El pequeño pueblo, con su mercado, sus habitantes y sus rincones, quiere disimular también, pero aunque los funcionarios ahora visten más prendas de algodón y rara vez usan corbata, sus manías y maneras siguen siendo objeto de ironía y extrañeza, cuando no sátira.
Algo sí ha cambiado alrededor de la vivienda de los monjes: en los caminos hay más asfalto, menos árboles, menos pequeños seres. El bullicio se achata.
De otras tierras llegan noticias que impactan. Una nueva enfermedad despierta miedos viejos, y ante el fuego ceremonial hay menos cuerpos presentes y más presencias lejanas.
Muchos temen la cuarentena; otros dicen ignorarla. Pero todos escuchan cuando el viejo maestro dice: La serenidad no está en negar la tormenta, sino en saber encontrar, en medio de ella, la calma.