El tiempo en la cuarentena es distinto, de un modo difícil de explicar. Fuera del espacio de esta pocilga, la realidad-real, tras casi dos semanas de encierro, empieza a adquirir rutinas específicas, y no voy a aburrirlos con ellas, pues por algo se llaman así.
Por otro lado, (re)descubro que entretejer palabras, para mí, nunca ha sido rutina, sino más bien un narrador interno que todo el tiempo tiene diferentes actividades, con un atuendo distinto. No solo el vestuario, sino también la especie (animal siempre; eso es indiscutible), el género (literario, por supuesto) y la voz (generalmente activa: los dormidos no escriben).
No soy psicólogo, así que no intentaré aclararlo (y como los psicólogos también se enredan explicando qué es la psicología, estoy tranquilo) pero el trance de escribir, visto desde mi cráneo, es como una obra de un solo actor con múltiples papeles.
Cada noche el público y el elenco son distintos, aunque la imaginación y la inspiración no han cambiado de propósito desde que las descubrí, hace ya muchos años y en presente (es decir, como regalo): especialmente hoy, y a diferencia de los gladiadores, aquí la función siempre es a vida.