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I Java Dream XIV

Sé que un guiño no basta, pero es difícil conservar los dos ojos abiertos cuando el sopor de “aún-no-es-hora-de-comer” se derrama sobre mi cabeza con penetrante intermitencia.

Parpadeo de nuevo y apelo a los hábitos de lector para concentrarme. Las palabras cobran vida en la página como juego de rummy autónomo, y una pequeña voz sobre mi hombro se empeña en que, bien o mal, todo está dicho ya, así que mejor “no buscarle tres pies al chancho”.

El lápiz a treintaicinco grados del papel parece estar de acuerdo, mientras el diccionario, la gramática y el calor claman por la sensatez.

Un minuto de silencio (eterno, pero finito) antes de levantarme. No me rindo, sólo cambio de estrategia.

Diez minutos más tarde, junto a mi escritorio hay un creciente rimero de hojas, mientras yo, con la mente (y no sólo la frente) despejada, contemplo por enésima vez una colección de palabras que ya no son rummy, sino el rompecabezas de siempre.

Bendito express.

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Peaje

Los maestros decidieron tomar unos días de vacaciones, y dejaron a cargo del monasterio a un recién ingresado, que había sido eficiente funcionario en el pueblo.

El nuevo administrador introdujo cambios en los quehaceres cotidianos, para disgusto de muchos que habrían querido alguien más experimentado en la tradición del templo.

Algunos se rebelaron, y a escondidas hacían las cosas “como antes”, con la esperanza de que, al regresar los maestros, todo volviera a la normalidad.

Al llegar, los viajeros se incorporaron a las tareas, el monje encargado regresó a sus labores y no hubo comentarios sobre las discrepancias.

Un par de días después, los más rebeldes decidieron plantearle su disgusto y sorpresa al viejo maestro.

Lou-Sin, como siempre, los escuchó atentamente. Después sonrió y dijo:

La ira siempre cobra más caro a quien la esgrime. Y el indócil trabaja doble.

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Orwelliana

“Cuando leemos algún texto impregnado de fuerza personal, nos parece atisbar un rostro tras las letras que no es necesariamente la verdadera faz del escritor. Así me sucede con Swift, con Defoe, con Fielding, Stendhal, Thackeray y Flaubert, aunque en algunos casos no sé cómo eran sus caras y tampoco me hace falta. Lo que el lector ve es el rostro que el escritor debería tener. Bueno, en el caso de Dickens veo un rostro que no es precisamente el de las fotografías de Dickens, aunque se le parece. Es la faz de un hombre cuarentón, rubicundo y con una pequeña barba. Ríe, y su risa tiene un toque de furia, pero sin malicia ni revanchismo. Es el rostro de un hombre que siempre está luchando, pero abiertamente y sin temor: un hombre de generosa furia, es decir, un liberal decimonónico, una inteligencia libre, alguien detestado al unísono por todas las pequeñas ortodoxias apestosas que hoy en día pelean por nuestras almas”. George Orwell, sobre Charles Dickens (1939) –Traducción libre.

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Corriente Marranadas

Libros para salvar del tiradero

El mes de junio, lleno de augurios casi tanto como mayo, tiene un ingrediente especial: el IV Gran Remate de Libros en el Auditorio Nacional (del 22 al 28 de junio).

Asistir a la cacería es ingresar al encierro de una jauría inmensa y descontrolada, cuyos cientos y cientos de zombis ignoran el tamaño de su hambre hasta que empiezan a tirar baba.

Allí, entre montones de libros que parecen iguales, yacen hallazgos de gambusino que deben ser apresados al estilo antiguo: primero una mirada de reojo que congela el paso; después, un doble parpadeo y mirada alrededor para verificar, no que ese libro sea lo que yo creo, sino que nadie haya descubierto mi cara de avidez.

Luego, el acercamiento espiral: tomar un libro cualquiera cercano al codiciado, y posar la mano simulando descuido mientras por último se reclama la presa.

Allí es cuando alguno de los vendedores (si es buen lector también, y no sólo cobrador) descubre al bibliómano, porque sólo para despistar se manosea Dios Mío, Hazme Viuda Por Favor de Josefina Vázquez Mota cuando junto están, a precio rebajado (ojalá), John Kennedy Toole, Alejo Carpentier o Mario Benedetti, por ejemplo.

Tener presupuesto fijo u horario limitado es casi la única solución para no arruinarse, porque todo lector tiene autores consentidos o una creciente y semisecreta lista de compras. En la mía están, entre muchos otros, Marco A. Almazán (especialmente el Rediezcubrimiento de México) y Patricia Cox, ambos muy rescatables en este año de literatura bicentenaria, a quienes conozco, aprecio y persigo porque casi no los reeditan, y suelen ser buen regalo para mis amigos.

El éxito del safari es análogo al de los cazadores de fieras: sé que voy a encontrar piezas notables, siempre y cuando logre no ser devorado por las bestias descerebradas, ni “venadeado” por algún trampero con mala leche. Seguiremos informando.

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Corriente

Inspiración y transpiración

Dicen que el secreto de los corredores de fondo no es la forma, sino la resistencia. Por eso es bueno emprender caminos en compañía.

Ha comenzado el segundo año de Escribidores y Literaturos, y llegó mi turno de participar. Asistan al recorrido, si gustan.

Let(r)anía Lúdica. A veces, lo que más trabajo cuesta es la alegría.

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Corriente

Entonces el silencio

Cuando calle
el que es un grito,
sucederá el silencio.

En esa pausa,
unión de universos mudos,
estaremos.

Que la doble negación
sea como dicen
los aritméticos.

Descanse en paz José Saramago (1922-2010). Foto: Wikimedia Commons.

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#cuentosalvapor Corriente

I Java Dream XIII

Qué bien se siente llegar temprano en un día soleado. Tras el deber cumplido, un lugar apacible y luz natural.

Aún no necesito encender nada; podría sentarme a leer.

Damn, se fue la luz. Ya entendí por qué es bueno tener teléfono alámbrico. No estoy seguro de que mi celular esté cargado. ¿Y si llama y me quedo a media conversación? Mejor le mando un mensaje para que no me hable.

Sin electricidad tampoco puedo buscar reseñas de la película; va a pensar que soy un improvisado o un informal si nos vemos aquí. Peor aún, creerá que no puse atención cuando dijo que se le antojaba el cine “de arte”. Mejor le hablo.

Ah, pero no se me dan mucho esas conversaciones. Ni siquiera en tuíter, donde los 140 caracteres son demasiados para decir tonterías y muy pocos para conversaciones relevantes. Decir sólo “al rato nos vemos” sale más barato por teléfono, pero así seguro habrá pleito. Lo de después, ni hablar.

Qué bueno, ya regresó la luz. Justo a tiempo para disponer mesa. ¿Dónde habré dejado el teléfono? Ya oscureció, pero qué flojera encender luces para buscarlo. Hay que ser responsables (aunque dé pereza); ya mañana aparecerá.

¿Y si me llama? Mejor pongo a cargar el teléfono de una vez. Claro, tengo el celular, pero ese es sólo para emergencias.


Allí fue cuando llegaste. No es necesario contar lo que sucedió después, porque una vez cerrada la puerta, es poco lo que hace falta encender: para eso basta la luz de las velas.

Y después un café.

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Larga Marcha

El sudor tibio desmiente las buenas condiciones que hacen posible esta carrera. Hay quienes dicen que está sobrevaluada, que es una presunción inútil, un arcaísmo. Yo continúo.

El mayor obstáculo suele ser ese: la opinión ajena. Muchos que en algún momento gozaron sobre la misma pista, luego abandonan ocultando a medias su alivio, y prometen nunca más dejarse atrapar por esta adrenalina.

Dicen que el terreno y los participantes han cambiado. Su defensa es que la tecnología resulta más atractiva que el método rupestre… y quizás sea cierto, pero aún hay sensaciones primarias no reemplazables, como bien lo sabemos unos cuantos. Sigo avanzando. Mientras, llegan más recuerdos, nuevas reflexiones y más obstáculos.

El entrenamiento cotidiano también distrae. Los movimientos, fluidos por repetición, casi pasan inadvertidos. Ese trance ayuda a recorrer grandes distancias en una superficie que sólo a veces obedece al clima para cambiar de soporte.

El tiempo escasea, pero no me doy cuenta porque todavía hay luz suficiente para ver lo que hago. El sudor hace rato no molesta, porque es inevitable.

Falta poco, aunque este último tramo es más prueba de resistencia que de velocidad. Ahora es cuando cualquier interrupción puede ser mortal.

Entonces, un mosquito me rompe la concentración precipitándose en mi ojo izquierdo: parpadeo haciendo juego con el atardecer, que oculta algunas cosas y resalta otras. Las sombras exigen paso libre, y los insectos buscan su comida. No quiero ser el plato principal, así que me retiro.

A pesar de todo,  aún es grato leer a la intemperie.

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Corriente Marranadas

Aprendizaje musical: Hubo una vez un sábado

Una plática reciente, junto a un comentario del amigo Pherro, me trajo a la memoria este video, que además de ser “impropio” de viernes, da testimonio de que Walt Disney no sólo sabía poner sueños, sino también lo otro, en sus largometrajes. Además, demuestra que el cambio de idioma puede hacer más enfático el mensaje.

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#cuentosalvapor

Pizpireta cucaracha y la lechuga de Troya

En cierto anónimo local atrás del mercado del barrio, una variada colección de insectos organizaba juegos y competencias en el bote de la basura. Tita, en cambio, prefería recorrer pacientemente la huerta, escondiéndose siempre de los humanos que la cuidaban.

Aunque los demás insectos –pipioles, cochinillas y cucarachas, especialmente una muy joven y pizpireta– la consideraban lenta e insulsa, ella no hacía caso; así llegó a conocer todo aquel rectángulo de pasto, flores y tierra, arrastrándose pacientemente. Sus amigos presumían de aventureros porque a veces hallaban en el bote cosas sorprendentes (como un zapato, un trozo de cable o un boleto de cine) pero no había mucho qué comentar en esa esquina, que sólo tenía piso de cemento y dos letreros: “Orgánicos” e “Inorgánicos”… además, Tita era la única que sabía leer, no porque los demás fueran tontos, sino porque ella contemplaba todo –especialmente las cajas de cereal– antes de comerlo.

Un día, junto a los desechos orgánicos, alguien dejó una caja de cartón que emanaba apetitoso olor a podrido. La marabunta (encabezada por la cucaracha pizpireta) decidió atacar una mancha húmeda en el frente. Mientras tanto, de Tita (a quien asustaban las aglomeraciones) ni señales.

A la mañana siguiente, la población de insectos en pleno había desaparecido junto con la caja de lechugas envenenadas que los exterminadores pusieron para acabar con las plagas. Eso salvó el local, para alivio de doña Cuca, su orgullosa y también pizpireta propietaria.

¿Pero qué pasó con Tita? Por huir de las aglomeraciones y evitar las burlas de sus compañeros, se había escondido junto a la parte trasera de la caja; así, royendo una esquina, descubrió el bote de veneno con que habían rociado a las lechugas.  Como ella sólo masticó un poco de cartón (pero nada de lechuga), el veneno la hizo vomitar, y decidió quedarse en cama.  De esa manera, oculta en su crisálida, Tita escapó a la matanza y, llegado el momento, se convirtió en mariposa. Entonces fue libre para saciar sus ansias de exploradora, mucho más allá de ese pequeño rectángulo de pasto, tierra y flores.

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