A veces las palabras se me descascaran, se desgajan. Y digo más aún: se descarajan, porque ni siquiera la ríspida sílaba de eso que se llama interjección alcanza para decir lo que pienso, o lo que quiero decir. Entonces un verbo se descoyunta y es necesario pelechar un sustantivo. Pero no, nunca ¡ay! como hacía él.
Juan Gelman me llegó tarde. No tanto como María Elena Walsh, pero sí detrás de Benedetti, por esos vericuetos de lector que sólo otro lector (re)conoce. También gracias a “lo malo de andar siempre con las orejas puestas”, y en una imagen movediza y un bar imaginario y una historia y un personaje que, no siendo yo, querría haber inventado, con todo y gabardina. Junto a Girondo se instaló en mi santoral privado, ese que guardo en todas las encarnaciones de mis chancholibretas, no sólo en tinta, también en el fuego eléctrico.
Después, a sorbos, conocí su historia. Cuando encontró a su nieta, sonreí una sonrisa de enterado, como si supiera qué sentía, por creer que estar en el mismo universo me daba ese derecho solidario.
No pregunten si me duele. No me digan tampoco que ahí quedan sus letras, dentro y mas allá de las mil trescientas páginas de su Poesía reunida, que no se llevó consigo. Porque se las llevó, y más. Y por eso mis repisas de poesía hoy son más huérfanas.
El de la imagen (tomada de Wikipedia) es Juan Gelman (1930-2014), poeta argentino y universal. Las divagaciones y el luto, de esta pocilga.
One reply on “Mangel”
¿Cuando es llegar tarde si al final a uno le duele de todos modos que un poeta muera?
Y yo sin conocerlo, ¿Ve que no es tarde nunca ni para morir?