«El hogar es el centro de la libertad. Más aún, es el único centro de anarquía. Es el único punto del planeta cuyo arreglo el hombre puede alterar súbitamente, donde puede hacer experimentos o permitirse un capricho.
En todo lugar adonde vaya, debe atenerse a las normas estrictas de la tienda, la taberna, el club o el museo. En su propia casa podrá, si le da la gana, comer sus comidas en el suelo. Yo mismo lo suelo hacer y ello produce una infantil y poética impresión de excursión. Provocaría considerable trastorno si trata de hacerlo en una confitería.
Para el hombre común y de trabajo, no es el único lugar tranquilo en un mundo de aventuras. Es el único lugar salvaje en un mundo de reglamentos y de tareas. El hogar es el único lugar donde se puede poner la alfombra en el techo y las tejas en el suelo.
Cuando un hombre se pasa la noche tambaleándose de bar en bar decimos que lleva una vida irregular. Pero no es así: lleva una vida altamente regular, bajo las reglas monótonas y a veces opresivas de esos lugares. A veces no se le permite sentarse en los mostradores del bar y a menudo no se le autoriza a cantar en el cabaret.
Puede definirse a los hoteles de lujo como lugares donde se obliga a uno a vestirse de etiqueta y los teatros como lugares donde se prohibe fumar. Uno solamente puede retozar en su casa, pequeña omnipotencia humana, cámara de la libertad».
G.K. Chesterton, en Lo que está mal en el mundo (1952, Janés Editor).