Hace poco descubrí, camino al trabajo, que los niños necesitan muy poco para distraerse y hacer sonreír. Algo le llamó la atención a este del que hablo (de dos o tres años, no creo que más) cuando me encontró a mí, que por supuesto estaba enfrascado en mi lectura mañanera. Se me quedó mirando largo rato y se trataba de asomar a mi libro.
Quienes me conocen saben que una vez metido en las páginas es muy difícil sacarme de allí. Pero el escuincle no iba a ceder.
De pronto, una mano regordeta (que no era la mía) le dio un tímido jalón a mi libro, que yo le atribuí al movimiento del metro, hasta que la esquina del libro se dobló. Dos ojos se encontraron con dos ojos. Pero no hubo susto, sino confianza.
El niño se asomó finalmente a mi libro, y pude ver (como en las caricaturas) que algo le hacía “clic”. Ya entiendo, estabas leyendo.
En ese momento, la mamá del niño le dio a él un exitoso jalón, para salir del metro justo a tiempo. Como epílogo, el niño agita la mano y se despide del lector, que se queda sonriendo un par de estaciones mientras la inercia de la lectura lo atrapa de nuevo.