silbando y convulsionándose, hacia una esquina del huerto.

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Corriente Inspiración pura Marranadas

Polonesa para un no-cumpleaños

Hoy 22 de febrero algunos dicen que es cumpleaños de don Federico Chopin. Otros insisten en que nació el primero de marzo.

Yo prefiero no polemizar, y les dejo una polonesa “de no-cumpleaños”  interpretada por algunos célebres e inesperados artistas. Todo sea por atenuar el lunes… Y feliz bicentenario, don Fede.

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Corriente Inspiración pura

Elogio de la lealtad II

Con febrero se ha cometido una injusticia grave, que es definirlo, como al amor y la amistad, por el contenido de su “día célebre”. En desagravio, una conversación (en realidad, más de una) me recuerda mirar detrás de las pancartas, o más bien, dentro de las personas que las (sobre)llevan, para hallar las luces verdaderas.

“Por esto, querido amigo, necesito yo tanto tu amistad, la de un compañero que, por encima de las disputas intelectuales, vea en mí al peregrino de este fuego…”

¡Estoy tan harto de capillismos, territorialidades y fronteras! En medio de la batalla, inmerso en la obscuridad de la trinchera, o en ese frío antes del alba que se complace en abofetearnos, me aferro a la memoria y las palabras.

“… Ante ti puedo presentarme sin vestir un uniforme, sin tener que recitar un verso del Corán, ni sacrificar lo más mínimo de mi vida interior.”

Recuerdo cómo el calor compartido –que por algo se llama hogar—  disipa desconfianzas, recelos e ignorancia. Tengo presente cuántas veces, al mismo tiempo que una vianda común (sea caviar, carnitas o cerezas), dos o más han disectado las exigencias de cada batalla cotidiana, esas que generalmente logramos superar por pura resistencia.

Ante ti no tengo que disculparme ni defenderme, no necesito demostrar nada… Más allá de mis torpes palabras y de mis opiniones, que pueden extraviarme, tú me ves sencillamente como un ser humano…

En esa lucha, ante la inminencia de la herida, del padecimiento que se nos inflige por igual, no hay niveles, no existen diferencias: la sangre vertida y el sudor derramado son el mismo. Tal vez las lágrimas no… pero sólo por razón de turno.

“Yo –este que, como todo el mundo, siente la necesidad de ser reconocido– me siento auténtico junto a ti, y por eso te busco. Necesito dirigirme al lugar donde pueda sentirme auténtico… Un amigo es necesario como esa cima de la montaña donde es posible respirar de forma diferente”.

Nada como lo que se comparte, porque hacia adentro, igual que las riquezas, se acumulan las dudas. Pero afuera hay luz, y bajo ella, todas esas mezquindades e insignificancias que carcomen se ventilan. Por eso importa saber reírse (y enseñar a reír) de ellas.

“Abrir nuestras ventanas; sentir el aire nuevo;
pasar por un camino que huele a madreselvas;
beber con un amigo; charlar o bien callarse;
sentir que el sentimiento de los otros es nuestro;
mirarse en unos ojos que nos miran sin mancha,
¿no es esto ser feliz pese a la muerte?
Vencido y traicionado, ver casi con cinismo
que no pueden quitarme nada más y que aún vivo,
¿no es la felicidad que no se vende?”

La imagen es una ilustración para una edición inglesa de Los tres Mosqueteros, tomada de Wikimedia Commons. Los primeros párrafos de este artículo son citas y paráfrasis libérrima a la Carta a un rehén, de Antoine de Saint-Exupèry. La última cita, en verso, pertenece a Momentos felices, de Gabriel Celaya (1911-1991), poeta español. Las reflexiones intertextuales debo llamarlas, a partes iguales, travesura y tributo… más allá de los sustantivos que supuestamente pertenecen a un solo día de febrero.

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Corriente

I Java Dream X

El primer sorbo apenas lo siento, paladeándolo como una invocación que desenrede mis papilas perezosas.

Ayer, antes de ayer, sonreía recordando cosas tristes y cosas alegres, y cosas más alegres aún perdurables que bastan, como el conjuro patronus de ese libro que leímos juntos sin saberlo, para disipar cualquier cantidad de espectros chocarreros.

El segundo sorbo me pinta el bigote de espuma y azúcar, para que se escurra hacia el cielo un géiser de risa que atraganta. Aún no aprendo a tomar líquidos sobre la mesa.

Hoy no salgo de ese asombro que me regala el tiempo, aunque me pregunten cómo es que llevo la cuenta de tantas cosas en la libreta arriera, en los cuadernos de apuntes, en docenas de bocetos con signos que podría repetir hasta dormido.

El tercer sorbo es una sorpresa, después de haber conseguido ponerle un sudario de crema a mi taza favorita, y equilibrar una cereza para que cambie de registro la amargura.

Mañana, pan dulce con café para desayunar. Por esta vez, el silencio llegará  después de la cafeína.

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Explicaciones Inspiración pura

Música (o)culta

Todos han escuchado la canción del sirenito, a la que no le hizo falta profundidad (dicen) para convertirse en un clásico. *cof, cof*

Pero a veces es posible hallar otras melodías… con mayor escuela. Aunque el tema sea casi el mismo.

Les Luthiers – Dilema de amor (cumbia epistemológica)

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Corriente

Cuernitos con mantequilla

O “cruasanes”, como me dijo alguien. Ese es el punto de partida para mi relato de febrero en Escribidores y Literaturos.

Junto con el sol. A ver si así se quita un poco el peso de este clima, que entre la lluvia, el viento y otros caos por poco nos quedamos a oscuras.

Conste que no estoy hablando de política. Porque ese lenguaje, últimamente o casi siempre, es puro quejido. Shhhh.

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Corriente Disculpitas

Música porque sí

Hace algunos días, Lou-Sin festejó calladamente su aparición en este plano de la existencia. Y digo calladamente no sólo porque así es él, sino porque se nos olvidó que había asomado en cierta esquina (¿o era un rincón?) de blogolandia antes de presentarse oficialmente acá en la pocilga.

Cuando el personal amenazaba con las tradicionales mañanitas, el maestro pidió que mejor le pusieran esta canción. Quizás porque ya nos ha oído cantar.

Joe Cocker: The Simple Things

 

 

 

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Corriente Disculpitas Marranadas

Ponis vs Pecadores, o una de deportes

En este bullanguero país –planeta, debería decir– casi todo lo relacionado con deporte invoca polémica.

Yo me considero, más que aficionado o practicante, un espectador insatisfecho. Y no se me alboroten, pero hace mucho que no veo un solo partido completo de la especialidad que sea en TV, ni se diga asistir a un estadio.

Mis años de paciente observación “sociológica” me hacen concluir que pocas cosas sirven como los deportes para congregar a un grupo de amigos (últimamente, ante un televisor) y hacer brotar al pequeño aficionado fanfromhell que todos llevamos dentro. Catarsis pura, cuando existe  la prudencia… o pesadilla sin límites  (y hasta balas).

Mi dificultad principal con los más populares (el beisbol y los dos futboles, americano y soccer) es la falta de (¿habilidad? ¿interés? ¿profesionalismo?) de los involucrados (desde los jugadores hasta los comentaristas y patrocinadores) por centrar y conservar la atención del público en el juego mismo. Todo eso hace que los partidos sean, además de largos, aburridos (dos horas uno de soccer, y tres horas uno de fut americano, considerando pausas y comerciales).

No lo digo yo: un artículo reciente de Foxsports dice que el tiempo de “acción efectiva” en un juego de la NFL son once minutos. No sé si hayan hecho el mismo cálculo con el soccer, pero dudo que allí supere los siete. Eso en un mundial, porque a medio torneo local (y lo de “medio torneo” está bien dicho), muchas veces lo más memorable sucede en las gradas: hace poco alguien me recordaba una propuesta de matrimonio que debió esperar a que el América anotara un gol. Y por poco no llegó.

En fin, ya viene el supertazón. Once minutos de acción, botana, los comerciales más caros del mundo, un “espectáculo de medio tiempo” que cuesta más que una miniserie de TV… y dos equipos que, la verdad, me dan igual. Pero habrá que verlo: la convivencia lo vale.

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