Harto de que lo tomaran como ejemplo de lo imperfecto, el hijo pródigo decidió concentrarse en la crianza de cerdos.
Tras una temporada de miseria y sobras, finalmente pudo comprar (las malas lenguas usan otro verbo) dos lechoncillos que instaló en un corral frente al bosque. Allí comenzó la prosperidad, siempre más sospechosa que la intachable pobreza.
Por eso, cuando alguien acudía a preguntarle por qué se le veía feliz, si según la parábola debía estar arruinado, el pródigo le invitaba a recorrer juntos la granja y contemplar de cerca a los animales, rotunda evidencia contra el escepticismo.
Sólo tras su muerte se supo que no sólo descubrió cómo hallar trufas: los animales también habían desarrollado un peculiar apetito, saciado puntualmente gracias a los curiosos que pretendían descifrar su secreto.
“Guardador de puercos” Relato de Ivanius. Imagen: Desert truffle, by karpatuka (FAL 1.3) tomado de Wikimedia Commons. Publicado el 11 de agosto de 2011 en el blog colectivo Escribidores y Literaturos, y rescatado hoy para la pocilga, porque sí.