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#cuentosalvapor Disculpitas

Uno de zombis.

El Alberto amartilló la fuscona listo para disparar otra vez.

En la mano izquierda, tenía una gran mordida de la que no dejaba de salir sangre, y despedía un olor espantoso como a caca de perro.

– “Mierda, ya no me funciona bien esta mano”.

Así adolorido y todo, se escondió detrás de la puerta y esperó.

Era una noche muy oscura y tenebrosa; desas como de película. Lo malo es que esta sí que era verdadera.

Del fondo del largo pasillo salían gemidos, gruñidos y todos esos cochinos sonidos que hacen los zombis cuando están haciendo su trabajo; y lo peor, es que se oía a algo o alguien dirigéndose hacia él.

-“Fuuta, y a mí que sólo me quedan dos balas”.

Checó la cacha de la fuscona, y cuando vió aquellas letritas “Smith & Wesson” que tanto le gustaban, se dio cuenta que sería la última vez que las leía.

Los pasos, se podía adivinar que calzaban unos zapatos de tacón alto con tapa de metal; y cada vez estaban más cerca.

-“Ay virgencita ayúdame”.

¡Clic! alistó el percutor y respiró hondo.

– “Ora sí jija de tu chingada zombi madre, ya te cargo la…” ¡BLAMO! ¡BLAMO!

Sus últimas palabras fueron un “Shit… ya valí madres” muy sentido y bajito; cuando vio que los tiros ni habían rozado siquiera al engendro.

La zombie, que vestía unos leggings azules de mezclilla oscura con zapatos “peeptoe” altos de charol rojo con tapa de metal, una blusa de gasa que en algún momento fue blanca, muchas pulsera gruesas de madera y melamina de hartos colores, collares de bisutería fina y unos grandes aretes con una piedra negra al centro, lo montó con enorme agilidad; y en menos de lo que canta un gallo, segó la vida del Alberto con un solo madrazo.

Pinche zomba.

Primero, le sacó los ojos.

Le chupó todo el humor vítreo -su parte favorita- a cada uno; y obviamente, no pudo evitar que una buena parte de eso escurriera por su boca y pecho.

Después, se siguió con la lengua.

Uno a uno se comió todos los cartílagos de las orejas y nariz, rodillas y codos.

Chupó los 20 dedos, y dejó todo lo demás; incluso el cerebro, ahí aventado.

Se levantó satisfecha y bañada en sangre.

Si mirar atrás, echó a andar por el pasillo como eso; como zombi, a ver qué más se encontraba.

La noche no terminaría jamás.

—–

Querido socio en la marranada:

Disculpe usted si le machuco el pie o alguna otra parte de su graciosa anatomía publicando esto así a la de sin susto, pero la marranada es la marranada, y los #cuentosalvapor están que echan chispas. Además, ya sabe; a mí eso del orden y las buenas maneras cada vez se me dan menos.

Le mando un saludo desde la liviandad del famoso tuiter, y le reitero mi reconocimiento a su buena letra, mejor prosa y sobre todo oficio de escribidor demostrado en su última intervención allá en el sitio de las letras y la gente ilustre.

Y… querido público, no se mosquee, ya ve que en esta pocilga pasan cosas raras ól de táim.

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