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Chispazos

Para llorar en las bodas… y en las vidas

… O tal vez no: Música coolta, por supuesto. Ya después, qué importa el lunes.

PaGAGnini: Canon

Local Vocal: 90s Medley

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Corriente Happy-Happy

De fogón y hogar (II. El fogón bien temperado)

Ändamålsenlig_matlagning_p_1-wikimedia_commonsLas incansables fauces de lumbre recibían de todo, pero especialmente carbón y leña, junto a los cantos rodados y otras piedras empleadas para amasar o para mantener caliente desde un biberón en baño María hasta las tortillas en su trayecto a la mesa. Todo el conjunto daba a la cocina un aroma peculiar e inolvidable, disperso por la casa a caballo del calor húmedo, bajo un cielo tan liso y tan azul como el peltre de la jarra cafetera.

El tránsito de los niños comenzaba “en el almuerzo, porque desayuno es cuando el sol asoma“. Luego, quienes no teníamos ocupación o edad para estar en la cocina nos íbamos a jugar, cada quien en su mundo, hasta la hora de comer.

No tengo demasiada memoria, pero el pan bronceado a la lumbre con un poco de mantequilla, y las tortillas de mano y con manteca hacen que mi paladar errante persiga rastros de aquellos sabores en cada cocina que encuentro.

Así como Nana, todas las abuelas eran expertas, pero cada una tenía su sazón especial para cada cosa, desde la sopa de fideo hasta cierto flan (perdón, Nana: Queso de Nápoles) cuya información nutricional haría palidecer a una gelatina light de las de ahora, pues podía enfrentar en duelo calórico a cualquier plato principal. Las recetas eran casi secreto de familia no por estar ocultas, sino porque había que aprenderlas en la trinchera; los libros de cocina sólo son referencia, pues la instrucción la recibimos siempre, literalmente, en la línea de fuego.

Para que cualquier alimento merezca un lugar en la mesa (y –antes de eso– sobre, entre o bajo las brasas), hay que saber elegir ingredientes y herramientas, todos impecables y de calidad: desde el ajo y la cebolla (junto al tomate y el chile dulce) base de cualquier sofrito, hasta la cazuela de vapor donde reposarán su última etapa los (sudorosos, les decía yo) tamales.

DiegoVelazquez_Viejafriendohuevos-wikimedia_commons

Con el tiempo, los aprendices (en general rebasados –y de lejos– por las aprendices) superaban los ensayos, y aunque no todos logramos llegar a la línea de banderines, nos queda claro que cocinar (al menos pasablemente) es un derecho humano, base del amor propio. Si no saber cocinar deprime, tener que alimentarse con engendros de indigestión (para colmo, autoinfligidos) bien vale un Prozac… o algo más fuertecito (como un tequilazo). Porque una cosa son los ocasionales desastres culinarios y muy otra la eutanasia episódica. En la trinchera del “fogón bien temperado” –bendita seas, Nana– también se lucha contra la extinción humana.

Anécdotas e historias hay muchas, pero única entre ellas aparece siempre la confección de un inefable pavo pibil, lustroso y dorado como laca de Oriente, cierta vez que tuve el privilegio de probarlo antes que nadie por gracia especialísima de la cocinera.

Después de tanta magia de hornilla, la llegada de la estufa y el horno de gas “modernizó” los desayunos haciendo más fácil la confección de un huevo frito o revuelto, aunque las cocineras de siempre decían (y eso que no había aparecido el microondas) que aquello sólo servía para hervir agua, recalentar o fabricar palomitas de olla… esas que crepitaban queriendo imitar, sin conseguirlo, la rumorosa y chispeante melodía del fogón.

[Las imágenes para estos posts provienen de Wikimedia Commons, y el empujón para unir los ingredientes (en parte piratería legítima), intersecta con algo aparecido en La Barandilla. Por supuesto, todas las anécdotas y sucedencias son irresponsabilidad de quien suscribe y de la pocilga, que dedican estas líneas, siempre, a la familia y a todos los discípulos y herederos de tan legendaria tradición.]

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Corriente Happy-Happy

De fogón y hogar (I. La Comunidad de la Hornilla)

La_cocina_(Ramón_Bayeu)-wikimedia_commonsDesde muy pequeño, la curiosidad (y el hambre) me acercaron a una escuela de magia inesperada, sólo que yo no sabía que lo era a pesar de que allí surgieron muchas de mis preguntas (y a veces obtenía respuestas). Allí hice mis primeras incursiones, guiado por la nariz, que aprendió en eso antes que mis ojos y mi lengua. Era un lugar especial, por igual limpio, acogedor y peligroso.

Aquí no hace frío; aquí nace la magia“. Esas palabras, creo que de Nana, anticipaban los prodigios y delicias que brotaban luego al amor del fogón. Primero fue un lugar de ronda y misterio, de ansiedades y hurtos más o menos solapados, hasta que alguien descubrió mi olfato, más sutil y preciso que la infantil torpeza de mis manos. Desde entonces, las cosas han cambiado un poco, pero aunque las manos han recibido entrenamiento, mi nariz sigue siendo instrumento primario.

Así fui recibido en La Comunidad de la Hornilla.  Todos me enseñaron poco a poco breves y sencillas (mágicas, decía yo) “recetas”, en realidad procesos de la cocina, que alguien de mi estatura podía hacer, como “untos” (aplicación de mantequilla o mayonesa), “pan (y tortillas) a la lumbre” (tostadas), jugo de limón o naranja, y “el aliño base” de la ensalada (limón, sal y pimienta). Estoy seguro de que al mismo tiempo las figuras de lumbre me revelaron alguna de mis primeras historias, aunque el calor de la imaginación haya seguido desde entonces otros caminos para no quemar (al menos, no literalmente) mis dedos.

El simple fuego combate los inviernos, pero además “hace centro”. Congregar a los que saben hacer las cosas ante el fogón es más que suficiente: aunque las luces y “la fiesta” estén allá en la sala, lo que surge de la cocina hace la reunión, con todo y su pretexto; después de todo, “El hogar es el fogón, el calor del corazón“.

Medieval_kitchen-wikimedia_commonsEn una de las casas legendarias (donde dicen que todavía hoy circulan murciélagos y algún fantasma) la estufa de gas no era como tal parte de la cocina: La Cocina, así con artículo, pausa y mayúsculas, eran la hornilla y el fogón de leña y carbón, en un recinto de techos altos y amplia ventana al patio. Allí circulaban los gatos, los patos y los platos (cada quien en su lugar, no piensen mal) y el fuego solamente descansaba en la noche, entre brazos de ceniza y brasas anaranjadas.

Muy temprano, una jarra de peltre era la primera señal: allí aparecía el café, que nos atrapaba por la nariz antes que por la vista: negro y fuerte para los mayores, con azúcar o piloncillo para las abuelas, con leche para casi todos los demás, familia, amigos y visitantes. (continuará)

 

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Inspiración pura Joy-Joy

Un poco de sol

Habrá quien se acuerde (y quien no) de un disco (LP, es decir, Lejos en el Pasado) donde tres individuos llamados Paco de Lucía, Al DiMeola y John McLaughlin asentaron una muestra de lo que el trabajo conjunto en vivo puede hacer a favor de la música y el asombro.

Aquí les comparto la versión “de estudio” de una de esas melodías. 1977, Mediterranean Sundance.

OPDÉIT: Allá en la casa de los trinos puse una versión distinta que me parece bastante meritoria, un cover de Dicke Fische, que dejo también para su disfrute.

Ahora sí, échenme el lunes.

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Corriente Inspiración pura

Música para un (no) lunes

Michael Rüber (solista) y la Mandolinenorchester Ettlingen tocan Shine On You Crazy Diamond, de Pink Floyd. Oh, sí.

Favor de no toser.

 

 

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Inspiración pura Marranadas

Magia, misterio y maestría

Son raros esos momentos en que unos músicos tocan juntos algo más dulce de lo que nunca han descubierto en ensayos o actuaciones, algo que trasciende el mero dominio técnico o colectivo, y en que su expresión se torna tan natural o grácil como la amistad o el amor. Entonces nos muestran un atisbo de lo que podríamos ser,  lo mejor de nosotros, y de un mundo imposible en donde das todo lo tuyo a los demás, pero no pierdes nada de ti mismo. Fuera, en el mundo real, existen planes detallados, proyectos visionarios para ámbitos específicos, todos los conflictos zanjados, felicidad para todos, para siempre: espejismos por los que la gente está dispuesta a matar y a morir. El reino de Cristo en la tierra, el paraíso de los trabajadores, el estado islámico ideal. Pero sólo en contadas ocasiones, se levanta el telón realmente sobre este sueño de comunidad cuya evocación tantálica difuminan luego las últimas notas.” Ian McEwan, Sábado.

 

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Corriente Inspiración pura

De leer también se vive

Ya hace tiempo que la noticia de este magnífico video ronda el planeta. Dura un ratito, pero la paciencia tiene sus recompensas, se los aseguro (hasta acaba de ganar el Academy Award mejor conocido como Oscar; aunque eso no es lo importante). Gracias a Pelusa por haberlo enviado acá primero, y a ustedes, por estar. Quedan en buena compañía.

The Fantastic Flying Books of Mr. Morris Lessmore

https://www.youtube.com/watch?v=BVtI0Yb_Enc

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Corriente Disculpitas

Lunes en martes.

Para todos aquellos fanes de la pocilga que desesperan porque su escritor favorito, el Señor de la palabra, mejor conocido como El chanchopensante, también conocido como Ivanius ha decidido tomarse unas merecidas vacaciones; no es amenaza, pero seguiré usurpando su lugar.

Eso y recordarles que las “juntas” en lunes –o en martes cuando la semana empieza en martes– son uno de los cánceres de la humanidad. Digo, ¿no habrá manera de empezar a explorar opciones como Skype, e-mail, twitter, o de plano telepatía?

De lengua

Yeah, me siento totlamente espurio y sucio.

Salud.

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Corriente

Así érase una vez

Este video circuló hace unos días por correo y en la casa de los trinos, pero es demasiado propicio para dispersar el lunes… y como “prólogo” del tradicional recuento de lecturas en este chiquero lodoso pero gozoso, que en 2011 (¡otra vez!) superó el Reto de los 50 libros. Gracias a todos los que, en el ciberespacio y más allá, me lo hicieron notar. Disfrútenlo.

The Joy of Books

 

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Corriente Happy-Happy

#30 libros, segunda parte

Como lo prometí, he aquí la segunda parte del recuento para el reto de los #30 libros, que me puso a pensar bastante, y probablemente inspire algún próximo post.

16. Uno ruso que sí haya leído. El rey Lear de la estepa, de Iván Turguéniev. Afortunado cruce entre hemisferios, en aquel entonces no separados por una cortina de hierro.
17. Uno de este año. Para no adelantarme (mucho) a las listas de “lo mejor y lo peor”, elijo Una cuestión de tiempo, de Michael Hoeye, sobre un pacífico ratón relojero metido a detective. No es tan devorador de libros como Firmin, aunque seguramente se llevarían bien.
18. El que más veces ha leído. Son varios, pero digamos Corazón, Diario de un niño, de Edmundo De Amicis. Sin duda, uno de los libros que provocó la avidez de leer… y quizás la de escribir también, aunque haya quien lo descarte como “el Diario de Ana Frank para varones”.
19. Uno que lo haya sorprendido por bueno. Océano Mar, de Alessandro Baricco. Playa, personajes y pasiones… además de una buena traducción, que siempre se agradece.
20. Uno que lo haya sorprendido por malo. La mano del muerto, de Alejandro Dumas. Reverso de El conde de Montecristo, donde alguien que sí merece lo que recibió hace pasar a Dantés peores desventuras. Basta decir que es uno de los pocos libros que recuerdo haber destruido (literalmente) del coraje, por el tiempo perdido y por las injusticias cometidas. De pena ajena.
21. Uno de cuentos (no valen antologías). La muerte tiene permiso, de Edmundo Valadés. Maestro y antologador que puso en práctica lo que enseñó a tantos a través de su legendaria revista El Cuento: allí aparecieron algunos inolvidables como el de Cary Kerner que ya comentamos aquí, aunque lo más valioso (también) era la sección de correspondencia, copiosa, instructiva, precisa y llena de claridad no exenta de respeto.
22. Uno de poemas (no valen antologías). Árbol Adentro, de Octavio Paz. Uno de los primeros libros de poesía que leí como tal y sin expectativas, a pesar de la fama de su autor… además de alguna anécdota.
23. Uno que le gustaría volver a leer en su vejez. El café de Qúshtumar, de Naguib Mahfouz. Descubrí al escritor gracias a este libro, que muchos llaman “obra menor”, aunque su tema no me lo parece. Además del café, por supuesto.
24. Uno que no le prestaría a nadie. Stalky y Cía., de Rudyard Kipling, uno de mis releídos consentidos, y que seguramente es familiar para J.K. Rowling como antecedente de Harry Potter.
25. Uno para aprender a perder. Rebelión en la granja, de George Orwell. Perder duele, pero pasa; lo importante es aprender en el trayecto.
26. Uno que asocie con la música que le gusta. El Silmarillion, de J.R.R. Tolkien, específicamente por Ainulindalë, inolvidable relato sobre la creación del mundo a través de la música.
27. Un libro que le regalaron y no le gustó. No puedo recordar alguno, así que en vez de achacarlo a mi mala memoria, prefiero pensar que quienes me han regalado libros saben lo que hacen.
28. Uno que le haya asustado. El impulso de matar: Anatomía de un psicópata, de Flora Rheta Schreiber. La autora de Sybil (un libro también estremecedor, aunque en otra tesitura) retrata a John Kallinger, un asesino verdadero, y el proceso de terapia que llevó ya encarcelado.
29. Uno que se haya robado. No robo (mucho menos libros), pero todo lector adicto tiene en su biblioteca aportaciones, digamos, más o menos involuntarias, por múltiples circunstancias. El que más se acerca a una anécdota digna de contar es Oficio de tinieblas, de Rosario Castellanos, que me “obsequiaron” a cambio de hacer el resumen-tarea escolar de alguien a quien leer le parecía (espero que ya no) una pérdida de tiempo.
30. Uno que pueda salvar vidas. The Worst-Case Scenario Survival Handbook, de Joshua Piven y David Borgenicht. Este debe ser el libro de cabecera de Wile E. Coyote, sin duda, aunque no sea marca ACME. Ameno, entretenido, y quizá (aunque espero no tener ocasión de comprobarlo) bastante útil.

Después de esta “página letrerosa”, la pocilga retorna (esperamos) a su lodo-ritmo habitual… de lectura, por lo menos.

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