En una esquina olvidada de mi cuarto, una caja de zapatos junta ese polvo que pudre los recuerdos.
Las manos de las musas, algunas de carne y hueso, depositaron los retazos de magia que conserva.
Una cosa no hay: fotos. Sólo fragmentos de escenas y palabras; ningún rostro, porque no puedo olvidarlos.
En la noche, cuando dejo de escuchar la respiración junto a mi almohada, algo se mueve. Sé que es la tapa de la caja, pero cuando me levanto a mirar todo parece estar igual que antes.
Como no sucede con frecuencia, quienes me oyen decir que las musas rondan mis zapatos creen que estoy loco. Pero lo cierto es que cada mes debo cambiar la caja, porque las ideas son inquietas y voraces, y el archivo donde intento guardar las versiones finales de mis sueños siempre amenaza con desbordarse.