Aunque muchos invitaban a mamá a salir, su vida conmigo la aislaba de todo lo demás. Cuando llegaba acompañada a casa, la sorpresa de saber que tenía un hijo hacía que muchos se marcharan enseguida. Por eso nos sorprendió a nosotros que él se quedara.
Era un hombre gordo con voz de niño, que cada vez parecía luchar entre la naturalidad y el miedo: saludaba con timidez, pero no me gustaba darle la mano porque olía a tabaco. A pesar de todo, me caía bien porque si yo procuraba no estorbar y huía en el momento adecuado, siempre conseguía boletos para el cine o algún libro o juguete. Además, mamá me dijo que, como era maestro, no le incomodaba que yo hablara como adulto.
Me gustó que tuviera la idea de los rompecabezas, mientras más complicados mejor, porque podíamos pasar horas con ello; mamá en los quehaceres, yo en silencio y él casi sin fumar, acomodando piezas por turno: quien se equivoca, pasa. Cada vez que lográbamos armar alguna sección difícil, entre risas y toses se recompensaba con un cigarro que consumía asomado sobre mi hombro mientras yo buscaba mi siguiente pieza. Allí no había timidez; era una competencia de ingenio en que cada turno podía definir al vencedor.
Por eso no me di cuenta a tiempo de que algo andaba mal. Cuando se levantó, la tos me hizo creer que era su dosis lo que buscaba en la bolsa del pecho, hasta que vi la cajetilla y el cenicero a su derecha.
Luego vino lo peor. A pesar de la evidente incomodidad de su postura convulsa, me sonrió al caer sobre el rompecabezas casi terminado.
Mientras esperábamos la ambulancia para que lo llevara al hospital, encontré en el suelo la pieza que buscaba, y entendí al fin por qué dicen que los padrastros siempre son malvados.
Este es otro de los relatos de Ivanius aparecidos en el blog colectivo Escribidores y Literaturos, el 10 de agosto de 2009, rescatado hoy para la pocilga, porque sí. La imagen proviene de Wikimedia Commons.
2 replies on “Decir verdad”
Muy buen relato.
Gracias por compartir.
Me gustó con un desenlace sencillo pero muy convincente.