Me impresiona, siempre, una sonrisa,
a veces, por lo que muestra; otras, por lo que oculta.
Así es que me contagian tanto la Mona Lisa
como la alegría de un niño en una fiesta.
Me impresiona ese poder que me transforma
oculto entre las comisuras de una boca,
porque un instante antes era arruga
y porque un instante después hasta sonroja.
Me impresiona el halago, compañía
de la correspondencia y la alegría,
más por lo que adereza que por lo que cocina
(no es igual endulzar que hacer almíbar).
Me impresiona, en fin, que la belleza
oculta en lo virtual habite en el espejo,
pues ya se sabe que la perdición de la reina
de Blanca Nieves, y la de Dorian Grey, fue su reflejo.
[La primera versión de este poema fue comentario reactivo a un interesante cuestionario de reciente aparición en la blogósfera, gracias a la infatigable Pelusa, y rescatado hoy para la pocilga, porque sí.]