Hoy justo justo ha transcurrido la mitad del año.
Vertiginoso. Brioso. Vaporoso como él solo. Implacable. Inasible.
Mucha hueva a cuestas pero también una chinga sobre otra acumuladas.
El recuento se obliga. Todas esas cosas que dije que haría a principio del año; en ese momento en el que el codo rozaba el tintero; pura frisquidumbre: “ya verás que sí, que lo vamos a lograr, es momento desto, delotro, de másaquello… uuuy si, a huevo, cómo no… caminaando”.
He de decir que no voy tan mal en mi recuento, pero los temas de lesa conciencia… cero-cero, digamos.
No cabe duda que el mundo trae su propio ritmo. Que la vida toca su son y sólo en algunas que otras ocasiones nuestros empujones deveras hacen que trastabille y cambie de dirección; incluso que nos siga por un instante manque sea. Pero que hay que buscarle los vericuetos, el rinconeo, el “yíl mánashment”, cambiar el ritmo, usar pases laterales, taparse los ojos unos segundos… cómo no.
Y ya entrados en gastos, voy a poner en mi lista de propósitos para el 2009, el cual se atisba a la vuelta de la esquina parado en esta fecha fatídica -ya quisieras, chinche guólmartt- aprender a hacer carnitas.
Y después que las invitaciones a los tacos no sean sólo virtuales, sino muy reales y grasosas.
Salen dos de maciza con cuerito.