Dedicado con admiración y respeto
a todos los que saben de qué hablo,
un mes después.
Tengo manos
para levantar escombros,
para pasar el agua, jalar cuerdas,
acomodar lo que llega de otras manos,
alimentos, medicinas, ropa: ayuda
venida de muy lejos o muy cerca
y que debo acercar a su destino.
Con guantes, o empuñando una herramienta
descubro que tocar sigue siendo importante.
Tengo oídos que se afinan
a pesar de la tierra que retiembla
para pescar sonidos que rebotan,
distinguir entre un eco y un ladrido,
entre la voz de alarma y la esperanza,
entre el silencio de los muertos y los vivos.
Mis ojos deben enfocarse unos centímetros
para espigar entre miles de mensajes
qué hace falta en verdad, y qué se necesita,
dónde una torta, una gasa, un sorbo de agua,
un relevo, una croqueta, un tornillo,
y dónde sobra, y que no se desperdicie
ni se pierda por no saber cuál es su sitio.
Veo cuánto asombro provoca la grandeza
y cuánta indignación la pequeñez.
No vengo a tomarme una selfie.
Miro a los ojos, presto el hombro,
incluso doblo la espalda
como otros incontables que sí cuentan.
Aquí no hay credenciales que valgan,
ni puestos, jerarquías, generaciones o consignas:
la trinchera es una sola
para la sangre, el sudor y las lágrimas.
No hay primer protagonista; cada quien actúa
en lo que le toca hacer, y aprendemos del silencio
a levantar el puño, a hacernos uno solo
en la emoción y el esfuerzo.
El pasado, con todo y fecha, es un recuerdo que impulsa,
y el futuro, lo que todos alcanzamos
un solo paso a la vez, esta vez juntos.
Lo que importa es saber que el camino es común,
y levantarnos.
Por eso no muestro mi rostro
ni mi nombre:
no hace falta.
2 replies on “Ni rostro ni nombre”
Que importante es recordar un momento tan sorprendente, en el que tantos puños levantados simbolizaron la unión, y la esperanza de un pueblo que ya no los tenía. Movidos por la generosidad y unidos al corazón.
Lástima del regreso del abuso de los medios y el oportunismo político que está haciendo de un recuerdo de unidad, valor y bondad, un circo mediático al servicio de los intereses de siempre.
La esperanza y el deseo es que los mismos valores que nos unieron en el momento de la tragedia, sin distinción de personas, sigan valiendo y pesando más que la ambición de los oportunistas.
Ojalá que los buenos dejemos de ser anónimos y robemos el protagonismo y el manejo del país a los que prefieren explotar su nombre y ponerse las camisetas que no les corresponden.
… y levantarnos.
Que así sea, Chancho. Lo espero, en serio.