Sé que un guiño no basta, pero es difícil conservar los dos ojos abiertos cuando el sopor de “aún-no-es-hora-de-comer” se derrama sobre mi cabeza con penetrante intermitencia.
Parpadeo de nuevo y apelo a los hábitos de lector para concentrarme. Las palabras cobran vida en la página como juego de rummy autónomo, y una pequeña voz sobre mi hombro se empeña en que, bien o mal, todo está dicho ya, así que mejor “no buscarle tres pies al chancho”.
El lápiz a treintaicinco grados del papel parece estar de acuerdo, mientras el diccionario, la gramática y el calor claman por la sensatez.
Un minuto de silencio (eterno, pero finito) antes de levantarme. No me rindo, sólo cambio de estrategia.
Diez minutos más tarde, junto a mi escritorio hay un creciente rimero de hojas, mientras yo, con la mente (y no sólo la frente) despejada, contemplo por enésima vez una colección de palabras que ya no son rummy, sino el rompecabezas de siempre.
Bendito express.