No quiero aburrir, me dije. Por eso no había vuelto a aparecer, mientras mis libretas de apuntes, avarientas, acumulaban chispazos.
No leo para ser culto, sino para no ser aburrido, dice uno de mis principios. Por eso la aventura de leer (o más bien su recuento) hizo pausa, pero no la biblioteca. Después, la reflexión me hizo ver que mudez no es necesariamente madurez (con todo y cacofonía), pero la autocensura sí puede ser perversa discreción.
El apresuramiento en los trinos y en los muros feisbuqueros suele restarle artesanía, aunque tal vez no oportunidad, a las palabras.
Por razones como esas, el “viejo posteo bloguero”, como algunos en este desértico barrio aún le decimos, parece haber perdido algo de su lustre… pero no la magia. Decir y no decir, a través de trazos, trinos y lo que salga, sigue siendo la construcción de un diálogo, primero con el yo que resuena en mi cabeza y luego con quien se ofrezca.
Como decía el letrero del farmacéutico: este negocio abre sus puertas cuando me da la gana, y las cierra a la misma hora.
Las conversaciones continúan, aunque el ajetreo ya no sea tan aparente; los canales siguen abiertos, y la historia avanza, a veces sin voces discernibles, pero nunca sin palabras. Y a propósito…
AVISO PARROQUIAL
Hablando de imágenes y guiños, nos da gusto comunicar al personal que la FotoMadrina ha decidido ofrecer al público algunas muestras de su trabajo tras la lente. La exposición se llama Sin Palabras (no entiendo 😛 ) y estará abierta desde el 4 de abril, acá en la esmogópolis. Quede la invitación.