Así dicen. Acompáñenme a comprobarlo en este febrero loco allá en el colectivo Escribidores y Literaturos.
Tamaño real. Acercamientos con recompensa.
Intérprete de sueños, devoto de las palabras, adicto a la imaginación. Lector irredento y escribidor repentino. Ciudadano y no me canso.
Así dicen. Acompáñenme a comprobarlo en este febrero loco allá en el colectivo Escribidores y Literaturos.
Tamaño real. Acercamientos con recompensa.
Ya hacía falta la presencia musical de los artistas favoritos de este espacio. Y si además sirven para reflejar despejar el lunes, tanto mejor.
Internet nos ha cambiado. No únicamente la manera de aprender, sino también nuestro modo de crear y compartir.
Por eso, la Red Global debe ser un espacio de libertad; no sujeto a los intereses, sino abierto a los méritos.
Las normas restrictivas como #SOPA y #PIPA en EUA, y en México #LeyDoring, así como la ley Sinde en España y la Lleras en Colombia olvidan que, para ser eficaz, una ley debe surgir del diálogo, la participación y el análisis razonado de sus consecuencias, además de equilibrar el poder y el individuo, en vez de enfrentarlos.
Esta pocilga cree en la libertad de expresión y está en contra de la piratería. Busca el diálogo constructivo y la claridad en lugar de la violencia.
Se manifiesta en pro del sentido común, pero sobre todo, del sentido del humor.
En suma, a favor de la paz, especialmente porque –como dijimos desde el día uno– “vivir no ensucia, y si nos cae la mugre, agradecemos que sea nomás por fuera”.
Sobre todo, infórmense. Si quieren participar en la protesta global, asómense aquí. Más información en la casa de los trinos. No se asusten si aparece por ahí algún fantasma.
“En el reloj sonaron las once y tres cuartos.
–Perdona mi indiscreción –dijo Scrooge, mirando el manto del Espíritu– pero veo algo extraño, que no te pertenece, asomar bajo el faldón. ¿Es un pie o una garra?
–Podría ser una garra, a juzgar por la carne que la cubre –respondió con tristeza el espectro–. Mira.
Replegando la túnica hizo salir a dos criaturas escuálidas, encorvadas, temibles, espantosas, míseras, que se arrodillaron sosteniéndose de la vestidura.
–¡Mira, hombre! ¡Mira, mira aquí a tus pies!
Eran un niño y una niña. Amarillos, enjutos, harapientos, ceñudos y fieros, pero abatidos y humillados. Donde la tersura debía llenar sus jóvenes rostros con frescos tonos y matices, una mano agostada y seca, como la del tiempo, los había marchitado, desteñido y torcido. Donde debía haber ángeles se arrastraban demonios amenazadores. Ningún cambio, degradación o perversión de la humanidad, en cualquier grado o entre todos los misterios de la admirable creación, ha producido monstruos la mitad de horribles y espantosos.
Scrooge retrocedió, asustado. Por cortesía a quien se los mostraba, intentó alabarlos, pero las palabras se le atoraron en la garganta, negándose a participar en mentira tan grande.
–¡Espíritu! ¿Son hijos tuyos?– dijo apenas Scrooge.
–Son hijos de los hombres –respondió el fantasma, contemplándolos– y se refugian en mí para clamar contra sus padres. Este niño es la Ignorancia; esta niña, la Miseria. Cúidate de ambos y toda su descendencia, pero sobre todo del niño, en cuya frente está grabada la condenación, mientras no sea borrada. ¡Niégalo! –gritó el espectro, extendiendo la mano hacia la ciudad– ¡Calumnia a cuantos te lo adviertan! ¡Acéptalo sólo para tu provecho y hazlo peor! ¡Pero llegará el final!
–¿No existe alternativa? ¿Algún refugio o recurso? –gimió Scrooge–.
–¿Acaso no hay prisiones? –dijo el Espíritu, devolviéndole por última vez sus propias palabras– ¿No hay correccionales?
La campana dio las doce.”
Este texto (en traducción libre, por Ivanius) proviene del original en inglés de A Christmas Carol, o Canción de Navidad, por Charles Dickens, desde el Proyecto Gutenberg, y la ilustración es de John Leech en la primera edición de 1843, tomada de Wikimedia Commons.
Después de este revulsivo, retomaremos la programación habitual. Estéi tuned, y gracias por su atención.
Este video circuló hace unos días por correo y en la casa de los trinos, pero es demasiado propicio para dispersar el lunes… y como “prólogo” del tradicional recuento de lecturas en este chiquero lodoso pero gozoso, que en 2011 (¡otra vez!) superó el Reto de los 50 libros. Gracias a todos los que, en el ciberespacio y más allá, me lo hicieron notar. Disfrútenlo.
The Joy of Books
El alcalde del pueblo quiso agasajar con un paseo por los jardines del templo a un funcionario visitante, quien –acostumbrado a mucha pompa y ceremonia– disimulaba mal su aburrimiento, y finalmente preguntó si era cierto que en aquel lugar vivía un monje famoso. El alcalde señaló a Lou-Sin, que junto a sus discípulos había acudido al ver la comitiva.
El funcionario aprovechó la ocasión para lanzar un discurso sobre cómo la necesidad de impartir sabiduría era pesada carga para los hombres cuyo cargo así lo exigía. Dirigiéndose a Lou-Sin, concluyó: seguramente usted entiende de eso.
El anciano meneó enfáticamente la cabeza, y el burócrata imperial, algo amoscado, preguntó: ¿No le dicen por eso “maestro”?
Entonces Lou-Sin dijo: Me dicen así porque todavía aprendo, y porque a veces soy el primero en lograrlo.
Comienza un año que –dicen– hasta los mayas creen ominoso.
Fiel a su tradición (o contradicción), este chanchopensante propone una alternativa en su primera participación de 2012 en Escribidores y Literaturos. Pásenle pues.
Sin sombras. Deje usted su nube (negra o colorida) antes de entrar.
En una casa siempre hay cosas que arreglar, desde la ropa de los chicos hasta los zapatos de los mayores, aunque casi nunca alcanza el tiempo.
Así iba –decía Nana– el cuento del zapatero.
Aquel hombre tenía poco, en una casa pequeñita, pero muy ordenada. Como su espacio de trabajo también era pequeño, sólo podía hacer un par de buenos zapatos a la vez, y aunque era calzado de calidad, no le rendía el beneficio suficiente.
Cada uno de nosotros, como aquel señor, tiene una tarea de la cual ocuparse a pesar de que no rinde cuanto queremos: unos deben ir a la escuela y estudiar cuando querrían jugar; a otros les toca trabajar para comprar ropa y comida; alguien, en fin, debe preparar lo que comemos. Desde luego, también hace falta que la ropa esté limpia, el suelo barrido y cada cosa en su sitio. Es mucho trabajo, y a veces dejamos las cosas en desorden.
Una tarde, el zapatero preparó su material –cuero, clavos y pegamento– para armar los zapatos, pero decidió dejarlo hasta el día siguiente, pues estaba muy cansado, y se fue a dormir.
Ya reanimado por una noche de sueño, decidió levantarse temprano… y encontró un par de zapatos flamantes, listos para la venta.
Algunos de los mayores conocíamos esa historia, pero sabíamos que nadie la contaba como Nana.
El zapatero rara vez tenía tiempo para acabar su trabajo, pero no por falta de habilidades o por ser desordenado. Pocos lugares en el pueblo había tan frecuentados como el taller del zapatero, pues era buen conversador, y para todos tenía palabras de aliento o una sonrisa.
Uno de los vecinos fue causa del retraso, pues acudió, como muchos, al zapatero en busca de consejo. Por eso, en agradecimiento, llamó a todos los amigos y juntos concluyeron el trabajo que tantas veces vieran hacer.
Claro que el zapatero no lo sabía, y en cuanto pudo contó a sus vecinos que seguramente los duendes u otros seres mágicos lo habían visitado.
Fiel a su estilo, en lugar de contar simplemente un cuento, Nana decidió enseñarnos a utilizar nuestra propia magia, y así fue como descubrimos a los duendes y los invocamos desde entonces: convirtiéndonos en ellos.
“El pasado no vuelve”
(así me dijo un hombre sabio ayer)
y entendí que, después de estremecer,
lo que vivimos fue, pero se queda.
Así le dije yo,
pensando que las flores que hoy nos maravillan
ayer fueron enteca y gris semilla.
El pasado ya fue, pero algo queda,
porque este hoy no vive de recuerdos
y sin embargo, de ellos se alimenta.
Al fin quedamos aquel sabio y yo
de acuerdo; término medio y lucha incruenta.
Es cierto que el pasado no regresa,
pero, aunque ya fue,
nos sedimenta.
Aparecido hace algunos ayeres (el 21 de febrero de este año, para ser más exactos) como comentario en Palabras Voladoras, y rescatado hoy para la pocilga, porque sí.
Escribo porque puedo
y mientras pueda;
porque tiene sentido
y divergencia;
porque a veces explica,
a veces niega,
otras veces empaña,
pero llega.
Como Hemingway dijo,
quise leer algo nuevo
y no había nadie más
que lo escribiera.
Aparecido en cierto Territorio Canalla en febrero de 2011, y rescatado para esta pocilga, porque sí.