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Disculpitas Marranadas

Desde la torre

En la quietud del monasterio es fácil dejar pasar los años. Pero el tiempo no engaña: disimula. Así se lee en los textos, desde la arcilla hasta el pergamino y la tinta.

El pequeño pueblo, con su mercado, sus habitantes y sus rincones, quiere disimular también, pero aunque los funcionarios ahora visten más prendas de algodón y rara vez usan corbata, sus manías y maneras siguen siendo objeto de ironía y extrañeza, cuando no sátira.

Algo sí ha cambiado alrededor de la vivienda de los monjes: en los caminos hay más asfalto, menos árboles, menos pequeños seres. El bullicio se achata.

De otras tierras llegan noticias que impactan. Una nueva enfermedad despierta miedos viejos, y ante el fuego ceremonial hay menos cuerpos presentes y más presencias lejanas.

Muchos temen la cuarentena; otros dicen ignorarla. Pero todos escuchan cuando el viejo maestro dice: La serenidad no está en negar la tormenta, sino en saber encontrar, en medio de ella, la calma.

 

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