La mayor parte de la llamada nación británica del rey Arturo estaba formada por esclavos, pura y simplemente, conocidos con ese nombre y agobiados por un collar de hierro, y el resto eran esclavos de hecho, aunque se consideraran hombres libres y así se llamaran a sí mismos. Pero la verdad es que la nación entera tenía un solo propósito en este mundo: postrarse ante el rey, la iglesia y la nobleza, esclavizarse a su servicio, sudar sangre para que ellos se beneficiaran, pasar hambre para que ellos comiesen bien, trabajar para que ellos pudiesen divertirse, apurar la copa de la miseria hasta las heces para que ellos no perdiesen la alegría, verse reducidos a la desnudez para que ellos ostentasen sedas y joyas, pagar sus impuestos para que no tuviesen que hacerlo ellos, practicar durante toda su vida un lenguaje degradante y una actitud aduladora para que ellos pudiesen exhibir su orgullo y considerarse los dioses de este mundo. Y a cambio de todo esto, la retribución consistía en bofetadas y desprecio, y eran tan pobres de espíritu que consideraban un honor incluso este tipo de atención.
Las ideas heredadas son algo curioso, interesante de observar y examinar. Yo tenía las mías; el rey y su gente, las suyas. En ambos casos se trataba de rutinas que habían sido profundamente inculcadas por el tiempo y el hábito. Quien intentase eliminarlas, valiéndose de razones y argumentos, tendría entre manos una empresa monumental. Aquella gente, por ejemplo, había heredado la idea de que todos los hombres sin título y sin una larga genealogía, tuviesen o no conocimientos o dotes naturales, merecían menos consideración que un animal cualquiera, un bicho, un insecto, mientras que yo había heredado la idea de que las cornejas humanas que consienten en disfrazarse con el ostentoso y falso plumaje de las dignidades heredadas y los títulos inmerecidos sólo sirven de hazmerreír.
Mark Twain, Un Yanqui en la Corte del Rey Arturo (1889).
7 replies on “Cómo el tiempo (no) cambia las cosas”
Lamento el no poder ayudarte. Yo también heredé esta idea sobre las cornejas humanas y siento lástima por ellas, se encuentren donde sea, en cualquier lado del mundo y con cualquier nacionalidad. Por cierto, ayer vi pasar una muy conocida por el periódico. Concluyo que será que somos primos. Mis respetos a Twain, como siempre y un fuerte abrazo para usted.
¡Me alegro tanto de no ser britanica!, pero ahora que recuerdo, yo tenía un conocido que cuando ibamos al centro me decia que fueramos a ver a la raza de bronce, me alegro tambien de que no me hubiera visto bien… ya me hice bolas, me alegro tambien de eso.
No cambian las cosas… cuánta verdad tiene usted, mi querido chancho. ¿Cómo es posible que tantos años después nos siga deslumbrando el oropel? A veces, o casi siempre, la historia y las historias, se parecen a una espiral repetitiva (como dice la dialéctica), lo que nos hace dudar es encontrarnos una vez en el mismo punto de partida… Voy a lavar mi espíritu, ahorita vengo…
Paloma: Gracias por compartir la tan heroica intolerancia al oro falso.
NTQVCA: La alegría es una cualidad que a todos nos sienta bien.
Mara: Allá te alcanzo en la lavandería.
Últimamente la alegría no ha sido parte de mí. No se cuándo fue que me convertí en lo que nunca quise ser: una amargadita que se refugia en sus letras…
Cierto, aunque triste que el tiempo no cambie las cosas. Por acá en el medio en el que me muevo, se pavonean algunas cornejas y hay que estar muy alerta para no perder la paciencia cuando andan por ahí graznando y viendo a las personas por arriba del hombro. Todo un gusto conocer tu blog. Que tengas un buen día, radiante y tornasolado!
Ma.Inés
Lau: Esa dizque conversión es temporal, verás. Lo apuesto. Y las letras son hábitat, no refugio (aunque sirvan bien como cobija).
Aines: Un gusto tenerte por acá. La pocilga está radiante y a sus tornasoladas órdenes.