El mes de junio, lleno de augurios casi tanto como mayo, tiene un ingrediente especial: el IV Gran Remate de Libros en el Auditorio Nacional (del 22 al 28 de junio).
Asistir a la cacería es ingresar al encierro de una jauría inmensa y descontrolada, cuyos cientos y cientos de zombis ignoran el tamaño de su hambre hasta que empiezan a tirar baba.
Allí, entre montones de libros que parecen iguales, yacen hallazgos de gambusino que deben ser apresados al estilo antiguo: primero una mirada de reojo que congela el paso; después, un doble parpadeo y mirada alrededor para verificar, no que ese libro sea lo que yo creo, sino que nadie haya descubierto mi cara de avidez.
Luego, el acercamiento espiral: tomar un libro cualquiera cercano al codiciado, y posar la mano simulando descuido mientras por último se reclama la presa.
Allí es cuando alguno de los vendedores (si es buen lector también, y no sólo cobrador) descubre al bibliómano, porque sólo para despistar se manosea Dios Mío, Hazme Viuda Por Favor de Josefina Vázquez Mota cuando junto están, a precio rebajado (ojalá), John Kennedy Toole, Alejo Carpentier o Mario Benedetti, por ejemplo.
Tener presupuesto fijo u horario limitado es casi la única solución para no arruinarse, porque todo lector tiene autores consentidos o una creciente y semisecreta lista de compras. En la mía están, entre muchos otros, Marco A. Almazán (especialmente el Rediezcubrimiento de México) y Patricia Cox, ambos muy rescatables en este año de literatura bicentenaria, a quienes conozco, aprecio y persigo porque casi no los reeditan, y suelen ser buen regalo para mis amigos.
El éxito del safari es análogo al de los cazadores de fieras: sé que voy a encontrar piezas notables, siempre y cuando logre no ser devorado por las bestias descerebradas, ni “venadeado” por algún trampero con mala leche. Seguiremos informando.