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Destrezas

En un medio día caluroso, uno de los monjes, harto de su mala letra, fabricaba criaturas de papel con trozos del pergamino de apuntes. Su manto estaba lleno de fragmentos minúsculos que intentaba sacudir a manotazos.

El viejo maestro se acercó entonces y tomó algunas de esas figuras. Enseguida se quitó el hábito y entró caminando en el estanque del patio, donde las puso a navegar, dentro de un cuenco de madera que hacía las veces de barquito.

Al salir, el anciano mojó un pincel en el agua del cuenco, ahora oscura, y se puso a trazar en un nuevo pliego historias absurdas y fábulas fantásticas.

Cuando el pasmado discípulo le preguntó por qué había hecho eso, Lou-Sin contestó que al sacudirse el ombligo descubrió una borra de algodón entintada, que sirvió a la vez de inspiración para refrescarse y pretexto para practicar su caligrafía.

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Razones de letras III: La gana soberana

“Con la certeza matemática de no ser más tonto, me senté ante mi mesa y escribí una novela” — G. Tommasi di Lampedusa

Hay ocupaciones (es decir, características, no necesariamente virtudes) que parecen invocar victimarios espontáneos.

Tal es el curioso efecto que provoca en ciertas personas enterarse de que a uno le gusta leer. Por ejemplo un amigo –devoto de las actividades al aire libre– que al encontrar al lector instalado en cómoda silla, con el grado de sombra preciso y una bebida refrescante al alcance de la mano, sólo atina a decir: “¿Cómo te puedes quedar allí sin hacer nada en un día tan maravilloso?” O, al contemplar las condiciones de un ejemplar que hacen evidente su uso repetido: “¿Para qué guardas un libro que ya leíste?”.

Es peor si descubren que, aparte de disfrutar la lectura, nos gusta escribir. “Has de tener mucho tiempo“, me dijo uno, con el tono de que eso de trasladar ideas al papel delata consagración absoluta a la holgazanería (con h). Igualito le dicen a los diseñadores, arquitectos, actores y muchos otros, que porque nomás hacen dibujitos, repiten palabras o pulsan botones. Cómo no.

Otro quiso saber sinceramente cuántos libros he escrito. Igualmente sincero (y casi tan pragmático) le dije: ninguno que valga la pena todavía. De inmediato me contestó: “¿Entonces, de qué te sirve  escribir?”.

La respuesta no la transcribo. Pero me recordó (más o menos) un viejo chiste:

Leí que el alcohol era malo y dejé de tomar. Leí que el tabaco era malo y dejé de fumar. Leí que el sexo era malo y dejé de leer.

Yo sigo leyendo. Y escribiendo también. Porque sí.

 

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Concierto para página solista

Leer hace que la soledad cobre grato sentido. Ante una palabra nueva, un giro inesperado, una nota a pie de página, comienza algo, quinta dimensión de letra, diálogo entre el imaginador que escucha y el que cuenta, a veces con la sutil intervención (o la tosca intromisión) del traductor.

Por eso le digo a Jorge Luis (o Milton, o Tiresias) que no hacen falta los ojos, pues en cada uno resuena a su modo eso que brota de las páginas, y no se despellejan aunque sean finísimo papel, ni permanecen por estar esculpidas en milenaria piedra.

Otras veces las palabras resultan lezna o tatuaje por quedarse prendidas. Años después, ya olvidadas o difusas las circunstancias de su parto, aún aparecen crujientes (agrias, dulces, saladas) entre los labios. Semprún y Maupassant lo supieron, antes de su adiós a la tinta.

Otro ser de la voz es el silencio. Llega el dolor o el asombro, la indignación o la súbita alegría, y “quedamos sin palabras”. Pero tras el cliché gastamos conversaciones y páginas enteras evocándolas, aun a través de otros, porque quien las trazó (recuerdo a Toole, a Salgari) no atinó (o no supo o no quiso, como sea) quedarse para contemplarlas.

Ante las páginas soy yo, y todos los que han escrito (incluso tonterías), pregonan al mismo tiempo su oferta con mi voz, la única que siempre estoy obligado a atender.

Por eso escribo, para buscarle orden, sentido y salidas a ese tránsito cada vez más tupido sin sucumbir en mi puesto como eterno pero finito guardagujas de una estación letroviaria, de una creciente biblioteca de Babel, de electrón y de palabras.

El lector, cuando lee, nunca está solo. Y a veces también es cierto.

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Lo nuevo es lo que sigue

…o lo que continúa.

Acompáñenme, esta vez un poco tarde, a mi primera participación en el arranque del tercer año de Escribidores y Literaturos, que estrena imagen y colaboradores, junto a otros que no por ser los de siempre seguirán siendo como eran antes.

Conjunción y Dispersiones. Porque la Musa tiene estaciones y caprichos.

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Desde el lunes y más allá

Música, memorias, Muppets y otras maravillas. Así no hay lunes que aguante. Con ustedes, Floyd Pepper. Y amén.

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I Java Dream XVIII

Frente a la taza cristalina y roja se detiene (o comienza) el tren del pensamiento. Los granos crujen, disciplinados, en la vertiginosa espiral del molino. Al abrir la tapa es necesario cerrar los ojos, para que la única sensación dominante sea el olfato.

Un chorro de agua fresca. Encima, el misterioso depósito de aluminio, canela en trozo. La avalancha de polvo marrón. Fuego, sin pelotón de fusilamiento.

Aparte, un fondo de leche, mientras el vapor comienza a hacer lo suyo, y la garganta sugiere dos gotas (o un poco más) de miel.

Por fin, el líquido cobra vida, y el contraste al servir dispersa un aroma correcto.

Va a resultar que nunca he sabido prepararlo, o que la mística de la tisana, la infusión o el brebaje de turno es solamente pretexto, punto de apoyo, para el vuelo mental.

La verdad, eso ahora no importa: ha comenzado un nuevo día.

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Puertas abiertas

Este día no parece lunes, lo que ya es decir bastante.

Para comprobar lo que digo, les invito a visitar el colectivo Escribidores y Literaturos que hoy aloja (Aloha!) letras invitadas y frutales de Ga Ortuño, cuya calidad conocen de sobra los visitantes y habitantes de esta pocilga. Acudan y aliméntense.

Cena. Algo fresco, para disipar el calor y el lunes.

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Marcas

Del pueblo cercano al monasterio llegó la advertencia: una banda de forajidos estaba cerca. Al enterarse, algunos de los discípulos comentaron las leyendas que describen a los monjes como implacables expertos en artes marciales bajo una apariencia insignificante.

Con cierta inquietud (y algo de imprecisa esperanza), uno de los más jóvenes le preguntó al viejo maestro si era posible estar preparados para la adversidad.

Entonces Lou-Sin sonrió y dijo: lleva la serenidad como tatuaje, no como armadura; así no estorba ni amenaza, pero sirve para identificarte.

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La lucha se hace… casi

Un video perfectamente apropiado para disipar el lunes, gracias a Sesolibre:

The Saga of Biorn

AVISOS PARROQUIALES: En la granja abundan las personas de harta calidá. Hoy felicitamos a Pelusa y Diana, de Una nota de Agradecimiento, y a Jolie Desde la Barandilla, así como a la Malquerida, por sus merecidos premios en los TNF Blogger Awards 2011. ¡Aplausos!

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(Re)versiones y (des)agravios

Eso que tantos llamamos vida real, como no queriendo darle importancia, es lo que construye y agrupa todos los momentos y las pausas.

Les invito a visitar el blog colectivo Escribidores y Literaturos para asomarse al instante “antes”, que también pide su esfuerzo.

Un poema no es prisión. Lo difícil es abrirle la puerta.

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